SESENTA AÑOS DE LA MUERTE DE PEDRO INFANTE

ace sesenta años, el Panteón Jardín registró la más tumultuosa invasión de toda su historia. No es exagerado pensar que poco más de cien mil personas se congregaron aquí la mañana del 18 de abril de 1957, para atestiguar uno de los sepelios más llorados en la historia del México moderno. Después de un accidentado trayecto desde el Teatro Jorge Negrete, el ataúd con los restos de Pedro Infante llegó al cementerio y fue enterrado en la fosa 52, fila 27, sección Capilla, con un saldo de cuarenta y tres heridos, siete de ellos graves, cien golpeados, árboles derribados y daños por más de diez mil pesos[1].

Hoy, 15 de abril de 2017, a lo largo del día, el panteón vuelve a recibir a miles de personas que vienen a pasar un rato con “el inmortal”, para cantar al pie de su tumba, traerle flores, tomarse una selfie, comer y beber en su honor.

Si se ignora la ubicación exacta de su tumba sólo hay que seguir a las personas que presurosas parecen hechizadas por las notas de un mariachi que se oye a lo lejos. Más adelante, en una de las calles del panteón se ha instalado un mercado donde se venden playeras estampadas con la imagen de Pedro Infante caracterizado —Pedro Chávez, Pepe “El Toro”, Tizoc—, tazas, caballitos de tequila, discos, fotografías, fotocopias con las primeras planas de El Nacional y El Universal que dan cuenta de la muerte del “ídolo de México”; quesadillas, tacos, refrescos, películas y cedés piratas, e incluso un puesto donde se hacen fotomontajes para aparecer retratado junto al lado del “ídolo de México”.

La tumba de Pedro Infante es pequeña en comparación con la cripta de Blanca Estela Pavón y no se diga con la de Jorge Negrete —diseñada por el famoso arquitecto Francisco Artigas—. Sin embargo, las personas que se apretujan frente al busto de bronce de “Pedrito”, al tiempo que cantan a todo pulmón y brindan con cerveza y tequila, la convierten en la más famosa y visitada del Panteón Jardín.

Sería fácil decir que a esa hora, pasan de las doce del día, el Panteón Jardín es un circo de tres pistas, pero no vale la pena caer en la tentación del lugar común. En realidad los sucesos que se encadenan de forma paralela más bien parecen la representación de varias escenas de las películas de Pedro Infante: un grupo de motociclistas bien uniformados que forman parte de la “Federación Alas de acero”, ejecutan toda clase de suertes y acrobacias como lo hiciera Pedro Infante en A toda máquina (1951); Tizoc se protege del sol, quizá buscando a la niña María; los parientes que llegan en bola —junto con un familiar en silla de ruedas— recuerdan a la palomilla de Nosotros los pobres (1947) cuando llegan a defender a Pepe “El Toro” tras haber chocado contra el coche de Don Manuel de la Colina y Bárcenas. En ese momento observo a una señora que lleva entre sus brazos a un muñeco de Pepe “El Toro”, y pienso en la escena final de Nosotros los pobres, cuando Chachita dice que “ya tiene una tumba para llorar”. Es morena, de cabellos chinos pintados de rubio, y viste un saco gris. No aparta su mirada de la tumba de Pedro y de vez en cuando su labios se abren y cierran cantando en silencio alguna de las canciones que reproduce una grabadora. Se llama María Antonieta Gutiérrez, Maritoña, tiene setenta y cinco años, no los aparenta, y desde hace cuarenta y ocho años viene “para estar con él aunque sea un día”. La hija de Pedro Infante, Lupita Infante Torrentera, le dice “abuelita”. Su madre, de 101 años de edad, también estuvo aquí pero se la llevaron a descansar. Su nieta, sentada en un banco de plástico, revisa cuidadosamente un cancionero de Pedro Infante. Llega desde las ocho de la mañana y se irá pasadas las cuatro. “Lo voy a recordar como era en Necesito dinero (1952) y en Ahora soy rico (1952). Nunca lo vamos a ver anciano, como nosotros. Siempre lo vamos a ver joven y alegre”. El día de la muerte de Pedro Infante, María Antonieta lloró mucho, quiso ir al cementerio pero no pudo hacerlo porque acababa de entrar a trabajar. Tenía quince años de edad. Sus películas favoritas son diez, dice, pero enumera las primeras cinco: Nosotros los pobres, Ustedes los ricos, Pepe “El Toro”, Necesito dinero y Ahora soy rico. Le pregunto si el próximo año volverá a venir y responde con convicción: “Mientras Diosito me de fuerzas, vida y que pueda caminar, voy a venir. Ya les dije a mis nietos que si no puedo caminar, que ellos me traigan, no quiero faltar, aunque sea un día se lo dedico a él”.

La actuación de la “Federación Alas de acero”, grupo integrado por hombres y mujeres, ha terminado con saldo blanco, tras realizar muchas de las suertes que Pedro Chávez y Luis Macías efectúan en A toda máquina y Qué te ha dado esa mujer (1951). Sólo hace falta que atraviesen la “casa en llamas”. Este grupo fue fundado hace tres por el comandante del grupo, Edmundo Montes, quien desde entonces funge como instructor de la Policía Federal. Desde hace treinta años viene al aniversario luctuoso de quien considera “el ídolo de todos los tiempos”. Usa el bigote a la Pedro Infante y sus películas favoritas son A toda máquina y Escuela de vagabundos (1954).

Si hace sesenta años la destrucción en el Panteón Jardín fue cuantiosa, los ecos de aquella invasión resuenan cada 15 de abril, quizá no con la misma intensidad, pero si con los mismos resultados. En un amplio radio cuyo centro es la tumba de Pedro Infante, el mal estado de criptas y tumbas salta a la vista, debido a que niños, mujeres y hombres las usan para descansar o para esquivar a la multitud. Losas partidas, floreros cuarteados, criptas violadas y ángeles descabezados son los saldos del culto a Pedro Infante. Comprar una fosa en las proximidades de este epicentro será un mal negocio y un dolor de cabeza constante.

“Favor de no recargarse ni subirse” se lee en decenas de hojas pegadas en las paredes de las criptas aledañas a la tumba de Pedro Infante; la multitud, indiferente al mensaje, canta “Despacito, muy despacito”, canción que los mariachis cantaron hace sesenta años mientras el féretro descendía en la fosa.

¿Qué pasará cuando las personas como María Antonieta Gutiérrez mueran, llevándose consigo el amor hacia su ídolo? ¿Sus nietos seguirán la tradición? ¿Sobrevivirá el culto a Pedro Infante o sólo será recordado como una curiosidad del pueblo de México?

El tiempo lo dirá.

 

 

 

 

[1] Información del periódico El Universal.

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