LA SEÑITO DE LA LITERATURA INDEPENDIENTE
Hay cierta actitud entre quienes escriben que es prácticamente indescriptible en términos racionales, pero que está ahí operando entre algo que podríamos llamar mezquindad, malondismo y traumas de adulto al que su papá le pegó de chiquito. Alguna vez un amigo que trabajó muy de cerca con los encargados de los festejos del Bicentenerio, me contó que, en realidad, aquella actitud era producto de dos factores fundamentales: necesidad de protagonismo y falta de recursos en el sector cultural: “No sabes lo que he visto que son capaces de hacer las grandes plumas mexicanas por cien mil pesos para escribir una novela histórica”, llegó a contarme aquel sujeto.
Conozco un periodista que, entre broma y broma, dijo en una cena: “Mira, el periodismo funciona muy simple: tú dices el nombre y yo preparo la intriga”. Bueno, pues en aquella dotación de recursos estatales para celebrar que Chema (no Yazpik, sino Morelos) y el cura más carismático entre las viudas del que se tenga registro, nos dieron patria y libertad, o al menos eso es lo que se sigue argumentando en los libros de texto, escritores y creadores maldijeron, traicionaron, apuñalaron por la espalda y prometieron cosas que no pudieron cumplir. Hasta hay una anécdota de la esposa y el esposo, escritores los dos, que cobraron el anticipo de una novela sobre el Benemérito de las Américas en una editorial, y luego se la vendieron a otra. Y pos con el subsidio estatal, todo mundo salió ganando.
Hay quienes afirman que la mezquindad es producto del maldito sistema que tiene a quienes escriben sin la posibilidad de ganar un quinto en el libre mercado y que, pos ni modo, si la mano invisible no fuera tan usurera con los escritores, todos estarían agarrados de la mano justo como en el horrible mundo que se imagina Lionel Hutz, el abogado de Los Simpson, cuando piensa en una sociedad sin juristas.
En los bares y en las reuniones, el modus operandi de los escritores es sacar la mayor parte de chupe gratis y hablar mal de todo colega que se les venga a la mente. A veces no distinguen entre poetas y ensayistas (¡Ja!). A veces, ni siquiera han bebido lo suficiente como para inventar y decir cosas tan malvibrosas.
Últimamente he recordado a una mujer que conocí en un encuentro. El primer recuerdo que tengo de ella es estarse ufanando frente a un grupo de jóvenes escritores, de cómo su feroz crítica había logrado que más de una (ojo: nunca se habló de “más de uno”), dejara de escribir. “Para este negocio hay que tener la piel gruesa”, finalizó mientras miraba a su audiencia como quien ha tomado un curso para hablar en público: detuvo la mirada en puntos de fuga que se encontraban en medio de la frente de quienes la escuchaban, esto con el fin de proyectar que lo que acababa de decir era una sentencia, una verdad irrefutable. Después aplicó su técnica de “destrucción de posibles nuevos talentos” en los talleres que impartió, y tan tan.
Todos los seres humanos somos incongruentes la mayor parte del tiempo, pero pocas veces he encontrado tantos absurdos en un sola mente como los hay en este tipo de escritores. Porque esta mujer, quien se jacta de su demoledor juicio, se la pasa hablando sobre la rapacidad del libre mercado y de los errores de la modernidad occidental. No encuentro una actitud más ad hoc a la rapacidad que ella misma denuncia que andar por la vida alardeando de la cantidad de escritores que ha dejado devastados por el camino. ¿Que no es así como Slim se regodea en el baño de espumas al recordar la cantidad de empresas que ha destruido por su poderío económico?. No se me ocurre estar más alineado al “cerdo capitalismo” al que tanto detesta, que arrasar con la posible competencia, con los posibles sucesores. No hay peor depredación asociada al libre mercado que aniquilar nomás porque hay que conservar el monopolio de lo cool y de lo independiente (debería considerar que los años pasan y uno, caray, no se hace más joven).
En fin, mi última pregunta es: ¿Será que las becas del FONCA deban incluir, además del estipendio, terapia lacaniana?