LIDERAZGO SEGÚN DON GATO

O cómo vivir como el Marahá de Pocajú sin esforzarse

Don Gato (llamado Top Cat, o Boss Cat en su idioma original), es una serie de Hanna-Barbera cuyo primer capítulo se transmitió en 1961 en el mundo anglosajón y que llegó a las pantallas mexicanas años después. Cuenta la historia de una pandilla de seis gatos de callejón de Manhattan que tratan de ganarse la vida en las ásperas calles neoyorquinas. No la tienen fácil, debido principalmente a que dichos felinos padecen una fobia patológica al trabajo remunerado (fecundo y creador, diría un ex presidente mexicano), y prefieren vivir aplicando el menor esfuerzo posible, en ocasiones a través de actividades no muy legales, en ocasiones por medio de planes que se caen de lo cándidos que son. La pandilla, y su indiscutible líder, un felino amarillo de chaleco púrpura y sombrero, tienen sueños de grandeza: siempre intentan hacerse millonarios o vivir a todo lujo con el patrocinio de algún incauto. Sin embargo, invariablemente son acotados, bien que mal, por el recto, aunque bobalicón, oficial Carlitos Matute (Dibbie, su nombre en inglés).

Top Cat fue transmitida durante una única temporada en la televisión de los Estados Unidos, por lo que, en términos globales (y por lo menos al principio), fue considerada de los más sonados fracasos de Hanna-Barbera. Al parecer, al público norteamericano no gustó mucho la historia de un buscavidas huevón y verboso que intentaba estafar a quien se le pusiera enfrente. De hecho, las caricaturas preferidas de dicho mercado eran, justamente, las que representaban la vida del ciudadano promedio: Los Picapiedra (The Flintstones), y Los Supersónicos (The Jetsons), cuya temática y personajes giraban alrededor de los problemas de la vida cotidiana, por lo que no se alejaban mucho de series familiares como, por ejemplo, I Love Lucy. Tanto Pedro Picapiedra como Super Sónico eran paterfamilas con trabajos estables, no muy brillantes, martirizados por jefes insufribles y con un medio de vida decente. Muy alejado de ellos estaba Don Gato, quien además de ser soltero (aunque no particularmente ligador), era cabeza de una parvada de vagos que constantemente tenía problemas con la ley. El felino amarillo era un tipo totalmente alejado de la ética del trabajo de Max Webber y además, muy distinto, tanto en clase social como en formación, de esas idealizadas clases medias que encarnaban el american dream. Lo anterior era evidente tanto en su aspecto como en las voces con las que se dobló en inglés:. Si uno escucha la caricatura original, se encontrará con que los gatos hablan en una jerga demasiado gangsta –o ñera, si intentamos hacer un paralelismo con el español–. Esta característica los hacía intimidantes para el público infantil y desagradables para el espectador adulto. Incluso Benito Bodoque (llamado Benny the Ball en la versión original), era dueño de una voz gruesa y fangosa que lo despoja de cualquier atisbo de ternura. Top Cat parecía, a unos meses de su lanzamiento, condenada al limbo del olvido.

Sin embargo, los productores no contaron con que bajo el río Bravo la serie transmutaría en un éxito rotundo. Al llegar a México, años después, la caricatura se convirtió de inmediato en un programa de culto (incluso antes de que existiera el término). Esto se logró parte gracias a la magnífica labor de doblaje que hicieron, entre otros, Julio Lucena (la voz de Don Gato), Armando Ramírez (el apocado Demóstenes) y, sobre todo, del genial Jorge Arvizu (quien prestaba la voz a Benito y a Cucho). Sin embargo, la razón mayoritaria del éxito de Don Gato en nuestro país (y en los países de habla hispana en general) se debe principalmente, creo yo, a que el felino personaje encaja mucho más con la forma de ser de los latinos que Pedro Picapiedra o Super Sónico. En general, los habitantes de la América hispánica desde siempre hemos tenido una relación de amor- odio tanto con el trabajo como con la autoridad. Así lo muestran antecedentes narrativos tan antiguos como la novela picaresca o las épicas de bandolero tipo Los Bandidos de Río frío. Los vividores carismáticos han sido quizá los héroes culturales que más han conformado nuestra idiosincracia, esos que, a pesar de su humilde origen y falta de formación, logran salir adelante ya sea por su desparpajo o por la actuación de la Divina Providencia. No es difícil encontrar en el felino amarillo y en sus compas rastros de la capacidad verborreica de Cantinflas, el discurso desmadroso de Tin Tán, la galanura paródica de Mauricio Garcés y , si nos vamos más para atrás, el ingenio ácido del Lazarillo de Tormes o del Periquillo Sarniento.

Por eso, a pesar de los escasos treinta capítulos de la serie, Don Gato, con su holgazanería y su labia, se convirtió en el prototipo de líder nacional: aquel que se lanza a los más despatarrados objetivos sin tener un plan de ruta, confiando sólo en su carisma y su capacidad de improvisación. Sus compinches, muy animosos, pero nada brillantes, más tarde que temprano tergiversan sus indicaciones, en parte por su atolondramiento natural y en parte por la incapacidad de Don Gato de comunicarse claramente. Un líder como él constantemente hace planes, conspira, se lanza al vacío. Hace un esfuerzo digno de mejores causas con el fin de lograr un enriquecimiento rápido y espectacular (mismo que nunca ve porque sus planes se desmoronan a la hora de la hora). Don Gato es muy listo, pero en más de una ocasión peca de arrogante, y al no saber recibir críticas, comete errores de los que se arrepiente después (como, por ejemplo, en los capítulos en donde arroja una bolsa llena de rubíes al mar o cuando ignora al genial Lazlo Lozla). Curiosamente, si el felino y sus canchanchanes enfocaran sus esfuerzos hacia el trabajo honesto, alcanzaría más rápido sus metas que con sus desbordadas planeaciones. Sin embargo…nunca lo hará. Así como los hidalgos españoles del siglo XVI (esos que conformaron nuestra cultura latinoamericana), Don Gato considera el trabajo manual algo indigno. Él es un jefe, un Top; su destino es la grandeza absoluta o el abismo infinito, no la mediocridad de la chinga diaria. En ese aspecto, se parece a tantos y tantos emprendedores que se arrojan de cuernos al acantilado sin tener la mínima idea de lo que es administrar un negocio. Expertos en dar órdenes, pero malísimos para meter las manos, los líderes de la filosofía Don Gato aún laboran duro por desmoronar lo construido, o bien, por tratar de vivir a costillas del primero que se les ponga enfrente.

Y lo peor… No tienen la simpatía del inigualable gato del callejón.

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