A nuestros padres podemos culparlos de muchas cosas, de la mayoría de nuestras virtudes y de algunos de nuestros defectos, de nuestras manías y vicios, de nuestros buenos hábitos y de nuestros gustos. En mi caso, déjame contarte, en ningún otro fenómeno se manifiesta esto tan profundamente como en el futbol.
Abiertamente culpo a mi padre de mi gusto irracional por el futbol. Una parte de eso tiene que ver, por supuesto, con la propia afición de mi padre por este deporte. Crecí viéndolo jugar todos los sábados en la liga de veteranos de su pueblo, ubicado en la periferia de la Ciudad de México. Aunque chico y venido a menos, el pueblo fue en otra época una pujante comunidad textilera que contaba con una unidad habitacional para los trabajadores y su propio deportivo.
Reminiscencias de otro México, de otros años, de los que aún conservaban una cancha de pasto envidiable, con sus vestidores y tribunas.
Para mi, era como ir al estadio, pero más personal, más íntimo. Era imaginar a mi papá como a uno de esos ídolos de la televisión que hacían piruetas en el aire y que tenían magia en los pies. No sé si alguna vez lo viviste, pero no sabes el orgullo que se siente cuando tu papá se voltea hacia ti con la sonrisa en los labios y el puño en alto, dedicándote ese gol que acababa de meter. Aunque fuera la liga de veteranos de Ayotla.
Pero también esas experiencias me enseñaron que el futbol tiene emociones que transforman, que sacan lo más básico y primitivo de nosotros, que así como nos hace correr como desaforados a abrazar a un desconocido en la tribuna por la alegría de un gol de último minuto, también nos hace escarbar en lo más profundo de la ira, de la tristeza, de la desilusión.
Qué triste era ver a mi papá cabizbajo por haber perdido. Qué coraje me daba cuando le daban una falta por la espalda en medio campo. Qué avergonzado me sentí todas las veces que salió expulsado por sus muy comunes reclamos y aspavientos contra el árbitro.
Así, el futbol me enseñó los claroscuros de las emociones de los hombres. Aunque claro, para ese entonces yo no sabía que no era el único que así lo vivía y tampoco tenía idea de que Camus ya lo había dicho antes y lo había hecho mejor.
El mundial está por comenzar y millones asistiremos al espectáculo de las emociones que se expresan todas en un rectángulo de pasto de ciento diez metros de largo por ochenta de ancho. Por eso decidimos crear este espacio literario, para poder dar salida a todas esas emociones que de pronto aprietan el pecho y nos provocan gritar, llorar, reír, o golpear la pared.
En este espacio podrás, amigo lector, acompañarnos en la experiencia de vivir el mundial, más allá de la nota informativa o de la crónica del juego. Queremos que sientas el juego, que vivas el mundial con intensidad y que nos acompañes durante estas semanas a disfrutar, una vez más, del futbol.