Hace unos días diagnosticaron a mi abuela con Alzheimer. Esta enfermedad inicia con la pérdida de la memoria inmediata, según nos contó el doctor. Mi abuela recuerda con claridad cosas de su infancia, adolescencia y edad adulta, pero no recuerda su última comida o en qué día vive.
Por momentos es como si viviera en otra realidad, una más cercana al pasado que al presente. Varios miembros de la familia notamos momentos de vacío en su mirar y nos surgen algunas preguntas: ¿Qué es la realidad antes una situación como esta? ¿Cómo entender la vida cuando alguien ya no es completamente consciente de sí mismo y su tiempo de existencia? ¿Cómo ayudarlo a llevar una buena vida con total respeto y sin imposiciones?

Cuestionamientos como estos son los que plantea América (EUA, 2018), el largometraje documental debut de Erick Stoll y Chase Whiteside. Una película que estará en el comprometido festival Ambulante de cine documental entre el 30 de abril y el 16 de mayo de este año, así como en la selección del primer FECIBA (Festival de Cine de Barrio) en Ciudad Nezahualcóyotl del 24 al 26 de mayo.
América es un intento por mostrar las diferentes capas de realidad que tiene una situación tan compleja: tres hermanos que dejan a un lado sus propias vidas para velar a su abuela que no puede cuidar de sí misma, al tiempo que intentan sacar a su padre de la cárcel.
“Es un ser que no es consciente”, dice Rodrigo, el hermano mayor. A lo que David, el hermano menor, responde: “¿Cómo puedes decir que no es consciente? Ella nos reconoce, platica, come. Tiene su realidad, pero ella es consciente”.
-No hay voluntad de seguir viviendo. Cuando se acaba la voluntad, se acaba la vida.
-No si alguien la sigue llevando.
-¡Que se vaya a descansar!, grita América a lo lejos haciendo evidente su presencia.
¿Qué tanto de ficción hay en la realidad? ¿Qué tanto de realidad hay en la ficción? ¿Cómo sabemos que vivimos en una y no en otra? El personaje de David, que no es más que el personaje de sí mismo frente a una cámara; por ejemplo, es exageradamente expresivo en su corporalidad y tono de voz: hace grandes movimientos con piernas y manos, gesticula mucho y habla muy fuerte, como si representara una obra de la comedia del arte. Él, junto a la luz y los colores que conforman ciertas escenas, hacen pensar en una puesta en escena. El documental se aleja del cinema verité y se acerca más a la docuficción con escenarios bien elegidos a partir de la luz, los colores y sus efectos.
En cambio, América, el personaje fantasmagórico que deambula por la película rompiendo cualquier posibilidad de creación de puestas en escena, deja por instantes su mirada perdida en la nada para observar fijamente a la cámara y preguntar: ¿y estos? Rompe la cuarta pared, se mete en el sistema de aparatos y nos habla a la cara. Ella, que aparece desorientada en la consecución de escenas que han construido los directores, destruye por completo cualquier posibilidad de farsa y nos grita con fuerza: ¡sigo viva!
La realidad supera a la ficción y en este caso la ficción depende de la realidad. La película completa se sostiene gracias a la presencia de América y su involuntaria inocencia. Qué tanto los directores se pusieron a la tarea de construir escenas para provocar emociones es algo que no podremos saber, pero algo es cierto: América es real.
Por último, tenemos la realidad de la imagen, la película en sí misma. El orden de edición para construir una historia es lo que al final se presenta frente a nuestros ojos. Dudar sobre la naturalidad detrás de los movimientos corporales o los tonos al hablar de los personajes es absurdo si aceptamos que la realidad que construimos a diario puede parecer falsa en el momento en que es mirada a través de los ojos de alguien más.
El infierno es la mirada de los otros, decía Sartre, porque nos muestran otras posibilidades de verdad sobre nosotros mismos. ¿Cuántos rostros puede tener un mismo individuo? ¿Cómo mostrarlos todos?
Stoll y Whiteside, como si le quitaran las hojas a una cebolla para encontrar su corazón, logran develar los diferentes estratos de esta situación tan compleja mediante la construcción de imágenes-metáfora: Rodrigo, quien realiza terapias públicas de meditación con cuencos al lado de su novia, es erigido como una especie de gurú.

El hermano mayor, el único que trabaja, es la base y punto de partida para los otros dos. Sus cuencos suenan con el sonido del equilibrio, aparecen en la trama como símbolos de paciencia y serenidad, como el intento por estar tranquilos y no explotar ante las dificultades. Los hermanos se mantienen en armonía cada vez que los cuencos suenan. Vale la pena cuidar a América y no es pesado, es algo rico que los une y los hermana.
Les permite, en una gran imagen, subirse cada uno sobre los hombros del otro y formar una pirámide que de manera inmediata habla del amor: juntos lo pueden todo.
Pero todo tiene su final, diría Héctor Lavoe, y la película completa parece avisarnos que el de América está por llegar, tal vez al mirar una muerte estamos mirando todas las muertes.
“Has estado viviendo en un sueño, la realidad destruye ese sueño. Lo único que permanece es el amor”. Una pintura al fresco aparece en la pantalla. Entra luz desde un costado, América se vuelve la figura principal y David queda como un adorno del cuadro al recargar su cabeza, con los ojos cerrados, en el hombro de ella.
Al fondo comienza a sonar música de Agustín Lara. América despierta feliz de sus ensoñaciones. Abre los ojos con la mirada de los despiertos y canta con toda su emoción. De manera simbólica nos dice por última vez: ¡Estoy viva!
A manera de colofón, miramos a Bruno y David sentados en el asiento de un coche cargando un bote con cenizas. Al fondo suena la misma canción. Un par de lágrimas ruedan por sus mejillas mientras sus labios dibujan una sonrisa.
La realidad una vez más le ganó a la ficción. La muerte es en una experiencia liberadora. La última frase de los cuencos se repite en la cabeza del espectador como un loop interminable: lo único que permanece es el amor.