PuebLONDON

ON THE ROAD

Hace siete años (25 de agosto) llegué a Canadá y había evitado hacer un trámite básico: sacar la licencia de conducir. Como estudiante, el primer impedimento era el dinero, por supuesto. Después pensaba: si voy a estar aquí un tiempo corto, no creo que sea necesario. Y por último: si ni carro tengo… Además, claro, está la cosa del examen.

Después me di cuenta de que para la mayoría de las personas en Canadá la licencia es el documento de identificación más importante, como para nosotros la credencial del IFE, y que en todos lados la pedían, pero ni así me decidí. Total, pensaba, si cada vez se acerca más la fecha en que me vaya. Pero después de siete años de vivir aquí y sin que esto parezca cambiar por el momento, no me ha quedado otro remedio más que pagarle otros 150 dólares al gobierno de Ontario para que me den una identificación con foto. Maldita sea.

El primer paso entonces, es prepararse para el examen de conocimientos. Hay que comprar (¡jamás!) o pedir en la biblioteca (bueno, eso sí) un librito con las reglas básicas y el tipo de señales de tránsito usadas en este país. Una amiga me prestó la famosa guía hace MESES, y yo no lo había abierto siquiera. Cuando me la pidió de vuelta me di cuenta de qué tanto me había hecho pato con esta situación y decidí ponerme a estudiar.

El permiso se obtiene por partes. Primero, si eres canadiense, desde los dieciséis años tienes el derecho de pedir tu G1, una licencia para principiantes, digámoslo así. La G1 es para automovilistas primerizos o personas que nunca antes han tenido un permiso en la provincia, como yo. Adolescentes y migrantes vamos a presentar nuestro examen de conocimientos. Migrantes de determinados países, se entiende, porque si eres estadounidense, japonés o inglés, lo único que debes hacer es ir a la ventanilla e intercambiar la licencia de manejo de tu país por la local y ya. Si eres mexicano, latinoamericano en general, chino o hindú, entre otros, tienes que pasar por el proceso completo. Aquello de que somos socios comerciales por el Tratado de Libre Comercio parece no importarles demasiado a los canuks.

La G1 te permite conducir acompañado de una persona que tenga una licencia de mayor rango y cuatro años mínimo de experiencia. Si te pescan en el auto solito, te suspenden el permiso. Si cometes una infracción, la persona que te acompaña es responsable y entonces no sólo paga una multa (que tú podrías liquidar de tu bolsillo) sino que le pueden descontar puntos en el sistema para evitar el comportamiento irregular en las calles. Ahí es donde las personas con licencia completa se ponen muy nerviosas al acompañar a un simple G1 en su auto. El sistema está muy bien pensado para que los conductores prefieran someterse a las reglas. No es solamente el dinero que te pueda costar una multa, sino la acumulación de puntos malos en tu registro que pueden llevar a que suspendan tu permiso por años. Aquí nadie se atreve a manejar sin licencia, la sola idea asusta porque en caso de que sorprendan o tengas un accidente, la pena puede llegar a alcanzar cárcel.

Total que, un año después de haber obtenido la primera, el conductor puede solicitar la G2, que te autoriza a andar por la vida solito en tu coche. Hay algunas restricciones, por supuesto. Tu nivel de alcohol debe ser de 0%, a diferencia del tampoco muy alto 0.05% a que tienen derecho los de la licencia G, el Valhalla de las licencias para conducir y que se puede solicitar un año después de haber obtenido la G2.
Armada con la valiosa información sobre reglas de comportamiento en el camino, habiéndome aprendido todas las señales y con el dinero en la bolsa, me dirigí al centro de licencias. Paradoja: el lugar a donde acudes porque no puedes conducir porque no estás autorizado, está a las orillas del pueblo, casi a pie de carretera, en una zona a donde no llega ningún tipo de transporte público ni hay -para colmo- banqueta para peatones. Hay que caminar bajo el inclemente sol durante veinte minutos sobre pasto o grava, sintiendo que los camiones de carga te dejan dando vueltas sobre tu eje cada que pasan veloces, como en las caricaturas.

Al llegar me llevé una agradable sorpresa. La mujer que me atendió no sólo era amable y con un humor insuperable, sino que según sus propias palabras, le encantaba la gente latina, le fascinaba el acento de quienes hablamos español, y odiaba a Donald Trump. ¿Qué más puede uno pedir? Me realizó el examen de la vista, me señaló la computadora donde podía responder mi test y en menos de veinte minutos ya estaba fuera con mi flamante G1. Mientras caminaba de vuelta por el páramo no pude menos que pensar: ¿Por qué no hice esto antes? Pero eso siempre lo piensa uno después…

Ahora, según la amable persona que me atendió, tengo la alternativa de mandar a traducir mi licencia mexicana y me acreditarán un año de experiencia al volante. Esto me puede costar cuarenta dólares más, pero me daría la alternativa de realizar el examen práctico de inmediato, en vez de hacerlo dentro de un año. Por lo mismo, me he dado a la tarea de manejar en Canadá lo más que pueda mientras haya un G que no se ponga demasiado ansioso de que conduzca a su lado. Esto me llevó a la carretera durante un par de semanas de vacaciones junto al lago Huron. Daba vueltas por el pueblo, aún más pequeño que éste, y emprendía el regreso a la cabaña a cincuenta desesperantes kilómetros por hora.

La experiencia más interesante, sin embargo, fue regresar de la costa conduciendo. Este país es inmenso, todo queda lejos de todas partes así que una visita a una de las zonas más lindas de Ontario exige tres horas de carretera. Esto es, sin salir de Ontario. Si uno quiere visitar Quebec, la provincia más cercana, está a seis horas por carretera de donde yo vivo. La otra frontera con la otra provincia más “cercana”, Manitoba, está a veintiún horas de recorrido. La mayoría de las personas tienen autos de menos de cinco años de vida, que corren a placer y sin riesgo excesivo. Las carreteras están en condiciones excelentes si tenemos en cuenta el rudísimo desgaste al que las someten los elementos, en particular el congelamiento en invierno. Todo muy bien, y sin embargo, la velocidad máxima en las carreteras rurales es de ochenta kilómetros por hora (las autopistas más grandes son mucho más permisivas, aceptan cien). Hay que ser sinceros, la mayoría de las personas se pasa el límite de velocidad por donde no llega el sol, pero un humildísimo conductor G1 no puede darse ese lujo. Hay que navegar a ochenta en carreteras rectas, rectas, muy rectas. La sensación es hipnotizante. No me sorprende nadita que la gente se quede dormida mientras maneja.

En fin, que yo quería mi licencia sólo como identificación, y ahora lo que quiero es poder conducir un auto sin necesidad de ir acompañada. Ahora quiero mi G2 y lo máximo que tengo que esperar es un año. Lo sabía, una vez entrando al torbellino de la burocracia, ya no hay salida.

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