TRUDEAU EN PUEBLONDON. UNA CRÓNICA

 

ondon, la pequeña London, la Ciudad-Bosque (Forest City), el PuebLondon de Ontario, fue visitada la semana pasada por el Primer Ministro canadiense como parada en su reciente gira por el país. Trudeau celebró un año en el gobierno con lo que parece ser el fin de una bonita relación con sus subordinados para enfrentarse con La Crítica, algo de lo que, aparentemente, nunca supo la existencia durante su entusiasta campaña. Para intentar corregir esta situación, su partido organizó una gira nacional para renovar el contacto con la gente.

Antes de seguir, déjenme recordarles (porque estoy segurísima de que ya lo sabían) que hace ocho años, cuando esta mexicana-que-fruta-vendía hizo planes para venir a Canadá, los sitios web de London, Ontario, la anunciaban como la 10a. ciudad más grande en el país. Casi todas las fotografías en la página oficial de London presentaban el mismo edificio, aunque desde distintos puntos de vista: uno que tiene 25 pisos de alto y que, según la hora del día, se ve muy diferente por los reflejos del sol. Este pequeño truquito y la afirmación de su décimo lugar nacional la hacían lucir como un área similar al centro de Manhattan. Desde entonces a la fecha London ha tenido un crecimiento sostenido, aunque no suficiente para permanecer en el Top Ten de las urbes canadienses y ha caído estrepitosamente hasta el lugar 15. Dos ciudades de Quebec, una de British Columbia (que creció un fantástico 53% desde 1996 hasta 2011), una en Nueva Escocia y otra más aquí a la vuelta, en el mismo Ontario, la han desplazado de su privilegiada posición.

Les cuento esto para contextualizar un poco la visita de un personaje de la talla de un Primer Ministro. Un primer mandatario que visita a sus gobernados en lugares como PuebLondon, con 366 mil habitantes (la delegación Azcapotzalco tiene más de 400 mil) e incluso pueblos más pequeños, en una gira que tiene el único objetivo de “reconectar” con sus electores.

Y a reconectar fuimos llamados los pobladores de la ciudad a través del email. Se lanzó una convocatoria pública también, según me dijeron, pero yo jamás escuché de ella ni en la radio ni por otro medio. Aún así, me llegó el correo electrónico en el que nos animaban a reservar un lugar para estar presentes en la sesión de preguntas de la población que respondería el buen Justin en un centro comunitario al sur de la ciudad. Estamos hablando de uno de esos centros que se ven en las películas gringas, mitad cancha de hockey, mitad salón de bingo para los viejitos, entre casa de la cultura y gimnasio, con actividades a las que la gente se puede inscribir por una cuota no demasiado onerosa.

Un par de días después, un nuevo correo electrónico nos daba las gracias por la entusiasta respuesta y se nos comunicaba que el centro comunitario había quedado chico, por lo que habría que trasladarse a otro (mucho más cerca de donde vivo, debo decir, por lo que me encantó la idea) con un espacio más conveniente. Las puertas se abrirían a las 6.30, por favor, lleguen a las 6, y el señor Primer Ministro empezará a contestar preguntas rayando las 7.15.

El día de la cita, por la mañana, un nuevo correo electrónico nos decía que wow, qué contentos estábamos todos de la increíble respuesta de los Londoneños. Que el auditorio grande había quedado chico y que nos veíamos a la misma hora en el Alumni Hall de la Universidad Western. Por favor, lleguen un poco antes de las 6 para garantizar un buen lugar, el evento comenzará a las 7 y el Primer Ministro empezará a contestar preguntas rayando las 7.15.

A pesar de que este año el invierno ha sido muy benévolo con nosotros, cuatro grados bajo cero son de tomarse en cuenta. Por eso, cuando me acerqué al auditorio de la universidad y vi una cola de gente que salía del campus para salir sobre la calle una cuadra completa y doblar hacia el lado del río, solo pude pensar: “Qué estoicismo de la gente que quiere participar políticamente. Claro, parece que son más que nada, estudiantes que no reservaron con anticipación. Sabrá la vida si siquiera podrán entrar”, y me acerqué, muy satisfecha de mi misma por haber actuado con sensatez y reservar mi lugar desde el momento que recibí el primer correo.

La entrada al campus estaba debidamente resguardada por policías, una patrulla impedía el acceso o la salida de coches por la puerta principal, y la larga fila de gente serpenteaba hasta la entrada. Pregunté: oficial, ¿la puerta para las reservaciones? “Hasta donde sabemos, solo hay una entrada y es ésta”. “Pero nos dijeron que las personas que reserváramos teníamos que llegar a confirmar y entraríamos primero”. “Tiene que formarse, como todos los demás. Todas las personas que ve ahí llevan 3 horas haciendo cola.” ¡Shit!

No nevaba, pero el frío cortaba la respiración debido al viento. Vistos de cerca, no eran solamente chicos en edad universitaria los que formaban la cola, sino gente de todas las edades que se quejaba bajito de no poder hacer valer su reservación. Me dirigí hasta la puerta y pregunté lo mismo: “¿Por dónde se entra si tengo reservación?” Una misma respuesta: Por aquí, y se tiene que formar. Debo confesar que la sangre latina me subió hasta el cerebro y decidí quedarme ahí parada, junto a los que estaban formados. Oí que alguien junto a mi se quejaba ante un guardia de seguridad que la gente se estaba metiendo en la fila frente a nosotros. El hombre dijo: “Soy una sola persona. No puedo controlar a los que se cuelan”. Pues muy bien, nos colamos. Yo y al menos veinte personas hicimos válida nuestra reservación, por la mala, siento decirlo.

El Alumni Hall es una cancha oficial de basketball con gradería para juegos inter-universitarios, mayormente, y es también el salón en el que se llevan a cabo las ceremonias de graduación. Una vez dentro, y acomodada justo detrás de la prensa, me di cuenta que la parte baja, es decir, el área de la cancha, había sido acondicionada con asientos que estaban ya ocupados, pese a que las puertas se apenas se habían abierto para la gente que hacía fila. En el centro, una silla y una pequeña mesa con una jarra de agua y un vaso. A un par de metros alrededor, la primerísima fila de una serie de 5, ocupadas con personajes como el rector de la universidad, el representante del Partido Liberal Canadiense, el alcalde de London, y pocas decenas de jóvenes universitarios con rostro aburrido. No sé qué piensen ustedes, pero a mí me pareció una enorme coincidencia que este grupo selecto se hubiera armado tan rápidamente, se acomodara con tanta precisión y la mayoría ostentara el logotipo liberal en la solapa.

Por ahí de las 7.15 se nos pidió que nos sentáramos en nuestros lugares (como si hubiera mucho más que pudiéramos hacer) para verificar cuántos asientos disponibles quedaban. Se nos notificó que afuera, a cuatro grados bajo cero, había 1,500 personas que ya no podrían entrar al lugar y nuevamente se nos dijo que wow, todos estábamos super contentos por la nutrida participación, gracias, todos, son geniales. Ahora sí, estamos casi listos, “let’s have fun!”. Nueva confesión. Divertirme no era exactamente lo que esperaba hacer una vez que pude colarme en el lugar. “Pasarla bien” no entraba dentro de mis expectativas para una sesión de preguntas y respuestas con un Primer Ministro.

A las 7.30 en punto hizo su aparición “El Justin”. Jeans, camisa azul arremangada hasta los codos, cinturón con hebilla prominente de la que se me escapó el estilo. Tremenda ovación se desprendió de la audiencia y el animadísimo y excelente orador tomó el micrófono para darnos a todos las gracias por estar ahí (nueva ovación), abarrotar el auditorio de Western (ovación más sonora) y dar prueba de nuestro compromiso democrático (la más sonora de todas las ovaciones).

Sin más introducción, Trudeau dio la palabra a un joven en la tercera fila a nivel de cancha, sin duda alguna un estudiante, quien llegó preparado con una de esas “más que una pregunta, tengo un comentario” de una página de longitud, en el que se escucharon dos o tres “es usted un delincuente”, “usted me ha quedado a deber mucho” y cerraba con un sonoro “espero su respuesta” con lo que yo me quedé muy extrañada porque, por lo que haya sido, nunca escuché la pregunta. A medio documento, la audiencia comenzó a hacer comentarios y pedir al joven que terminara su perorata. El Primer Ministro levantó una mano, dijo que estábamos ahí para escucharnos entre todos y le pidió al chico que continuara. Nos tuvimos que soplar el documento completo.

A Trudeau se le cuestionó de todo, desde por qué los canadienses que viven en el extranjero no pudieron votar en las elecciones pasadas (lo cual lo hizo muy feliz, porque pudo anunciar que ya está regulado que lo podrán hacer en las elecciones siguientes), hasta su política para impedir los suicidios entre la población indígena del norte del país. En algún momento, un refugiado sirio tomó la palabra y su voz se quebró en llanto, por lo que solo pudo decir “gracias”. El Primer Ministro aplaudió. Todos los demás aplaudimos. El punto más alto de la sesión fue cuando un veterano de Afganistán tomó el micrófono para comunicarle a Trudeau que, desde que volvió -herido- de la guerra, sus padres tuvieron que tomar un retiro temprano para poder hacerse cargo de él, en el aspecto médico y emocional. Sin embargo, él no ha recibido una pensión del gobierno. También el veterano comenzó a llorar. Trudeau instruyó ahí mismo al representante del partido liberal de que se hiciera cargo personalmente de su expediente y habló sobre la importancia de los soldados, los veteranos, la ayuda militar que el mundo recibe de Canadá. Preguntas de todos los sectores del auditorio; de las gradas de arriba, abajo y en medio. El mandatario les daba la palabra, escuchaba, contestaba y pasaba al siguiente participante, sin ayuda, sin maestro de ceremonias, dueño del evento.

Justin Trudeau habló de todo; sin notas, sin “chícharo” por donde escuchara cifras o datos. Con un gran dominio del escenario se dirigió a todos. Pero, como comentaron algunas personas en el auditorio, no contestó de forma definitiva a ninguna pregunta. Con gran maestría dijo algunas frases que en su momento parecían memorables, pero con una fuerte reminiscencia de campaña continuada. Lo hizo tan bien que los presentes casi nos podríamos convencer de que estaba respondiendo, pero en realidad estaba tirando slogan. A las 8.30 en punto, el Primer Ministro nos dio las gracias, apagó el micrófono y habló con algunas otras personas de la audiencia mientras se dirigía hacia la puerta. La gente se tomaba fotos con él, lo saludaba de mano, le tiraba encima sus problemas. Mitad estrella de rock, mitad mesías; la sonrisa nunca dejó su cara y el cabello se mantuvo siempre en su lugar. Antes de retirarnos se nos recordó que en aquel auditorio caben cerca de 2 mil personas. Que 1,500 se habían quedado sin poder entrar, formadas, a 4 bajo cero. Que wow, estábamos todos muy felices, no cambien, valen mil.

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