TERCIOPELO

DE MANO EN MANO

Nunca he comprado ni leído el periódico Ovaciones. Lo he visto en los pasillos del metro, en cada esquina durante innumerables mañanas; corrijo, he visto la famosísima página 3, que exhibe a la encuerada del día. En México no paramos de ofrecer carne femenina, los puestos de revistas venden tetas y nalgas al por mayor, incluso enormes cartabones con la encuerada en turno de la Revista H (se llaman stand ups o así aparecen anunciados en la red); para muchos de nosotros es fácil confundir TvNotas con TvNovelas: su portada es idéntica hasta en la encuerada.

Las mujeres con poca ropa –siempre que posean cuerpos curvilíneos y estereotipados– saturan la mirada mientras caminamos, o viajamos en transporte público; los espectaculares nos imponen bikinis, lencería, y ni hablar de los afamados calendarios de taller mecánico, tlapalería o ferretería. Encueradas por todas partes: desde la Reata de Brozo en su quesque noticiero, pasando por la edecán aquella del vestido blanco entallado y escote durante el fingido debate de los candidatos presidenciales, hasta la novedosísima y creativa campaña de relojes Nivada donde la joya compartía espacio con otra joya, un culo redondo (relación semántica por demás obvia… para los diseñadores del anuncio).

El cuerpo femenino vende completo o en partes. Los creativos de la campaña de relojes o del tour de cine francés que está por iniciar, demuestran que se hacen pagar mejor a pesar de su nula capacidad de innovación en publicidad. ¿Por qué los escandalizados por los besos homosexuales en la calle o el aborto como elección de las mujeres, no se plantan en cada puesto de revistas para exigir se prohíba que los inocentes ojitos de nuestros niñxs sean seducidos por espectáculos tan inmorales?

Cuando una ve publicidad europea, estadounidense, brasileña, argentina sobre gran diversidad de artículos (neumáticos, relojería de lujo, ropa, autos, arte, comida, computadoras, servicios de internet o cable, etc.) el contraste pone la evidencia ante nuestros ojos: las campañas publicitarias en México son mediocres, por decir lo menos: si refresco, chichis; si agua purificada, chichis; si comida para niños, chichis; si cuadernos, chichis (la campaña vigente de Scribe es notable, nada de piel, hay esperanza); si noticieros, chichis (hay que ver algún reporte de noticias alemán o escandinavo para reconocer que las piernas de la Micha están sobreexpuestas y sobrebronceadas). Lo anterior sin contar los servicios que por una módica cantidad llevan fotos de “las mujeres más sensuales” a nuestros teléfonos celulares: mujeres al alcance de su mano.

El consumo de imágenes en México, como en el resto de Occidente, educa financieramente, es decir, se ponen en juego valores y creencias del consumidor para que compre o asocie ese valor con su consumo. De manera que la elegancia, la sofisticación, la inteligencia, la astucia, el éxito, la popularidad, la belleza, la fidelidad, la salud, la virtud, y un largo etcétera, están en manos de los publicistas y sus productos son omnipresentes, ubicuos, inescapables… En lugar de Un día sin mexicanos deberían filmar Un día sin chichis en México, un acabose.

Para mí existe una relación entre la saturación de encueradas y el derecho que creen tener los machines sobre las mujeres, ese derecho que se manifiesta en el acoso callejero, que incluye tomar fotos sin permiso (otra forma de transgresión y violencia por medio de la imagen), y que alcanza al feminicidio.

Hace décadas las encueradas eran de mal gusto y eran relegadas en la tele a horarios no familiares y en los puestos de periódicos a la parte inferior de los aparadores de los costados, donde las señoras preferían no ir, cosas hipócritas de la doble moralina mexicana; y es que era vulgar, de mal gusto, “cosas de albañiles” decía Toñis, mi mamá de crianza. Ahora nos imponen la vendimia de mujeres en su amplio sentido: se venden los cuerpos en imágenes, y con ello naturalizamos que los cuerpos femeninos deban ser vistos y aprobados para complacer. Dense una vuelta por Hooters y por Angus Butcher House (ah pa nombrecito). Las meseras que quieran trabajar ahí deben ser aprobadas a partir de sus cuerpos; no pasar por alto la asociación: comer “carne”.

De esa vendimia a la otra: la de mujeres y niñas, la trata. Tenancingo, Tlaxcala, es una de las capitales de la prostitución de mujeres a nivel mundial, el negocio se pasa de varón a varón, en familias, por generaciones, a las chicas se les recluta o rapta con la mejor carnada: un “te amo”, “me quiero casar contigo”, un “es para juntar dinero”, es el sacrificio por el amor. (http://www.sdpnoticias.com/nacional/2013/06/30/quiero-ser-sicario-padrote-nino-de-tenancingo-a-el-pais)

La derrama económica es de miles de millones, por encima de lo que generan los anuncios mediocres que usan y desvisten a las modelos; el fundamento, sin embargo, es el mismo: vender a las mujeres, enajenar sus cuerpos, porque sus cuerpos son para complacer a los hombres.

Es ingenuo pensar que es cuestión de acabar con la oferta… y ¿la demanda? Ésa es cultural (imagínense quince años de cárcel al cliente, ¡qué revolución!, ¡qué de amparos!). La demanda cultural se funda en las creencias acerca de las mujeres y de nuestros cuerpos, éstas deben verificarse para prevalecer, verificarse en las relaciones que sostenemos: ellas en la calle, en la casa, en la oficina, ellas impresas o reales siempre están para complacer, total, la cosecha de mujeres nunca se acaba.

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