INVOCAR AL MIEDO

a imagen que tenemos del demonio es la del dios Pan, pero el enemigo no fue asimilado a este imagen —las patas de cabra, los cuernos en la frente, la risa socarrona— de manera casual. La imagen que la mayoría tenemos de Pan es la de un compañero de Dionisio, de la embriaguez, de los deleites, que toca la flauta en el bucólico ambiente heleno. Pero ese era sólo uno de los aspectos de este dios, los dioses en la concepción politeísta son diversos en su ser como la divinidad misma, un dios nunca tiene sólo características positivas, lo mismo puede dar vida que muerte. Pan no era ajeno a esta diversidad en tanto a su condición divina, si era un pastor que tocaba la flauta, el guardián de los bosques, también era algo más oscuro, que fue la razón por la que terminó convertido en la imagen que el cristianismo hizo del diablo, era el dios del miedo.

Daniel Mirada Terrés, conocedor del miedo, sabe de esa cualidad del antiguo dios y lo conjura para construir su libro Pan: el dios del miedo, que Ediciones Simiente incluyó en su colección Simonia y el cual obtuvo en 2015 el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura.

Para exorcizar el influjo de este dios, Miranda Terrés se decide invocarlo. Darle rostro y voz al miedo. Si tememos a lo que no conocemos, lo que no podemos nombrar, hacer que eso hable, que eso adquiera voz es ya un paso para perderle el miedo, para afrontarlo.

El miedo ha sido compañero de una de las voces que construyen el libro, así nos lo declara en uno de los poemas:

 

El miedo es el revólver que tu padre guardaba en el cajón

El miedo es la oscuridad desbordada al final de jardín

El miedo es la enorme ola que te arrastró mar adentro el día que casi mueres

La memoria para esta voz es el lugar donde reverbera el temor. Por ello nos dice:

 Pero la memoria no es un río caudaloso

Es un estanque

donde los recuerdos se empozan

y los días no terminan de pudrirse

Miranda Terrés construye con una diversidad de voces el libro, dividido en cuatro partes: “Pan: el dios del miedo”; “Pabellón de enfermos”; “Pesadilla” y “Sonata del diablo (Manual para celebrar un aquelarre)”.

En la primera entreteje la voz poética de quien sufrió en su niñez la tortura del miedo, tortura de la que no puede escapar en su adultez y la voz del mismísimo Pan, el dios del miedo, quien obliga al lector a que su corazón se encoja, quien es El fuego iracundo en los bosques que no cede por noches/ El niño que se derrama agua hirviendo sobre su cuerpo nuevo.

 Ambas voces se conjugan para mostrarnos a un padre terrible, cuya única autoridad procede del miedo.

En “Pabellón de los enfermos” se ve el rostro del temor hecho de dolor físico. Aquellos a quienes la enfermedad les carcome el alma. Este apartado está construido por prosas poéticas tan bien logradas que son a un tiempo poemas y hermosos cuentos breves.  En “Pesadillas” se asiste a ese universo que es y no es parte de nuestro mundo.

 

 El imbécil       el blando hombre llora por su amada

se despierta aterrado a las tres am

Sueña que las ratas le comen su corazón de pan

Miranda Terrés deja para cerrar una sonata; se presencia el final del acto con esta pieza musical que se escucha con admiración y temor. Como se escucha la Sinfonía Número 3 de Górecki, la Sinfonía de las canciones dolientes, con el corazón en la mano, con la respiración contenida. Pero, a diferencia de un concierto, en este poema se nos dan las instrucciones para ejecutar la pieza y enfrentar con ella al diablo, sabedores que, invariablemente, saldremos perdedores.

Daniel Miranda Terrés, Pan: el dios del miedo, Ediciones Simiente

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