Para subsistir en México, donde se encuentra en calidad de turista, el norteamericano Salvador Hernández Vázquez no encontró mejor sistema que dedicarse al asalto y robo.
Salvador fue sorprendido por los policías placas 113 y 126 en los momentos en que realizaba su cuarto atraco y fue conducido a la primera delegación, donde confesó plenamente sus delitos.
Dijo que nació en Denver, Colorado, y que no tiene trabajo fijo, ya que vive con la pensión de 360 dólares mensuales que el gobierno le otorgó por haber servido en filas.
Como goza de licencia, vino a México como turista con permiso por seis meses, el cual ya se le venció, y debido a ese permiso no pudo trabajar cuando el dinero que traía se le acabó.
Como no tenia recursos fue a la embajada de Estados Unidos en México para que le facilitaran el importe del pasaje a su país de origen, pero la cantidad le fue negada.
En vista de eso -asegura—, “me vi obligado a asaltar borrachitos para poder reunir lo que necesitaba e irme a Estados Unidos”.
Hasta el momento en que fue detenido había cometido tres asaltos, que le dejaron un botín de 400 pesos, los cuales gastó íntegros en comida y hospedaje.
El sistema que utilizaba era de lo más sencillo. En las primeras horas de la madrugada se apostaba a la salida de alguna cantina y esperaba a que apareciera un parroquiano para asaltarlo en cuanto se presentaba la oportunidad.
Generalmente elegía calles obscuras en las que golpeaba a su víctima hasta que perdía el sentido y después la despojaba de todo lo que llevaba de valor.
Fue enviado a la Procuraduría del Distrito y de ahí a la Cárcel Preventiva de la Ciudad para que se le siga proceso por los delitos cometidos.
Publicada el 23 de julio de 1966 en El Heraldo de México.