UN ROUND DE SOMBRA CON DANIELA FABILA
La carta XI del Tarot de Marsella, La Fuerza, está representada por una mujer rubia que le abre el hocico a un león manso, domado a sus pies. Esta carta, dicen, habla del despertar de las fuerzas instintivas, animales, que si se reciben permiten la transformación de la conciencia. Esta carta, dicen, habla de la voluntad. La mujer decide a dónde y cómo dirigir su fuerza, el león obedece. “Lo débil vence a lo fuerte” del Tao. Mientras hablo con Daniela Fabila pienso en esto. Rubia, atractiva, amable, esta entrenadora de box ha sabido conocer su fuerza y ha aprendido a dirigirla; esa fuerza la ha sanado de los puñetazos de la vida, y eso mismo enseña en el gimnasio de box que abrió su padre hace unos 35 años.
Hija del icono del pugilismo amateur mexicano Juan Fabila, campeón olímpico en los juegos de Tokio 1964 (trajo la única medalla de la delegación mexicana aquella vez), Daniela hoy dirige el gimnasio que lleva el nombre de su padre, en el sur de la Ciudad de México, ahí donde Insurgentes termina o empieza. Si las boxeadoras son unas pocas entre miles, las entrenadoras de box se cuentan con los dedos de las manos y Daniela Fabila no es una entrenadora convencional. Creció con un ring en la casa, el cuadrilátero es parte de su paisaje; por su padre y por su abuelo ―el también púgil José Fabila― lleva el boxeo en la sangre. Es cinta negra en karate, con una importante trayectoria detrás, licenciada en Educación Física con especialidad en box y escolta profesional. Es madre de dos hijos que ha mantenido y educado sola desde hace muchos años. Teje, borda, cocina, limpia, y es lectora de Gabriel García Márquez.
En el “Juan Fabila” de Tlalpan (La Joya) entrena a 17 mujeres y cerca de 40 varones aficionados de distintas edades, además de una selección de boxeadores amateurs.
El karate la llevó a entrenar al equipo del Colegio Militar; sí, durante seis años fue la titular del equipo de karate del ejército. Un teniente coronel le ofreció entonces entrenar al equipo de box: “¿Tu papá fue campeón olímpico, no?”, recuerda ella que le dijo, y aceptó. Durante doce años entrenó grupos de hasta 2,300 militares. “Una mujer, civil, entrenando al equipo de box del ejército con instrucciones militares, imagínate… muchos querían tumbarme el puesto, pero no pudieron, prevalecí, prevalecí, porque tengo ética, soy profesional… no fue fácil”. Recibió la Medalla al Mérito Docente Militar, y sus alumnos y ella ganaron todo lo que podía ganarse en el circuito castrense.
En el ejército se hizo fuerte, se reencontró con su seguridad, pues por esos huracanes de la vida su autoestima “estaba en el suelo”. En el ejército aprendió a mirarse como lo que es: una mujer fuerte, dedicada, profesional, con voz de mando, con una carrera deportiva discreta pero impresionante, y con un legado que sostiene amorosamente con sus manos y con su trabajo. Ahí aprendió que la fuerza viene desde adentro, más allá de los golpes o de la resistencia del cuerpo, su vida le ha demostrado que la fuerza se mide de adentro hacia afuera: “Mi vida ha sido como una pelea de box, me pegan, me sale sangre, pero me agarro de la cuerda de abajo, luego de la otra y me levanto…”. Se sabe fuerte, no invencible: “No soy invencible, soy un ser humano”. Aprendió a defenderse de los insultos, las burlas, las dudas y el morbo con el que se acercaban a mirarla. Está acostumbrada a entrenar varones, y está acostumbrada también al recelo de las mujeres, que la miran siempre con más reticencia. Aprendió a poner límites, en su gimnasio hombres y mujeres se respetan mutuamente y se respetan a sí mismos.
A la par del Colegio Militar, Daniela comenzó a entrenar en el gimnasio de su padre. Renunció al ejército, donde dejó su vida, hace poco. Hoy entrena a jóvenes, niños y adultos en la técnica del box, “en la esencia, la ceremonia, el respeto… no quiero un campeón del boxeo…”. Aunque de su gimnasio salió ya un “cinturón de plata”, busca sobre todo que sus alumnos se empoderen, se descubran seguros, “viene gente con ansiolíticos y aquí canalizan… el que viene tímido se suelta… las mujeres que llegan sin seguridad se sienten fuertes”. Les enseña el box como técnica y como autodefensa, “que sea el último recurso… aquí no pasa eso de que se vuelvan violentos o agresivos… se tiene la idea de que el box es un deporte de nacos, de delincuentes, yo siempre les digo que vamos a dignificar el boxeo…”. Al margen del box profesional, comercial, lleno de intereses mercantiles, de aspiraciones desbordadas, de espectáculo, de corrupción y nepotismo, Daniela inculca un box puro, amateur, de técnica y ética. Un box/tao, un box que roza lo terapéutico, la reconstrucción del tejido social ahí en el cuerpo de la comunidad.
El gimnasio es sede de asambleas vecinales donde se discuten temas como seguridad o sobre la basura. Participan de tequios barriales en los que limpian las calles, por ejemplo. “Al gimnasio le faltan muchas cosas, pero no quiero quitarle lo que tiene porque perdería su esencia, lo que es”.
Si amateur viene de amaor, “el que ama”, Daniela Fabila entrena box amateur en el más etimológico sentido de la palabra. Larga vida al gimnasio “Juan Fabila”, que el barrio no pierda este juguete rabioso.
*Agradezco enormemente a Daniela Fabila por su tiempo y la charla.