UN DOMINGO EN LA VILLA

Bajo la que solapa y consiente —“¿no estoy yo aquí que soy tu madre?”—, la que perdona y castiga, la que absorbe y aniquila, se plantan el pedigüeño y el bendecido, el desconsolado y el convenenciero, el forzado, el entrometido. Quien asiste a La Villa —por simple curiosidad o animado por una fe genuina— se halla de frente con su propio asombro, el movimiento sentimental y lacrimógeno que pone en marcha un mundo, el encadenamiento mágico de las cosas y los seres, las fuerzas extrañas, siempre recónditas, que los conectan e impulsan. Todo es desmesurado: la mendicidad y la ceguera, la esperanza y el desinterés, la costumbre y el sacrificio, la fiesta, el velorio, la sonrisa inédita, la tristeza sin fin.

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