En esta chamba se conoce a muchas personas. ¿Se acuerda de Rafita Valderrama, un conductor de la tele que estaba bien gordo? Se subió la otra vez. Y eso que apenas llevo tres meses en el taxi y ya me ha pasado de todo, desde la chava que se sube llorando, también uno que otro hombre, o los drogadictos que se quieren meter perico. Pero la semana pasada me pasó que un señor me hizo la parada en Congreso de la Unión. Traía un montón de camisas, corbatas y unos trajes, venía la de la tintorería y para que no se le arrugaran me pidió que se los guardara en la cajuela. Ya los acomodó, nos subimos, arranqué y empezamos a platicar que de futbol, a mi ni me gusta, luego de política y hasta de actrices bien buenotas. Y ya lo llevé allá por el Metrobús Corregidora, me pagó y se bajó. Agarré pasaje más adelante, me llevaron a la Villa, luego por Reforma. Anduve todo el día rolando. ¡Se le olvidó toda la ropa al don! Yo tampoco me acordé.
Total que como a los tres días, el día que descansa la unidad, que me pongo a lavar el coche. Lo voy a aspirar todo de una vez, dije. Y cuando abro la cajuela, ¡no manches! La ropa del don. Las camisas eran Scappino, esas son bien carísimas, dos trajes, uno negro y otro grisecito, y muchas corbatas. ¡Qué hago?, pensé. Me acordé de mi carnal. Él estudió Turismo y siempre se viste de traje, le cuestan una lana, más de dos mil pesos cada uno. Que le hablo y que le digo que te rayaste, te voy a regalar un guardarropa. Vino de volada a mi casa, bien emocionado y que se la prueba. Y ¿qué cree?, que no le quedó nada, mi carnal es más ancho que yo. Y le digo, ¿qué hago ahora? No, pues devuélvesela al don, me dice. Y que me lanzo al día siguiente a la unidad donde lo había dejado. Lo estuve esperando un ratote y que me lo encuentro. No pues casi llora, no le exagero, al verme con todas sus chivas. Le expliqué que no me había dado cuenta que traía su ropa en la cajuela.
Me dio 500 pesos y los dos nos fuimos muy contentos.