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PALABRAS PROHIBIDAS Y DIETAS ROTAS

¿Ya empezaron su dieta post navideña? La propuesta de quienes han decidido que no quieren saber nada de dietas ni regímenes saludables es que, después de declarar oficialmente terminado el puente Guadalupe-Reyes, se haga una pequeña pausa (después de la Candelaria) para ponernos en forma y cruzar el puente del 14 de febrero al 10 de mayo (Vale-Madres) el cual representa más adecuadamente nuestro concepto mexicano sobre la gordura y sus consecuencias. No por nada el 2014 representó la elevación del nivel de obesidad entre los mexicanos hasta el 33%, con un nada envidiable 70% de personas con sobrepeso. Menos del 25% de la población de México está dentro de los parámetros idóneos de peso y talla y (¡sorpréndanse!), esos connacionales que logran mantener la línea pertenecen al sector de quienes tienen mejores ingresos y educación. El 85% de los paisanos somos, entonces, ignorantes, pobres y gordos.

La situación de los canadienses es muy diferente: su población adulta obesa alcanza 1 de cada 4 individuos (alrededor del 25%) mientras que los niños obesos ya son 1 de cada 10. Una de las diferencias en las estadísticas mexicanas y canadienses es que Canadá tiene más escrúpulos al reportar a su población con sobrepeso, pero la calculan en cerca de 41%. Los reportes del sector de población en el que se encuentran es similar: cerca del 50% tienen nivel de educación bajo, son económicamente vulnerables y de tamaño “grande”. Además, están peleando duramente por su derecho a ser tratados igual que el resto de la población y a ser considerados “bellos” porque cada cuerpo tiene, necesariamente, un atractivo implícito.

Canadá y México siempre están compitiendo con Estados Unidos acerca de los niveles, la sutil diferencia es que al sur de la frontera se pelean los primeros lugares en enfermedades, criminalidad e ignorancia, mientras que al norte se trata de logros sociales, pago de impuestos y conquistas económicas. Los mexicanos ya desplazamos a los estadounidenses en número de gordos. Ellos ya no son el país más obeso del mundo, somos nosotros y hay que ver que costó mucho trabajo desbancarlos por motivos de peso. En Canadá disputan ahora el primer lugar en atención a la población obesa y como en ninguno de los tres países, están tratando de aplicar programas de prevención para reducir las cifras y evitar la incidencia de problemas de salud que acarrea el sobrepeso.

La sicología y el control de peso están íntimamente ligados y por ellos es importante prestar atención a la forma en que nos expresamos al respecto, lo que ello dice de nosotros y de los dos estilos tan diferentes de abordar una crisis. En México aún no tocamos los extremos del miedo al lenguaje que ataca a las culturas anglosajonas, pero nos desbarrancamos en la banda opuesta cuando nuestro vocabulario representa las fobias que nos corroen. En México escuché a una joven referirse a otra como la “asquerosa cerda marrana” que no podía dejar de “tragar”.

Dejando de lado las redundancias, no es difícil percibir un ligero desprecio hacia la persona obesa que no controla su apetito. Si generalizamos esta percepción y nos asomamos a la estadística, podríamos concluir que sentimos lo mismo hacia el 85% de la población, a menos que estemos en el confortable 25% de los delgados con carrera y billetera. Nos miramos en un espejo que nos desagrada, no hacemos nada por mejorar la imagen y cerramos los ojos ante nuestras propias carencias económicas y de conocimientos para consolarnos con un tamal.

En la otra orilla del manejo de lenguaje, los canadienses consideran el uso de la palabra “gordo” (fat) como inapropiado. Una palabra que puede describir una situación real se considera un insulto, se saca del diccionario. En su lugar se debe usar la palabra “grande”, a pesar de que no describe la situación pues una persona grande puede serlo de estatura o de constitución sin haber rebasado la línea del sobrepeso.

No estoy cómoda con ninguno de los dos estilos. Me parece cruel y profundamente dañino considerar asquerosos a los gordos, y me parece ingenuo hacernos, literalmente, de la vista gorda y mejor llamarlos “grandes” para no ofender. La primera reacción tiene como consecuencia el agravamiento de la presión social e individual sobre quienes tienen problemas para controlar su peso. La segunda lleva a los gordos a la negligencia: se les brindan carritos automáticos para que puedan moverse con libertad en la ciudad a pesar de que sus piernas no resisten el peso; se les asignan asientos especiales en el transporte público y en general se les trata como minusválidos cuando tendrían la posibilidad de llevar una vida más sana.

Ambos extremos del uso del lenguaje nos revelan la falta de solidaridad y una intención de no relacionarnos con el otro, a quien consideramos inferior. En el norte de América del Norte se disfraza detrás de una intención de respeto, pero no se admite que, aunque las palabras no suenen, mantenemos el sentimiento que las genera. Yo opino, aunque se arme la gorda.

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