Lo que sucede, es que estos jefes de estudios,
o gente como yo, sabes, escritores, productores y
directores vemos el mundo de cierta manera
y no desafiamos eso tan a menudo,
sino más bien replicamos el mundo en el que crecimos,
sin siquiera preguntarnos por qué lo hacemos
Paul Haggis, escritor y productor de Crash, Million Dollar Baby
[Miss Representation (2011)]
Hace algunas semanas (o meses, la vida en las redes sociales es trepidante), un amigo reflexionó públicamente acerca de la cuota de género en sus libreros; dado que las escritoras no gozaban de buena representación, pensaba en la conveniencia de imponerse a sí mismo una cuota de mujeres, su motivo humorístico me sirvió de ejercicio propio. La cuestión adonde me condujo su comentario, fue a pensar en el proceso gracias al cual había llenado su librero de escritores mayoritariamente, me gustaría saber de qué manera hizo su biblioteca. Aunque, sin temor a acertar, supongo que la suya como la mía, siguió en mucho los ritmos escolares, las recomendaciones, los obsequios, las compras orientadas por reseñas, modas u obligaciones. Yo no heredé libros.
Mi primer libro de literatura fue El Principito, luego Crimen y castigo (sobra decir que no entendí gran cosa de ninguno), Milán Kundera vino a mí durante la preparatoria, estaba de moda, y fue el obsequio de un profe que tampoco leía a escritoras (durante la secundaria yo no leí nada, veía tele). Luego regresé a Dostoievski y ya, fue el pie firme en la Gran Literatura (así con mayúsculas). Leí sin guía, siguiendo lo que hallaba en los tiraderos de libros trinchera de resistencia de los clásicos, luego tras un año de haber estudiado química entré a la carrera de letras donde me fue dado el canon mayor del hispanismo, el canon masculino he de aclarar.
La primera mujer en mi vida literaria fue Katherine Mansfield, en un material de lectura que me costó dos pesos (una plaquette color naranja según mi mala memoria) entonces la perseguí como ella a mí, la angustia de sus personajes me arrasaba los ojos de lágrimas. Era maravillosa. Luego la Woolf, 10 pesos en el metro CU, Una habitación propia, luego Las Olas. Leí mujeres porque estaban ahí junto a y mezcladas con Vargas Llosa, Rulfo, Arreola, Márquez, Dostoievski, Byron, Melville, Garcilaso de la Vega, Homero, Dante, Shakespeare, el dios Cortázar, el portentoso Quiroga. Todos a 10 o 20 pesos, y claro Maquiavelo (Platón, aunque igualmente accesible nunca me llamó la atención). Ellas en una mezcla impura con ellos, se les podía distinguir de entre la mayoría…, en la Facultad nunca me fueron mencionadas, me obligaron a leer el Mío Cid, pero no a Inés Arredondo, ni a Ampáro Dávila tan de moda ahora, ni a Pizarnik, ni a Josefina Vicens, ni a la tétrica Guadalupe Dueñas, en la Facultad ellas no se sentaban junto a ellos.
Recientemente, una ex becaria de famosa fundación literaria me comentó que en una sesión, afamado crítico de literatura mexicana dijo sin reparo que en México no había escritoras durante el siglo XX, nadie encaró al crítico, ninguna becaria ni becario se atrevió. La correctora de una revista de investigación del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, me aseveró, hace quince años, que estaba convencida de que las mujeres no éramos capaces de las mismas tareas intelectuales que los varones. Por estas prácticas y creencias la cuota de género es necesaria aún.
En la tradición europea las escritoras se han escabullido, al menos desde el siglo XIX, tras el uso de seudónimos masculinos, o bien, empleando iniciales; y apenas hace unos años se trataba de que J. K. Rowling fuera identificada con un autor, esto de acuerdo a los prejuicios del editor quien temía que una mujer no tuviera éxito en la venta de libros para niños, coto literario en la industria editorial británica reservado a escritores, de ahí la “K” (curioso, en nuestra tradición las cosas de niños son propias de señoras)… ¿Se pensó que quizá se tratara de una Bárbara Traven y no de un Bruno?
Los textos anónimos en los últimos trescientos años bien podrían ser de autoría femenina, sobre todo en la mejor alfabetizada Europa central. Historia de O, uno de los relatos pornográficos y eróticos (aquí una categoría no excluye a la otra), más famosos se suponía de desconocido autor masculino…, y es que pareciera natural que las mujeres escriban de romance, pero no de ciencia ficción, relato policial, o pornografía, quizá por esto y otras razones, las siglas y los seudónimos logran el objetivo: abrirse un espacio, rebasar el pre-juicio, pues al mismo tiempo que ocultan identidades, nos descubren presupuestos de lectura, valoraciones críticas por parte del público y de las instituciones de lo literario, entre ellas de la importante industria editorial. En este sentido, un editor está obligado a leer indagando en sus propias nociones de lo literario, en sus expectativas, si Agatha Christie se hubiera limitado a seguir a sus maestros del crimen como Conan Doyle seguramente no sería una de las autoras más traducidas, sucede que ella construyó sus propias fórmulas estructurales que la desviaban en parte de la tradición del género. Para como está el negocio de vender libros y de hacer leer literatura, ya resulta ridículo o por lo menos mal negocio no familiarizarse con lo escrito por mujeres.
Y no, no por ser escrito por una mujer es femenino ni mucho menos feminista (recordemos aquí a la más leída de las letras españolas después de Cervantes, Corín Tellado; o a la autora de la novela de las sombritas, ambas reproductoras de estereotipos patriarcales). La transformación social va de la mano de los roles que vemos actuarse todos los días, si un padre usa cangurera o rebozo, besa a su hijo, juega con él, le cocina, algo se trastoca, hay mujeres a quienes eso les parece poco masculino, hay hombres a quienes les resulta liberador, de eso se trata. Quizá Tellado liberó a otras mujeres para escribir, como sin duda lo hizo Clarice Lispector, o Dominique Aury autora de Historia de O… La cuota garantiza un derecho negado por las creencias con que vivimos, a la que le viene bien la página 3 del Ovaciones, pero le incomoda una Virginie Despentes.
Sin la apertura podríamos habernos ahorrado a Corín y su relatos lacrimógenos, o a Emily Dickinson y su poesía que estrangula, aunque tampoco nos haría mal deshacernos de la obra de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, o de Alejandro Dumas hijo (o de las canciones de Arjona), para quienes no hay sino el filtro del tiempo… Imagínense, Pizarnik, Piñera y Neruda; Dickinson, Dostoievski, Dueñas, sin distingo en nuestro librero, o al menos compartiendo el mismo cajón de libros ya no a 10, sino a 25 pesos.