adie sabe por qué ese pedazo de la ciudad tiene forma de triángulo isósceles. Es probable que Casimiro Castro fuera el primero en mostrarlo al mundo gracias a las dos litografías en las que retrató Tacubaya y que se publicaron en el clásico México y sus alrededores, editado por J. Decaen, en 1864. Abordo del globo que le permitió apreciar los rincones de la ciudad en crecimiento, Castro, desde Chapultepec, dibujó la entonces Villa de Tacubaya, una zona con un clima envidiable, una iglesia, un convento, un molino, una escuela, una guarnición del ejército, una ermita, plazas, plazuelas, plazoletas, un río con dos nombres, y cierto atractivo pintoresco que la hicieron el lugar adonde las élites construyeron sus casas de descanso. Quizá la gran inundación de 1629 contribuyó a la fama del lugar, pues gracias a su ubicación y altitud estuvo a punto de convertirse en la capital del país. Debido al alto costo que hubiera implicado la mudanza, el proyecto no se concretó, pero puso a Tacubaya bajo los reflectores y ya se sabe que los ricos huelen esa clase de oportunidades.
La litografía permite observar varios elementos: la Calzada de Chapultepec a Tacubaya remataba en el primer vértice del isósceles; que a partir de ese punto, dos segmentos del triángulo se internan en la villa, creando las calles principales: del Calvario, hoy Avenida Revolución, y Real, años después nombrada Juárez, hoy Avenida Jalisco. Metros más adelante, la calle 2 de abril, hoy José Martí, le daba forma al triángulo.
El terreno, propiedad de la familia Mier y Celis, era el más extenso de la villa: más de cincuenta mil metros cuadrados, un pensil donde crecía toda clase de plantas, árboles y flores. La litografía deja ver una construcción al centro del terreno, con toda seguridad la casa adonde se retiraban a descansar sus dueños, abrumados por el trajín de la ciudad. En 1869, cinco años después de la ascensión de Casimiro Castro, don Antonio Mier y Celis heredó la propiedad y muchos millones de pesos, no por nada se le consideró el hombre más rico del país durante el Porfiriato. Fundador del Banco Nacional de México, se casó con doña Isabel Pesado de la Llave, y se fueron a vivir a Tacubaya. No escatimaron en gastos al grado de que la casa se convirtió en la más lujosa de la villa y es probable que de los alrededores, compitiendo con los palacios coloniales del centro.
En el vértice principal se construyó un arco de acceso, similar al de Constantino en Roma, de tal manera que el remate de la calzada ennobleció su aspecto. Además de marcar la entrada principal de la casa, el arco contaba con dos salones para recibir visitas inesperadas, y funcionaba como vivienda del intendente. La señora Pesado mandó construir un estanque que, se dice, era navegable. Había estatuas, bancas, un barómetro, una capilla, una caballeriza y una entrada sobre la calle Real por donde corría el tendido de una vía férrea: para ir o regresar a la ciudad, los Mier y Pesado contaban con su propio vagón tirado por mulas. Esa puerta, modificada al extremo, aún existe sobre Avenida Jalisco.
En 1887, doña Isabel manda construir una capilla más amplia, inspirada en el Panteón de Agripa. No se imagina que esa capilla será lo único que quedará de su magna propiedad.
Cabe suponer que debido a la naturaleza de sus negocios, don Antonio, no pasaba demasiado tiempo en la villa; cuando es nombrado ministro plenipotenciario ante Francia, en 1894, se muda a París de donde nunca más regresará. No podrá ver el nuevo siglo ni atestiguará los horrores de la Revolución mexicana, pues fallece el 13 de diciembre de 1899, a la edad de sesenta y cinco años. Viuda y sin descendencia, la pareja perdió a su único hijo a los pocos días de nacido, doña Isabel empieza a hacer los arreglos necesarios para crear una fundación a la que dejará toda su fortuna, incluyendo sus propiedades. Ella también se va de México y muere en París el 31 de enero de 1912, a la edad de ochenta años.
Trinidad Pesado, su hermana, es nombrada albacea y se encarga de crear la Fundación Mier y Pesado, el 2 de julio de 1917. Las primeras acciones son la construcción de un par de escuelas, una para niñas y otra para niños, las dos aún en funciones: “Instituto Mier y Pesado”, en la Calzada de Guadalupe, y “Escuela Mier y Pesado”, en Coyoacán; además de dos casas para ancianos, la “Residencia Mier y Pesado”, en Tacubaya, que durante algunos años ocupa la fastuosa mansión, y la “Casa Hogar”, en Orizaba, Veracruz.
Los administradores de la Fundación se dan cuenta de que no hay dinero que baste en un país tan necesitado como México, y calculan que para que el sueño de doña Isabel perdure, necesitan de más recursos. Entonces el triángulo isósceles vuelve a aparecer en escena. Hacia 1927, la Fundación decide usar el terreno para construir viviendas de alquiler. Juan Segura, un arquitecto de treinta años de edad, egresado de la Academia de San Carlos, es contratado para iniciar la transformación de Tacubaya. Segura ha participado en otros proyectos de la Fundación: junto con el arquitecto Manuel Cortina García colabora en el diseño y construcción de la escuela para niñas en Calzada de Guadalupe, y es autor del proyecto de la de Coyoacán, que en muchos detalles se parece el Edificio Ermita.
No está demás decir que Juan Segura estaba unido a la Fundación porque su padre es parte de la familia Pesado.
El primer proyecto que se le encarga se construirá en la parte sur del terreno: se llamará Edificio Isabel, en honor de la filántropa. Terminado hacia 1929, el inmueble es un conjunto con dos tipos de vivienda: dos crujías de cuatro niveles con departamentos que dan a la recién nombrada Avenida Revolución y a la calle 2 de abril; y en el interior, casas de dos niveles a las que se llega mediante un par de calles interiores, separadas entre sí. Sin embargo, Juan Segura ha estado pensando en otro proyecto, uno más radical, en la parte norte del terreno donde se levanta el viejo arco de acceso.
Cuando la Villa de Tacubaya deja de ser un municipio y pasa a formar parte de la Ciudad de México, hecho que ocurre el 1 de enero de 1929, la Fundación le envía una carta a Juan Segura con fecha del 16 de noviembre de 1929. En ella le solicita que elabore un estudio y un anteproyecto “de conformidad con las instrucciones recibidas”. Al año siguiente, el 28 de enero de 1930, se firma la minuta del contrato de obras a precio alzado que formaliza la relación entre la Fundación y el arquitecto. En el documento se describe el edificio que será construido en un terreno de 1,390 metros cuadrados: locales comerciales en la planta baja; cine-teatro entre la planta del primer piso y tomando la altura equivalente a dos pisos más; en los siguientes tres niveles habrá habitaciones. Segura se compromete a terminar el edificio en dos años a partir de la fecha de la minuta, a un costo de $712,579.60 pesos-oro. Es evidente que la audacia de este proyecto no ha nacido de la mente de los administradores de la fundación, sino del talento de Segura quien lleva meses cabildeando la idea.
No queda claro si la decisión de ceder una franja del terreno para la ampliación de la avenida Revolución también es idea de Segura, hay quienes afirman que así fue, o son las autoridades del Departamento Central que pretenden enlazar Tacubaya con Mixcoac y San Ángel. Si la distancia entre el arco y la esquina en la calle 2 de abril es de aproximadamente de 427 metros, la Fundación pierde un terreno de 8,540 metros cuadrados. Esa cuchillada al corazón del barrio determinará su futuro próximo, cuando el automóvil se convierta en el amo y señor no sólo de la Ciudad de México sino de todas la áreas urbanizadas del mundo. Lo cierto es que la medida resultará beneficiosa: para incentivar a que la gente venga a vivir a Tacubaya, hay que modernizar el pueblo, ensanchar esa calle es mirar hacia el futuro.
Ni siquiera en la pujante colonia Condesa hay una avenida de ese tamaño, mucho menos en la vecina Escandón. Además, la pérdida de metros cuadrados se compensará construyendo el Edificio Ermita, bautizado así porque en la calle de la Primavera, hoy Benjamín Franklin, estuvo la ermita del Calvario. Luego, una vez que se concluya la obra, el terreno que queda entre el Isabel y el Ermita incrementará de tal manera su valor que podrá ser vendido en lotes o destinado a más viviendas. La infraestructura necesaria para la nueva colonia, agua, drenaje, luz, es obligación del Departamento Central. Quid pro quo, decían los romanos.
Entre 1929 y 1932, Tacubaya dejó de ser una villa, lo que antes era una calle de pueblo se ha ensanchado para darle paso al progreso y donde se alzaba el símbolo del gusto refinado de una importante familia, se ha levantado un “edificio moderno”, hecho con concreto, material que no tardará en popularizarse, y acero, fabricado en una incipiente compañía de Monterrey. Conforme se va construyendo, los vecinos se escandalizan y protestan: están acabando con el carácter pueblerino de Tacubaya al edificar un monstruo que parece el casco de un barco.
Una fotografía de la época muestra la estructura del edificio, un esqueleto de vigas de acero que contrasta con las fachadas de estuco, balcones y peanas. Y es que Juan Segura ha proyectado un edificio inusual que combina tres tipos de departamentos, todos amueblados, para solteros, parejas y familias completas. Cuenta con elevador, servicio de lavandería, caldera para agua caliente, locales comerciales en planta baja, una sucursal del Banco Nacional de México, y dos elementos como para volverse loco: en el cuarto piso, un patio triangular iluminado con luz natural que se filtra a través de un vitral multicolor. En realidad es un lobby amueblado con sillones y mesas para que los inquilinos reciban a sus visitas. Luego, debajo del patio, un cine, el Hipódromo, el más lujoso y moderno de su época. Los razonamientos de Juan Segura son tan lógicos que podía atribuírsele cierta inocencia a la hora de proyectar el edificio: si un triángulo, por definición, se va extendiendo de un vértice hacia los otros dos, cuando una línea recta lo divide por la mitad nace un trapecio, forma que se adapta perfectamente con una sala de proyección. En la base menor del trapecio se coloca la pantalla y las butacas van ocupando el resto del espacio que va abriéndose, dando cabida a más espectadores. Y si se le agrega un primer nivel, caben más personas que pagarán un boleto para entrar. En esa sala caben 2,490 personas, divididas en patio, balcón y gradería. Para la Fundación esto quiere decir más dinero, pensando en que el cine competirá con los del centro de la ciudad. Incluso la fachada ciega del edificio, la que ahora se ha convertido en el remate natural de la Calzada de Tacubaya, no tarda en usarse para montar anuncios publicitarios de Orange Crush, Zapatos Canadá y Coca Cola.
Una serie de cambios al proyecto, todos solicitados por la Fundación, retrasan la obra, hasta que el 20 de agosto de 1935 el Departamento de Salubridad Pública autoriza a que se habite el edificio. El 11 de abril de 1936 se inaugura el Cine Hipódromo: se proyecta la película Las quiero a todas, con Jan Kiepura, tenor y actor polaco.
La Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial envían nuevos inquilinos al edificio: republicanos que escaparon de Franco; judíos alemanes que escaparon de Hitler. La antigua casa principal de la Hacienda de la Condesa es, desde 1941, sede de la Embajada rusa.
El Ermita y el Isabel han funcionado: la Fundación recauda buen dinero para recuperar la inversión y continuar con las obras de beneficencia. Además, se han convertido en un polo de desarrollo para la zona: no pasa mucho tiempo para que cientos de familias empiecen a vender sus propiedades. Los nuevos dueños siguen al pie de la letra la receta de Juan Segura: levantar modernos edificios de departamentos.
Sin embargo, los años de bonanza se eclipsan por una decisión del gobierno federal. La Segunda Guerra Mundial ha terminado y con ella la época de las vacas gordas en el país.
Para detener la espiral inflacionaria y contribuir al bienestar de las familias mexicanas, en 1948 se aplica la política de las rentas congeladas. ¿En qué consiste? Los caseros no pueden incrementar las rentas y lo que había sido un negocio rentable termina siendo una condena. Cientos de propietarios dejan de ganar dinero y resulta que sus inquilinos viven mejor que ellos. Como el precio de todo lo demás sigue incrementándose, se vuelve imposible mantener casas y edificios. La acción de la lluvia, el sol y el viento, que no sabe nada de decretos o políticas, se encarga de estropear la ciudad poco a poco. El Ermita y el Isabel no son ajenos a esta situación: sin dinero, no es posible hacer reparaciones, sin dinero no se puede pensar en mantenimiento correctivo. Sobre todo porque el dinero debe destinarse a las obras de beneficencia. Mantener los setenta y ocho departamentos del edificio es una labor titánica. Los muebles de los departamentos van estropeándose, los sillones del lobby se desgastan y reemplazarlos no está contemplado en los presupuestos. El hermoso vitral que cubre el patio comienza a romperse. En pocos años habrá desaparecido sin dejar rastro de su presencia, más que la retícula que lo mantenía en su sitio.
A pesar de todo, el edificio Ermita se mantiene ahí, con esa extraña dignidad que confieren los años.