SANTANA CANTA GRATIS
Estoy en el D.F. por motivos de trabajo (¡¡¡tres hurras porque tengo trabajo! ¡Hurra, hurra, hurra!!!) y mi visita coincidió con el concierto gratuito de Santana a dos cuadras de donde me hospedé con mi supervisora. Después de tremenda mojada gracias a que tuvimos que caminar desde el Museo de Arte Moderno hasta “el Ángel”, llegamos al apartamento con la única intención de secarnos, beber un vaso de vino e irnos a dormir. Pero las notas de la primera canción del concierto nos sacaron del sopor y corre que te corre, alcanzamos la segunda canción a la mitad.
Para la profesora canadiense que realiza una investigación en México fue una sorpresa que, con credencial de maestra en mano, no le cobraran la entrada a las exposiciones del MAM, sin importar que fuera extranjera. Además, fue totalmente inesperado tener un concierto de una figura internacional totalmente gratis, al que asistió acompañada por miles (MILES) de personas más que, aunque invadieron su espacio personal y hasta la tocaron, no representaron ningún peligro para su integridad. Al día siguiente, en nuestro camino hacia el Museo de Antropología e Historia (donde ella sí tuvo que pagar por ser extranjera, pero yo no) volvió a asombrarse por la cantidad de defeños bicicleteros que tomó la ciudad por asalto como cada semana todos los domingos. Su comentario fue: “cerrar una de las avenidas principales de la ciudad para que la gente pasee en bicicleta, es de lo más civilizado”. La miré, buscando el sarcasmo o la ironía en su rostro, pero no, lo único que había era genuina satisfacción.
Hoy ella ha vuelto a Canadá y yo sigo aquí, encontrando razones culturales para amar esta ciudad. Mi hermana ganó boletos gratis para ver a una compañía de danza de Montreal (oh, ironías de la vida) a la que yo no tendría acceso viviendo en PuebLondon, porque me queda nada más a 11 horas de distancia en carretera o 575 dólares en avión. Cosas como ésta me hacen preguntarme qué diablos hago allá, donde apenas ayer cayó otra nevada y se espera que la temperatura vuelva a números positivos hasta la semana entrante, ya en el mes de abril.
Tal vez la diferencia más grande entre México y Canadá sea la curiosidad cultural del primero y la indiferencia artística del segundo. No ayuda que en Canadá las artes sean reguladas por el mismo sistema que los Estados Unidos. En ambos países son los particulares los que deben recaudar fondos para sostener compañías de teatro, danza, música; son los artistas quienes pagan sus exposiciones, a menos que estén muertos y sus cuadros valgan muchísimo dinero gracias a eso. No hay artista o grupo más desprotegido que el que está activo, vivo y comiendo. La otra parte de la ecuación en PuebLondon la conforma el desinterés general por lo que no es conocido, que no proviene de Inglaterra o Francia, que no es considerado Cultura, con mayúscula. Una sociedad conservadora no se arriesga. Consume solo lo que conoce, hasta el extremo de pensar que no existe nada más.
Sin embargo, en México las becas y los subsidios acercan el arte a la gente. No vamos a ser ingenuos y pensar que Santana canta gratis, pero sí que hay un porcentaje de los impuestos que todos estos millones de mexicanos han pagado que ponen a Santana en el Ángel pese a la oposición de muchos otros millones que quisieran que, en cambio, se respetara la Hora del Planeta. El peligro del espectáculo y la cultura gratuitos radica en la famosa ecuación pan y circo, que se aplica para aplacar. Sin embargo, cuando el circo es variado, profundo y fomenta la reflexión, se genera una sociedad más sensible. Las tensiones entre los beneficios y las fallas de la cultura al alcance de la población son más que evidentes, ciertas, irrefutables, lo que quieran, pero mi espíritu prefiere que exista con fallas a que tenga una ausencia perfecta.
La diferencia entre ambos sistemas es económica, pero resuena en el resto de las áreas de la vida de todo un pueblo. Porque cuando hay fiesta y la gente baila (o lo intenta) en una calle atestada de gente, se vive en carne propia la tolerancia que en Canadá, por ejemplo, se proclama en el discurso pero no se ve en las calles. Cuando una persona puede entrar de forma gratuita a un museo y contemplar su herencia cultural en un ámbito majestuoso, como el de Antropología e Historia, un orgullo discreto y cálido se asienta en el espíritu y esa persona puede entender su origen como una épica que ha dado como resultado la sociedad que somos hoy. Se puede, entonces, empezar a cuestionar si la imagen de México diseminada por el sitio web de la embajada de Estados Unidos es tan real como ellos la presentan. Se puede salir a defender la mexicanidad sin que suene cursi, o chauvinista. Podemos dar la cara y preguntarles a los demás: ¿dónde ves tú, en esta ciudad de 20 millones de habitantes, al huevonazo que no se mueve para subsistir?
La pobreza que existe en esta ciudad y sale a saludarnos todos los días en las calles, es de dinero, es material y muy real. La corrupción está ahí, observándonos, viéndonos a los ojos para atacar en cuanto bajamos la guardia. Hay que estar muy al tiro o nos chamaquean. Sin embargo, podemos salir un sábado a escuchar música, bailar con los ojos cerrados, sea cual sea nuestra edad, y regresar a casa completos, a salvo, contentos.