MI CASA ES HIROSHIMA

uienes por el misterioso azar de la literatura nos hemos topado con la obra de Felipe Polleri (Montevideo, 1953), nos hemos hallado con una belleza extraña. Extraña por su prosa de vuelos oníricos, humorísticos, atrabiliarios o reflexivos, pero que es todo menos dulzura rezumada, sino violencia expresionista, crudeza de la humanidad abierta y desnudada por una pluma escalpelo.

La vida familiar (Librosampleados, 2017) es otra de las breves pinturas a lo Francis Bacon con las que Polleri retrata su mundo. Un sitio literario poblado de artistas y creadores perturbados, soñadores malogrados, imaginería apocalíptica y demonios personales que lo acosan en casa o en la página, forjando una estética que lo ha convertido en uno de los escritores más singulares y ya no tan ocultos del lado oriental del Río de la Plata.

En esta ocasión, el uruguayo se vuelca sin miramientos sobre nuestro núcleo social primario. Pero en el estilo agudo e incisivo de Polleri, la familia será todo menos una institución sagrada, respetable y afín a las buenas costumbres. Se trata de “una cámara de torturas, diminuta, atestada, claustrofóbica” (16), un sistema de convivencia basada en la explotación física y artística como en “Cigarrillos y sardinas”, pieza que narra los anhelos de venganza de un escritor-futbolista que sostiene a los suyos arrastrándose por una moneda en partidos transmitidos en televisión nacional.

La familia, en este libro demoledor, es un salvaje ecosistema donde padres, hijos, tíos, primos y abuelos se atacan, se desgarran y se victiman mutuamente con el sólo fin de proteger la propia vida:

Lo más común es estrangular a la madre con el cable del teléfono, aunque ahora, debido a los celulares y a los teléfonos inalámbricos, se estén estudiando otras soluciones. A los hijos, por ejemplo, se los echa de la casa para que terminen matándose con una sobredosis de alguna porquería. A los tíos, generalmente violadores de sus propias sobrinas cuando eran niñas, se los castra y despedaza para después, bien adobados, ir despachándolos en forma de asado al horno. A las abuelas se las interna en una así llamada <<casa de salud>>, donde se soborna a una de las cuidadoras para que no les dé los remedios, o para que les dé los equivocados y, en fin, para que se encargue del asunto lo más pronto posible. E insisto: no se trata de falta de amor, o desamor, sino de supervivencia… (16)

En este entorno, la resistencia a los maltratos y los malentendidos continuos es la cualidad más preciada para sobrevivir. Los asideros para soportar la trágica cotidianidad con nuestros seres amados son escasos. Están la fuga en ciudades apocalípticas y estériles, llenas de agentes secretos (“Un viaje con mis padres”) o el consuelo del mundo de los psicofármacos (“La dirección”). En su extremo, llevan a la violencia reivindicativa, como en los matricidios sorpresivos pero a intervalos regulares con que los hijos restablecen la justicia simbólica en una aldea (“El sueño africano”); o a la metódica tortura de mantener la existencia degradada de un pariente envejecido que ya ha visto desaparecer todos sus amores y placeres (“Contra la eutanasia en el núcleo familiar”).

Ante estas alternativas, casi románticamente, sólo el arte ejercerá de fuego purificador que barrerá las afrentas y permitirá continuar con la vida. El ataúd de la escritura para preservarse de la vergüenza que nuestros ensueños y pesadillas artísticos causan a nuestros parientes. “El mundo real es espantoso. Prefiero vivir entre los cuchillos de mi imaginación” (29), dirá otro personaje, un enloquecido hacedor de máscaras que ha matado a su madre.

Los diez cuentos de La vida familiar retratan dolorosa y grotescamente las miserias y las infamias de nuestros seres más cercanos. Exhiben como un gran guiñol las bajezas en nuestras casas, mientras azotan el avispero sentimental de nuestros rencores más íntimos.

Mientras pensamos con mala sangre en nuestras rencillas y venganzas secretas, Polleri dibuja nuevamente el sinsentido, la furia, la voluntad destructiva hacia los otros, la dosis de monstruosidad individual que también forman parte de eso que hemos llamado condición humana. Y es que desde el corrosivo humor negro, la imagen perturbadora y la lógica del delirio, el autor uruguayo nos recuerda que uno no está a salvo de las bombas de Hiroshima ni siquiera en el cálido seno de mamá.

Felipe Polleri, La vida familiar, México, Librosampleados, 2017, 105 páginas.

 

 

 

 

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