CINE, TELEVISIÓN O PLATAFORMAS DIGITALES
Del cambio de paradigma al escondite de la inteligencia
lguna vez fue la caja idiota; eran los años cuarenta (…) ¿setenta? La usaban también cual pequeña mascota de un chico inteligente y apuesto a quien años atrás habían bautizado como Séptimo Arte. Conforme se apagaba el siglo XX las cosas comenzaron a cambiar. Esa joven obesa y cuadrada que ocupaba un sitio en los hogares de las familias quiso ponerse a dieta y cada vez logró estar más delgada. Si bien le es imposible negar que entre sus antepasados más de uno padecía retraso mental, vivió una transformación casi inmediata, su inteligencia comenzó a brotar y se volvería bastante más atractiva; con el paso del tiempo además habría de irse apropiando de los buenos talentos.
Esa chica, otrora lenta y casi inmóvil, hoy aparece flamante y orgullosa, como si la hubieran expuesto a un violento proceso de laboratorio sci-fi de rayos gamma y luego de un breve período de recuperación, convive con gran parte del mundo de manera distinta e irreconocible, salvo por los genes hereditarios que nadie de nosotros, ni siquiera ella, puede ocultar.
Podría citarse algún cuento en el que la típica bruja con gran verruga en la narizota aguileña muerde una manzana hechizada para transformarse en una belleza radiante. O si se prefiere, un sapo espantoso que tras el beso inocente de una linda doncella se transforma en un príncipe azul. Da igual. Afirmaciones así habrían sido pretenciosas y estúpidas en 1998. Pocos años después, una discusión semejante ya generaba debates entre apologistas y críticos.
Al iniciar el 2018 una que otra voz atrapada en las nostalgias podría seguir opinando casi como dogma que el Cine es arte y la Televisión es para imbéciles, con el riesgo de sonar fuera de lugar o de gustos alquitranados. En efecto, el mundo ha evolucionado y con él, muchas de las formas de manifestar nuestros imaginarios.
Nunca sobra preguntarse cómo fue que cambió el paradigma. El fenómeno podemos leerlo incluso desde la butaca favorita de unas cuantas teorías de la conspiración: manipular las mentes y las conciencias. Quizá sea cierto. Pero como aquí no tenemos las pruebas contundentes para perdernos en ese tipo de alegatos, ubicamos nuestra atención en algo mucho más terrenal.
Si bien es cierto que el mundo padece infinidad de injusticias y abusos, lo cierto es que los alrededor de 7 mil millones de las almas que ocupamos algún sitio en el planeta, hemos experimentado modificaciones muy veloces a nuestra forma de vida desde la última década del pasado siglo. El acceso a la mayor cantidad de información que jamás haya generado la humanidad, en cualquier lugar e instante, tarde o temprano impactaría la forma de acceder a los entornos audiovisuales. La tecnología no dejó de mutar a cada instante (evolución acelerada, pues) y con ello, las narrativas audiovisuales tuvieron que correr al mismo paso.
Por una parte, para las audiencias cada vez más exigentes de los países anglosajones hubo que elevar el tipo de contenidos, y eso se vivió durante los años 90 principalmente en el Reino Unido, con las mini-series y series dramatizadas que solían presentar las cadenas ITV y la BBC. Pero como golpe mediático de mayor alcance mundial sería la llegada de The Sopranos, de HBO, quienes en su publicidad tomaban distancia del resto de las televisoras con el famoso slogan “It’s not TV. It’s is HBO”.
En efecto, no eran lo que todo el mundo había conocido a través de las pantallas de cristal convexo: lenguaje radiofónico adornado con imágenes, que en las historias de largo aliento había pasado por decenas de filtros para convertirse en narraciones fáciles, e incluso… idiotas. Era una ruptura con su origen. Con ello, las demás cadenas no querrían quedarse atrás, y no sólo a nivel técnico las producciones incorporarían elementos cinematográficos cada vez más complejos, sino que las estructuras dramáticas y los temas a tratar fueron ajustándose a las expectativas de otro tipo de audiencias cada vez más críticas.
Paradójicamente, la heredera de quien varios de nuestros padres desdeñaban por sus contenidos vacuos, hoy día es el dispositivo que nos entrega narraciones más complejas, con reflexiones más profundas y exploraciones en la condición humana de los personajes. The Sopranos, The Wire, Mad Men, sólo por citar algunos ejemplos de la década pasada, o bien la primera temporada de True Detective, o las tres primeras temporadas de Black Mirror.
La “satisfacción” de los espectadores no se puede comparar con las fallidas entregas de la saga Star Wars en su época Disney, y ni qué decir de los tropiezos de las sagas de los súper héroes (Marvel, DC), a excepción de los Batmans de Nolan, que podrían salvarse sin problema.
En contraparte, si bien las películas producidas primordialmente para pantalla grande siguen siendo un referente en la cultura, lo cierto es que los grandes estudios de Hollywood en sus Blockbusters apuestan menos a las historias y mucho más al espectáculo audiovisual. Basta ver en las carteleras de los complejos de cines el número de salas que ocupa un taquillazo, con versión 3D, 4D, Inglés, Subtitulada y… quizás en algunos años más, con casco de realidad virtual.
Aquellas buenas historias de antaño se han relegado entonces a los Festivales, las pequeñas salas independientes o a la renta/descarga/streaming en plataforma digital. Cosa curiosa, la gran historia que antaño sólo podía verse en pantalla grande, hoy ha sido sustituida por una especie de Viaje con su droga favorita, pero sin mayor contenido que el breve período de éxtasis. En tanto, esas historias contadas con responsabilidad y compromiso por parte de los cineastas, quedan relegadas a los circuitos de festival y a streamings por internet especializados. El buen cine afronta un desplazamiento que lo margina hacia una condición de pieza de museo; el otro, de ser un muchacho con aplomo, ahora cree que debe sentirse orgulloso por haberse convertido en golosina de centro comercial.
De aquello que no hace mucho conocimos como televisión abierta cada vez queda menos. Con ello no queremos decir que habrá de desaparecer. Con la aparición de cada plataforma nueva suele hablarse de amenazas para lo que ya existe. La realidad es menos amenazante. Cuando llegó de la radio no terminó con el Circo ni con los conciertos en vivo; la llegada del Televisor tampoco enterró a la Radio. La irrupción de la Internet con sus múltiples dispositivos de navegación hasta ahora no ha extinguido a sus antecesores. Los lenguajes y sus elementos correspondientes de manifestación sólo se reajustan conforme a las realidades.
De estos y más temas hablaremos de ahora en adelante en esta sección de Metrópoli Ficción. Tenemos tela de dónde cortar, simplemente en 2017 se estrenaron más de 400 series televisivas en EUA (y con su poder de penetración de mercado, en muchos más países), cada año en el mundo se producen 6, quizá 7 mil películas de largometraje, y esta cifra aumenta, entre otras cosas, gracias a las facilidades técnicas y el abaratamiento de los insumos para la producción.
La curaduría no será cosa menor, pero haremos el esfuerzo por elegir los casos más emblemáticos. Esperamos que las siguientes entregas sean de su agrado, aunque no se promete evitar las provocaciones que causan los puntos de vista de quienes nos dedicamos a crear historias para las pantallas.