Rodrigo Rodríguez dice que su oficio es un modo de vivir.
—Ésta es como una tienda de abarrotes, vamos a asemejarla. Nuestro trabajo es saber muchas canciones. Que es lo que vamos a vender. Nosotros somos empíricos, dice.
Mueve sus manos para realzar sus palabras. Busca la mirada del interlocutor. Es un hombre directo y sencillo en sus gestos, habla poco pero de forma precisa. Viste camisa blanca y corbata de color azul marino con líneas diagonales de color beige.
—Ésta es una vocación. No es otra cosa, un llamado. Empezamos de una manera bohemia cien por ciento. Hechos de juventud, de llevarle serenata a la novia. De ahí la vida, o la necesidad económica, nos empuja a desarrollarnos a esto que nos da de comer.
Es cancionero desde hace casi 46 años, en septiembre cumplirá ese número.
Cuenta algo sobre sus inicios.
—Primero cargando un acordeón. Después tocando un órgano. Vendiendo canciones en restaurantes hasta llegar a establecerme en esto que se ha transformado en una institución a través de los años.
Pertenece a la sección 150 de cancioneros de la República Mexicana, localizada en la ciudad de León, Guanajuato. La mayoría de los miembros que la han integrado han sido zapateros, dice. Rodrigo es originario de Lagos de Moreno, Jalisco, de donde viaja a diario. Durante una época trabajó allá como carnicero. “Cayó con un acordeón”, como menciona en una fecha precisa: el día 25 de septiembre de 1968, que marca en el calendario su inicio en la música.
—Aquí he persistido y he pervivido. Me dedico a tocar el acordeón. Esa es mi especialidad. Cada quien tiene su especialidad. Me vine por situaciones económicas muy precarias de mi pueblo. Vamos evolucionando, vamos cambiando.
Algunas canciones que le solicitan, en su experiencia. Dice que cada lugar tiene su cultura específica y sus preferencias. En su tierra, pervive la costumbre de los pasos dobles y las polcas, que se oyen en algunas sinfónicas, como las de Apolonio Moreno. En León, se usan mucho las de Los Dandys, “Gema”, “Tres Regalos”, “Página Blanca”.
—Aquí son más bohemios, afirma.
Se reúne con su cuarteto en las instalaciones de la sección, ubicadas en una casa con paredes de color salmón sobre la calle Reforma, en la zona del centro histórico de León. De las cinco de la tarde a las nueve de la noche, viven a la espera de posibles clientes, pero no es un horario fijo. La ganancia en un día de trabajo es de 300 pesos por integrante. Permanecen sentados, platican, y a veces se ponen a tocar para hacer el rato más llevadero en lo que llega algún cliente. Reconoce que las mujeres eran una inspiración, las refirió como a “musas”. Ahora dice que todo queda en recuerdos. Además no tiene canciones favoritas, mas bien ambientes:
—En donde nos tratan bien y estamos a gusto. Cualquier canción. Nos sentimos halagados cuando nos tratan bien, como a cualquier persona. Hay buen ambiente, cualquier canción, cualquier música es bonita, según su estado de ánimo. Hemos ido a tocar a velorios, y usted se pone triste automáticamente. Según en donde nos encontremos, es el espíritu.
—Recordar a esta altura del partido, con las letras de las canciones. Hay unas letras que coinciden con el sentir del que las proyecta, participa ya en aquello. Nosotros venimos del tiempo de Los Panchos. Han cambiado las formas de tocar, siguen las mismas canciones, pero ahora es mejor. Por ejemplo, están Los Tres Reyes, que requintean de una forma muy parecida pero mucho más avanzada.
Cursó la carrera de Derecho dentro de la sección aunque no concluyó la licenciatura, sólo le faltó un año, dice que por su edad ya no pudo continuar. Empezó a estudiar la primaria a los 63 años. De ahí siguió con la secundaria, preparatoria y cuatro años de inglés. Tiene cinco hijas, todas con estudios de carrera técnica y licenciatura. Desde su experiencia habla sobre ser cancionero y expresa una filosofía al respecto.
—Rodríguez, no se te olvide, que la mujer del cancionero o se muere de hambre, o se muere de celos, la mayoría somos divorciados. La filosofía es simple, lo único que no sirve es lo que hace. Bajo el conocimiento de que no es fácil. Nada es fácil en esta vida, como todo, hay tiempos muy duros y otros muy prósperos. Siempre hay modo de caminar hacia adelante, pero, repito, empíricamente.