SUMERSIONES ÁLFICAS

El blanco posee una doble cualidad: por un lado representa el absoluto,
la integración de toda riqueza obtenida mediante la suma de todos los colores, y por otro lado,
es también ausencia del color, de vida.
Tiene la pureza de los inocentes que no han vivido y el vacío de los muertos.

Rudolf Arnheim

Nada más sugerente que una hoja en blanco; detenerse para admirar su pulcra presencia, su frágil castidad, voluptuosa y cautiva de sí misma. Rodin confesó una vez sentir vértigo ante un bloque en bruto de mármol: Me provoca ejecutarlo con violencia, manifestó.

Las emociones y sentimientos que despierta aquello que no ha nacido pero tiene que hacerlo, esa especie de nada que se contempla antes de comenzar la obra, ejerce contradictorias fuerzas que guerrean por establecer su dominio. Por lo regular, todo desemboca en un par de contrincantes, e igual que en el ajedrez, la idea que lleva la delantera va tomando ventaja tragando las piezas del otro bando, todo resumido en movimientos que fueron razonados con cautela.

Para iniciar una partida de ajedrez se cuenta con veinte movimientos posibles para el ejército blanco y veinte para el negro, esto da como resultado cuatrocientas posibles posiciones; después de diez jugadas la cifra asciende a una cifra desorbitante, y de allí, con cada jugada más, las cifras crecen exponencialmente hasta volverse astronómicas; los cálculos actuales arrojan como resultado que: es mayor el número de partidas posibles (alrededor de mil vigillones) que el de átomos existentes en el universo; todo dentro de un microcosmos de sesenta y cuatro casillas. En la escritura no hay tal margen de maniobra, por lo tanto nuestra libertad es mayor.

La hoja en blanco está allí para transgredirla, para sembrar y procurar la gestación de nuestros delirios o revelaciones, nuestros urgentes y efímeros saberes u osadías. Casi siempre llegamos a ejecutar, sobre su cuerpo intacto, una idea preconcebida, o abordamos el trabajo que hemos venido elaborando, y que durante el descanso del acto de escribir, uno sigue tejiendo y destejiendo, añadiendo y quitando probabilidades. El azar es lo que incita y construye el trabajo creativo, mas es el oficio lo que transforma esas visiones azarosas en una obra con sentido del tiempo y del espacio, autónoma en su universo, autosuficiente en su lenguaje, sustentable en su forma. Las visiones siguen apareciendo, pero son acerca de aquella idea que ganó la partida a las otras, es decir, la victoriosa conjetura, la tesis principal, el o la protagonista, que no necesariamente tiene que ser de carne.

La hoja en blanco representa incertidumbre, es, el hermoso jardín de las dudas. ¿Cuántas veces me he enfrentado a ella? ¿Cuántas aperturas he hendido en medio de su nada? ¿Cuántos seres labrados que nunca fueron yo? ¿Cuántos lugares hechos de tinta e insomnio?

Imaginemos un sitio blanco, ilimitado, en el cual no haya esquinas, ni muros, ni techo, suelo o relieves; un mundo en el cual la profundidad no exista, tampoco la transparencia, donde todo sea una perpetua visión de inmaculada leche, una soledad real, sin sombras ni pliegues, sin contrastes, donde nuestra presencia no es física, sólo reside nuestra consciencia existencial (nuestro ‘yo’ consciente de sí) que puede captar como una cámara incorpórea, con libertad de movimiento, lo que está ocurriendo, pero: no ocurre nada en la nada.

Nuestro ser se encuentra ahí de forma inmaterial; sin saber el porqué, hemos despertado en este sitio saturado por ese blanco sin obstáculos en que sólo permanece nuestra consciencia humana y nuestro pasado vivencial, donde arriba y abajo, izquierda o derecha, no significan nada; un mundo unidimensional, estático, gaseoso, huérfano de sonidos, de olores. Nuestro movimiento no está limitado por la energía ni es interrumpido por entes corpóreos, sin embargo, avanzamos (por instinto) en lo que intuimos es una línea recta, aunque tal concepto sea inconcebible en tal espacio; conforme continuamos la marcha no encontramos sino lo mismo, siempre lo mismo: todo ampo; ante nuestra ceguera nos preguntamos: ¿Estoy avanzando de verdad? ¿Puede haber algún avance donde eso no puede ser posible; donde, dirección, ruta o destino, carecen de sentido? ¿Cuál es el final de un reino donde reina la ausencia de toda forma? Ir aquí resulta igual que no moverse; volver, ¿de dónde?

Esta especie de infierno que nos condena a la soledad de nuestro ser sin posibilidad de acción, esta pesadilla láctea que nos encadena a la egolatría del yo, a su exclusiva convivencia, resulta insoportable, demencial. El color al que muchos aportan cualidades de paz, serenidad, equilibrio, pureza, divinidad, reflexión, virgindad, higiene; y otros dicen es traicionero, sórdido, estoico, acusan provoca ansiedad, suscita frío, garrotera, ganas de haber nacido esquimal para resistir sus efectos polares, etcétera; es, después de todo, un color que contiene, todos los colores y ninguno.

El blanco es el símbolo de un mundo donde todos los colores, en cuanto propiedades de las substancias materiales, se han desvanecido…
el blanco actúa sobre nuestra alma como el silencio absoluto… Este silencio no está muerto, rebosa de posibilidades vivas…
Es una nada llena de alegría juvenil o, por decirlo mejor, una nada antes de todo nacimiento, antes de todo comienzo…

Kandinsky

Pero lo que experimentamos en esta albugínea dimensión, es lo mismo que me han descrito tres conocidos que han visto de vivos ojos la obra maestra de Malévich, “Cuadro blanco sobre fondo blanco”; lo que estos afortunados dicen haber atestiguado fue lo que la mayoría de los críticos de arte han reflexionado sobre la obra: La perfección inmóvil; la tautología insondable; el místico desierto de la nada; la geometría de la resurrección; el infinito del libre vacío.

Mas no estamos experimentado la observación de un cuadro, estamos en sus entrañas, sumergidos en la quinta esencia de entre su concepción y su culminación, un nacimiento y una muerte que nunca ocurren. Nuestra realidad terrestre, desterrada al recuerdo, ha sido sustituida por esta otra. No sabemos si hemos muerto, si estamos en coma, si se trata de una vívida pesadilla. Estamos sumergidos, flotando en el blanco. ¡Tenemos que despertar!, situarnos en un nuevo terreno, un nuevo comienzo donde nuestra imaginación pueda ser sostenida.

Volvamos a la hoja. El incómodo encuentro con ésta sucede cuando no sabemos cómo o con qué vamos a comenzar. Nuestra tarea es capturar un fantasma que se pasea entre nuestra nariz y el albor del papel-pantalla, pero como una aparición jamás podrá ser apresada, sólo puede ser descrita. Puede llegarnos una idea, quizás una primera línea, con suerte una apoteosis, y de ahí, como decía Cocteau: El manantial desaprueba, casi siempre, el itinerario del río.

Puede que hagamos el texto, de punta a cola, en sólo una jornada, y éste nos satisfaga; puede que suframos la invasión de hordas de la mal llamada inspiración, que casi siempre viene a ser una erupción febril de ideas, influenciadas (por lo regular) por recientes lecturas de consagrados escritores, ante lo que hay que tener suma cautela; también puede acaecernos la desesperación por buscar un buen título, un tono adecuado; albergar la obsesión por la técnica, el lenguaje, la llaneza, y demás; incluso podemos pender del alambre con expectativas desproporcionadas, rayanas en la locura, como la omnisapiencia o la perfección. Cuando la esterilidad creativa y la torpeza mental nos invaden, podemos recorrer el laberinto del fracaso, pero lo mejor será mandar todo a la mierda y regresar más tarde.

Si aún así ha vuelto una y otra vez y continua observando la hoja albina que despiadada refleja su inmovilidad, puede recurrir a otras técnicas, por ejemplo, escribir lo que le ha llamado la atención en el transcurso de la semana, emplear la escritura automática o pensar en anécdotas; si su intención es de corto aliento puede crear aforismos o hacer minificciones; o quizá, por medios de la écfrasis desentrañar su visión de profeta chiflado; o como muchos otros, portar su sayo de rectitud beata, de repartidor de la justicia, de docta prosapia; tapizar con mierda la simplicidad álfica y luminosa de la página; puede también versionar cualquier obra, sea clásica o no; incluso pasar a verso cualquier recetario, o dejar las páginas en blanco, que para los amantes del arte contemporáneo sería una delicia, pero si tiene que recurrir a esto último, dedíquese a otra cosa, los escritores escriben, no hacerlo y pregonarlo representa un fraude.

Por lo regular, el cómo es lo que nos provoca comezón, pero bastaran tres o cuatro intentos para agarrar carrera; pero si es un bloqueo, aproveche para vivir un poco más fuera de los libros, verá que si usted es un verdadero cagatintas, volverá sin que nadie lo lleve de la mano; si el verbo fracasar comienza a parecerle su apellido, será mejor que se meta a publicista, que pase a engordar las filas del falso periodismo cultural (que reduce la vida literaria a chismes), otra es que comience a dar talleres para malcriados niños Montessori o de plano pase a organizar festivales para presentar ‘niños escritores talento’ y patéticos espectáculos de boxeo poético, donde no hay ni boxeo ni poesía; si le provoca terror la hoja blanco, dedíquese a otra cosa, tal caso sería como aquel del obrero que por las noches sueña que va a explotar el lugar donde labora y todos los días se presenta a trabajar en una fábrica de dinamita.

Por mi parte, cuando voy a empezar a trabajar, contemplo la hoja impoluta unos segundos, tomo distancia, consciente de que destruir la nada es lo único que puede guarecerme del sinsentido, la aburrición y la humillante realidad. Entonces comienza, la cadencia incesante de babel, la marcha musical del idioma, la correría delirante de lo mágico, la avanzada de los ejércitos de la imaginación.

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