RÍO AMARILLO

Crónica de la marcha del 30 de julio de 2006

Llegué a las cercanías del Paseo de la Reforma a las 10:00 A.M y pasé a una cafetería de cierta conocida cadena a tomar un café. Cuando entré, por un momento tuve la impresión que los dueños de la franquicia habían decidido cambiar el decorado café de golpe; sin embargo, al observar bien, me dí cuenta que el amarillo omnipresente lo traían los clientes en playeras, paliacates, gorras y moños. Son ellos, la gente que busca limpieza en la elección del 2 de julio, aquellos a quienes no nos convencen los argumentos del gobierno, los PREP´s dudosos modo ni el constante martilleo de las televisoras. Son –somos– los que tenemos serias dudas acerca de la legitimidad de la elección. Niños, mujeres, hermosas jovencitas vestidas de sol, ancianos de frente alta y vestidos con sus mejores galas, doctores, ingenieros, comerciantes, bailarinas, reporteros, meseros, escritores, obreros, indígenas que con sus lenguas completan el mosaico auditivo, choferes, músicos y empresarios. Somos Mexicanos. El ambiente es de camaradería, todos ríen, hablan apasionada pero respetuosamente, discuten en paz. Me parece extraño, pues no nos parecemos en nada al retrato que de nosotros han hecho las televisoras y los medios de comunicación, no somos los porros rabiosos, armados de petardos y sprays que desmadran las calles y los vehículos que encuentran a su paso.

Antes de irme me encuentro a una vieja amiga. Es reportera, y lleva entre sus manos a su bebé. Me sorprendo: la última vez que la vi no era mamá.

–¿Que haciendo por aquí? –le pregunto.
–Venimos al mitin. Vamos a apoyar a Andrés Manuel –me contesta con su sonrisa flanqueada de hoyuelos.

Los veo alejarse, pensando en lo que de ellos dicen López Doriga, Alatorre, Espino, Fox, Calderón y demás. ¿Son ella y su hijo un Peligro para México?
–No –me respondo–, definitivamente no.

Me incorporo al contingente una hora después, justo en la esquina de Insurgentes y Reforma. El cruce está a reventar. Voy con Rebeca, mi amiga del alma. Desde que llegamos nos deshacemos el gaznate con consignas. “Voto por Voto. Felipe, no seas joto”; “Señora Hinojosa, ¿Porqué parió esa cosa?”, “Felipillo, Felipillo, ¿Dónde estás?, ¿Dónde estás? ¡Chingas a tu madre!, ¡Chingas a tu madre! ¡Donde estés, donde estés!”. La gente que marcha va tranquila, festiva. Muchos han hecho títeres, muñecos de Fox y Ratita Sahagún, pancartas llenas de arcoíris. Hay inconformidad, sí, pero también hay hermandad. Lo viejos van a la sombra, cómodos, sin que nadie intente quitarles su lugar. Ese es un acuerdo tácito, lo han ganado a fuerza de años.

Carrerolas, muchas carreolas. Niños dando sus primeros pasos que marchan junto con sus padres. Estudiantes que llevan música con ellos, que la improvisan con botes, con botellas de agua purificada, con silbatos. Es un carnaval amarillo; más bien, un Río Amarillo. No veo, por más que me esfuerzo, ningún acarreado. No hay tortas de frijol ni refrescos en bolsita, ni billetes de cincuenta pesos ni tarjetas de Soriana. Sobre todo, no hay rostros de obligación. Esa gente, pienso, se ha acarreado a sí misma.
Con trabajos Rebeca y yo llegamos al Zócalo. Antes de ingresar, sobre 16 de septiembre, vemos una imagen que avanza en un carrito, delante de nosotros. Es tal su fuerza que abre al contingente sin necesidad de que sus portadores lo pidan. Es la Santa Muerte. La han traído de Tepito. La huesuda está tranquila, junto con los fieles que la portan. Viene a la asamblea, a pedir también el voto por voto. Junto a ella pasan, echando maromas, tres luchadores de cuyo nombre no puedo acordarme. Deben ser conocidos, pues la gente los saluda y los celebra.

Plancha del zócalo. A las 13:00 horas, no cabe un alfiler. El sol cae a plomo, pero la gente no se desanima. Los sombreros, las sombrillas, los periódicos se vuelven parapeto para quienes han –hemos–, decidido esperar y manifestarnos. Habla Jesusa Rodriguez, actriz y activista, quien propone un boicot -en tabasqueño, boicó-, a las empresas que apoyaron a Felipe Calderón, o quienes formaron parte de la guerra sucia hacia el Peje. Kimberly Clark, Banamex, Televisa, TV Azteca, Bimbo. La siguiente oradora es Guadalupe Loaeza, quien expone en pocas palabras los porqués. Luego, Regina Orozco y su voz de tormenta nos recetan unas coplas revolucionaras. El inmenso canto de la Megabizcocho puede, a capella, llenar la Plaza Mayor. Hablan después: doña Rosario Ibarra, quien reivindica la vejez digna y la lucha, y Elena Poniatowska, quien involuntariamente se ha convertido en uno de los iconos de las movilizaciones. Habla de corazones, de resistencias, de las generaciones que en este momento la acompañan: su hija y su nieta.

Llega Andrés Manuel López Obrador y la plaza se enciende. “No estás solo”, es el grito de los miles que estan en el zócalo. El Peje habla de las causas del movimiento, pide el recuento voto por voto, se compromete a aceptar el resultado de éste. Se dirige a quienes no votaron por él: les pide disculpas por las molestias que ha causado el movimiento, y les explica que es importante no ceder. Luego, hace un anuncio que hace que a la mitad del zócalo se nos caigan los calzones: la asamblea se queda aquí. Andrés Manuel pregunta a los presentes si están dispuestos a quedarse en plantón, en todo lo largo de Reforma y Avenida Juárez, hasta que el Tribunal Federal Electoral tome su decisión. “¡Sí!”, vuelven a decir miles, y se comienzan a organizar los campamentos.

Muchos nos quedamos mudos, incrédulos del giro que han tomado las movilizaciones. Los Amarillos han tomado Reforma, la columna vertebral financiera y política de México. En esta avenida está la Bolsa Mexicana de Valores, Muchos de los Bancos, Muchas de las transnacionales, La residencia presidencial, el Palacio Nacional.

Por otro lado, Marcelo Ebrard, jefe electo del gobierno del D.F y sucesor de López Obrador, comienza a organizar las neoaldeas, muchos de los presentes nos empezamos a dispersar discretamente por las calles aledañas a 20 de noviembre. Me siento como el prángana invitado que, aparentando ir al sanitario, se va de un restaurante sin pagar la cuenta y deja a sus amigos colgados. Veo las caras a mi lado y me percato de que no soy el único que se siente así. Rebeca y yo nos vamos por Uruguay y salimos al Eje Central, en donde los sonideros han improvisado tocadas en apoyo al tabasqueño. Comienza el bailongo en medio de la calle, entre los ambulantes y los marchantes que van para su respectivo campamento. Y la Flaca otra vez, andando por el eje, camino a su santuario en el barrio bravo. Se ve contenta, sonríe como todas las de su especie. Recordamos que el plantón se divide de acuerdo a delegaciones

–Y a tí, según esto… ¿Dónde te toca? –me pregunta Rebeca.
–Entre Dumas y Periférico –le contesto.
–Ah –asiente aún sorprendida–. A mi me toca entre Bucareli y el Colón –. Luego me dirige una sonrisa de esas sarcásticas, tan suyas: –Pero bueno, siempre quisiste vivir en Polanco ¿No?

Sonrío, aunque al ver las tiendas de campaña y los todos que la gente comienza a armar, no puedo sino tener el presentimiento de que todo eso es, en realidad, un tremendo error.

Colofón
No me equivoqué. Nunca como ese día, la izquierda en México estuvo tan cerca de acceder al poder. Sin embargo, el plantón, que duró más de un mes, causó justo lo contrario a lo que buscaba el Peje. La gente, en lugar de sumarse a las barricadas de Reforma, se alejó discretamente de ellas; Andrés Manuel López Obrador perdió millones de adeptos gracias a los efectos del plantón –pérdidas económicas, daños patrimoniales, etcétera–; muchos ciudadanos, incluso, pasaron de ser sus adeptos a convertirse en sus más rabiosos detractores. Ese plantón, que irónicamente fue la mayor movilización ciudadana en décadas, también alejo al elector de clase media de cualquier movimiento político similar al del Peje.

A casi nueve años del río amarillo, las condiciones políticas del país han cambiado radicalmente, y no para bien: el Partido Revolucionario Institucional regresó nuevamente al poder en el 2012, compitiendo de nueva cuenta contra López Obrador en una coalición de fuerzas políticas. A partir de esa fecha, la izquierda en el país ha entrado en un proceso claro de descomposición que va desde la disgregación del PRD en varios partidos pequeños –MORENA, Partido del Trabajo, Movimiento Ciudadano–, hasta la vinculación de algunos cuadros del mencionado instituto político con el crimen organizado –el caso de los estudiantes de Ayotzinapa es el más terrible, pero no el único–. Muy lejos se ve aquel 30 de Julio de 2006, en el que estos mismos hombres y mujeres estuvieron a punto de hacerse de la presidencia del país, y que quizá, con un poco más de inteligencia, lo hubieran podido lograr.

Y que, para bien o para mal, no lo hicieron.

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