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EL ÍDOLO DESMONTADO

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arlos Monsiváis dejó numerosos documentos para entender la realidad mexicana. Me temo que a partir de ahora, necesitemos los documentos mencionados para tratar de entenderlo a él.

Mirar una realidad desvanecida hace mucho para acceder a un intelectual cuyos procesos mentales son tan complejos, que se valía de enumeraciones caóticas para construir, que evitaba mostrar el proceso de sus razonamientos y se limitaba a usar aforismos con notable efectismo.

Pedro Infante, en este volumen, se encuentra desmontado, de tal manera que el fenómeno del ídolo se pueda comprender en partes. Esto convence al lector de que el ídolo es más que la suma de sus partes, siempre algo más, una lectura que le agregamos desde la posteridad.

Porque al situar al ídolo en su contexto, pierde aquello que gana al entramarse con su tiempo. Se disuelve en su momento, le dice algo muy preciso a sus contemporáneos. Ante nosotros pierde complejidad histórica, se ahueca, sirve para otros fines.

Una vez que Monsiváis desmonta a Pedro Infante y lo vuelve a armar, lo hace de forma que al hablar no es el mismo, al cantar no dice las mismas cosas. Por sus parlamentos habla una época, por sus versos se expresa otro discurso. No es el hijo llorando a su madre, es el mecanismo del melodrama que está impedido de ver el mundo con sinceridad y novedad.

Hay momentos realmente notables, como aquel pasaje en el que Monsiváis disecciona el tono del habla de las películas de Pedro: el cantadito, el tono retador, con lo cual se comprende la intención de un estrato y su incapacidad para la movilidad social representada por el determinismo de la entonación. La Vecindad se convierte en un país (de ahí las mayúsculas), una nacionalidad a la que no se puede renunciar, en donde se desarrolla el Destino, que como ya dijimos tiene aquí el nombre vernáculo del Determinismo Social.

Hay algo en los ensayos de Monsiváis dedicados a grandes personajes que me llama la atención: esa sensación de ausencia, pues parece que buscamos a Pedro Infante y se mira como si acabara de pasar por aquí, se presiente incluso su voz, casi se ve su silueta. Y sin embargo, no está, es como la búsqueda de un rastro. Nunca Monsiváis interpela al ídolo ni se dirige a él.

El ensayista, en este sentido, es el que reconstruye al personaje a partir de sus obras. Si eso ocurre con las leyendas artísticas, con mayor razón con los personajes de reparto. Su existencia se resume en unas cuantas frases que vagan como ánimas en pena entre la página 1 y la 280.

“Sí, vecino, resignación y rezos; sí, vecina, Dios no quiere que maldigamos nuestra suerte”.

Puede que ni siquiera lo haya dicho nadie. Son frases sin cuerpo, fantasmas rulfianos cuyos ecos como quiera nos estremecen, pero por razones melodramáticas. No olvidemos que detrás de todos esos personajes históricos de sus libros, aquellos que alguna vez fueron, habla la voz de Carlos Monsiváis, el ventrílocuo, quien los hace revelar todo lo que con su discurso ocultaban.

Carlos Monsiváis. Pedro Infante. Las leyes del querer. México, Aguilar-Raya en el agua, 2008.

UNA SIMPLE OCURRENCIA

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omo una ocurrencia de bar —refiere Paola Tinoco— comenzó el proyecto de Tríos. Es decir, de la forma más circunstancial y cotidiana.

Es cierto.

Toda obra literaria —o cualquier producto editorial— nace de una ocurrencia. Ya sea una novela, un libro de relatos o un poemario; también una antología. Sin embargo, las ocurrencias deben trabajarse, acompañarse de otras ocurrencias y, más tarde, de maduraciones para conformar el texto final. Digamos, por tanto, que toda obra debería ser, en teoría, un conjunto de “ocurrencias maduradas”. Por supuesto, no toda ocurrencia habrá de madurar ni de toda maduración resultará una gran obra.

Imagino al menos tres maneras de proyectar una antología literaria. La canónica, la personal y la restrictiva.

La canónica es, quizá, la más común. Luego de la lectura de una serie de textos, en este caso relatos, el antólogo halla en ellos un tema común o recurrente —la tristeza, la muerte o el amor desaforado—, una obsesión, una situación geográfica, una época peculiar, una herramienta retórica o un personaje distintivo, y reúne esos textos a la manera de un manual o un mapa, en todo caso a manera de una ruta de lectura o un plan de exploración. Otro método sería simplemente reunir los mejores relatos de un autor o aquellos que un antólogo considere entre lo rescatable de un subgénero (fantástico, policial, histórico). Sobraría enumerar los ejemplos célebres de esta vasta tradición pues quizá todos guardamos algún título notable entre nuestras preferencias. Habría incuso que considerar esas maniobras del tipo Los mejores cuentos según… tan manidos en el comercio editorial pero que también trazan válidos itinerarios de lectura.

La antología personal es sencilla de exponer pero, tal vez, de difícil ejecución para los autores. Se trata de la reunión de los textos que un autor considera esenciales en su producción o aquellos que mejor lo representan, o al menos los que cree que mejor lo representan. Como es evidente, las opiniones de un autor sobre su obra no serán las que determinen al final la predilección de sus lectores; sin embargo, será de gran valor para esos mismos lectores, especializados o no, reconocer lo que un autor discriminó como su “esencia”.

Y en tercer lugar nos queda la antología restrictiva. Esa es la apuesta de la antóloga de Tríos: convocar a un grupo de narradores y proponerles un tema a desarrollar o acaso hallar entre sus relatos ya escritos los que coincidan con los términos del proyecto.

Se le pidió, pues, a los once narradores de este volumen trabajar bajo la idea de tríos, triadas o ternas de cualquier índole donde sin embargo y ante el pensamiento común, según palabas del mismo prólogo, un número abrumador de autores se decantó por el lado sexual o “sensual” de la propuesta. Por tanto, ocho de los once relatos urden su trama alrededor de un triángulo sexual enfermizo, común, condicionado por las series o los filmes televisivos más predecibles o la novela rosa de los quioscos.

Aunque podría ser una ardua y tediosa tarea, reproduzco mi breve nota de lectura de cada uno de los relatos.

“Escarabajos”, de Sara Mesa, cuenta la historia de dos adolescentes en un camping español donde una de ellas experimenta deseo sexual por uno de sus instructores y lo transmite poco a poco a su compañera más pequeña. Cuando finalmente traman quedarse solas con el chico para que las atienda de fingidas dolencias y consumar sus deseos, aparece la pluma moral y maniquea de la autora que produce, más que una sorpresiva salida, un aparatoso bostezo. (Su estilo se acerca a la más demagógica literatura de consumo y a un uso del lenguaje que mediante una artificiosa sencillez expresa más bien franca pobreza).

En “Los parcos”, de Alberto Chimal, tres empleados de una funeraria —quienes son de manera velada los cancerberos del país de los muertos— generan una curiosidad superlativa entre la gente de su barrio. Existe también un interés apremiante por congraciarse con ellos para adentrarse sin grandes trámites al más allá. (Siempre me ha parecido que los relatos de Chimal son el guión de una historieta de los años ochenta contada con cierto candor).

“Tres”, de Alberto Barrera Tyszka. A una aburrida pareja heterosexual se le mete en la cabeza la idea de organizar un trío. Él se lo imagina con dos mujeres; ella, con dos hombres. El tipo le confía esa obsesión a un amigo quien a su vez le relata el acuerdo al que llegaron su novia y él con su paralítico jefe para recibir dinero a cuenta de permitirle espiarlos mientras cogen. Con la sucesión de actos, la novia del amigo se entusiasma e involucra al paralítico en la relación. El amigo, por su lado, comienza a desarrollar una fascinación enferma y halla tríos y triadas por doquier. Finalmente comienza a sospechar de su novia y la espía. La triangulación final no será la deseada en un principio ni la más satisfactoria. (La manera en que está tramado el relato es facilista y artificial, se asemeja al guión de una película de soft porno. Más literatura de consumo).

“Amor con subtítulos”, de Isabel Mellado. Una chilena casada con un alemán repasa su vida matrimonial —atravesada de una supuesta infidelidad— mediante un texto que pretende ser sagaz pero resulta más bien ocurrente en la peor de sus acepciones. Frases desafortunadas terminan de echar por la borda el texto. Un ejemplo: “Nos confiamos el currículum de nuestro dolor y el suyo era sobresaliente”. Otro: “al llegar a casa las sillas estaban cruzadas de piernas del aburrimiento”.

“Súper para uno”, de Mariana H, es un relato fragmentario que pretende contar la historia de sobrevivencia frívola de una mujer solitaria en el viejo y ahora deshabitado departamento familiar. (La estrategia de la autora es que el lector, mediante el armado del rompecabezas, infiera la trama que mantiene a la protagonista en su crisis presente. Esa pretensión, sin embargo, deja sin efectividad el texto).

“Isósceles”, de Luisgé Martín. Parece el relato mejor construido de todos y quizá lo sea, abordado con un lenguaje fluido y frases “conscientes de su lugar en el discurso”. Posee una historia que se antoja interesante: un hombre joven, Gastón, encuentra una tarde a otro joven masturbándose, Leonardo, en los vestidores de un gimnasio, e inicia con él una relación sexual esporádica que se torna constante en poco tiempo, justo hasta que Gastón concluye que debe volver a sus “intentos” hetero. Pronto conoce a una mujer excepcional, Remedios, con quien se muda y comienza una nueva relación. A pesar de todo, Gastón continúa disfrutando encuentros homosexuales con distintos sujetos hasta que, una tarde, Remedios lo encuentra en plena faena con un muchacho. La separación resulta inevitable. Tras un largo periodo de recomposición —y he aquí la desgracia primera para el relato— Gastón concluye que la bisexualidad es lo suyo. Prueba entonces con varias parejas hasta que descubre que con quienes podría armar una triada perfecta es con Leonardo y Remedios. La segunda desgracia del relato y su fatal desenlace involucran armas y balazos que nos ahorramos por pudor y desánimo.

“Trío en Super 8”, de Andrés Barba. Mediante la descripción del contenido de cintas caseras en Super 8, donde aparecen unos padres jóvenes y su pequeño hijo, se cuenta lo que en ocasiones parece una vida insustancial y, en otros, la posible comisión de un crimen o el terrible abuso del niño. (Un relato que demanda más de lo que ofrece. A veces críptico sin necesidad).

“El lúser”, de Yuri Herrera. Tres sicarios confundidos por el código establecido para permitir que ocurra un hecho de sangre o intervenir para impedirlo se enfrascan en un divertida escaramuza. (Es el relato más desenfadado y el mejor resuelto. Breve y eficaz.)

En “Carita de Jeanne Moreau”, de Marta Sanz, dos mujeres se cuentan su vida y sus deseos, la pretensión de una de ellas de cogerse a una tercera. (Un relato de oficio y palabrería que intercala frases desafortunadas como esta: “‘Hay triángulos y triángulos’, pongo la frase encima del velador para que la realidad regrese”).

En “Intimidad”, de Eduardo Antonio Parra, dos hombres hablan en un bar mientras consumen tragos y tragos de tequila. El narrador es un hombre viejo y derrotado quien hace poco tiempo se hizo amante de una joven mujer casada. El otro es el marido quien se enfrascó en una ardua pesquisa para encontrar al viejo y hablar con él, reclamarle, preguntar y confiarle cosas de su esposa. (Resulta un cuento lineal sin sorpresas destacables. Las descripciones de los hechos, los lugares y los personajes parecen bloques prefabricados de manual o de catálogo).

“Dios compensa”, de Juan Villoro. Dos burócratas sesentones charlan alternativamente en un bar. El que sostiene las riendas del relato lleva una vida rutinaria con una mujer en casa y sin grandes aspiraciones. El otro es un hombre separado, enredado apenas con una bella jovencita de ideas progresistas que le provocan sentimientos de culpa por su pasado inconsciente. Bajo los consejos de su compañero, quien cuestiona desde ese momento su propia circunstancia, el hombre divorciado descubre la falsedad de la progresista y encuentra el amor con un viejo prospecto de su amigo, una bella terapeuta que atiende a ambos. (Es sin duda el relato más trabajado —además de extenso— pero donde, según yo, asoman los vicios y se engloban los síntomas del volumen. Por momentos el relato se asemeja a un artículo de enciclopedia donde se abunda sobre algún tópico, y en otros, un catálogo de clichés para tornar jocosa la conversación entre los amigos. Tal como sucede con el relato anterior, la descripción de las relaciones sexuales cuando no aparece autocensurada por una extraña especie de moral extraliteraria, acude al lugar común y al relato pornográfico o acaso cinematográfico cuando no viene al caso).

 

Un amigo me confiaba hace algún tiempo que un tutor de narrativa solía desmenuzar las malas tramas de alguna novel cuentista —tramas en las que aparecía de continuo un triangulo sexual inverosímil, y un uso del lenguaje realmente pobre— con una frase irónica pero demoledora: “esto parece una película del Golden Choice”.

Eso mismo pensé casi al final de mi lectura de Tríos. Sentí como si hubiese concurrido a la exhibición de una serie televisiva de soft porno, con la interferencia de ciertos episodios comerciales de franca intención literaria, amueblada de todos los lugares comunes que conlleva el género y aderezada de una sexualidad encorbatada y prejuiciosa, demagógica, cercana al malabar y lejos, muy lejos del erotismo.

Una buena lección podemos aprender de este intento. La presente es una prueba de que no siempre una antología restrictiva conducirá a un grato resultado, así se alimente de certificadas plumas, quizá porque su corpus se conformará de una serie de textos la mayoría de las veces apresurados, coyunturales y encorsetados por el tema. Más aún, la prisa, el pensamiento uniforme y las condiciones que impone el mercantilismo editorial son un trío cuya interacción no conduce necesariamente al placer sino —nos consta— a una simple ocurrencia de la que más valdría evadirse.

AA. VV. Tríos. Edición y prólogo de Paola Tinoco. Anagrama, 2017.

 

EL REGRESO DE VIOLENTO JACK A LA ARENA LÓPEZ MATEOS

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s viernes de lucha libre. Pasan de las ocho de la noche y me encuentro en el centro de Tlalnepantla, Estado de México. Estoy a punto de ingresar a la Arena López Mateos, ubicada en la calle Emilio Cárdenas 28. Este legendario recinto en una época fue conocido como la Catedral del Metal. Aquí, a finales de los ochenta se gestó un movimiento subterráneo musical, en el cual llegaron a presentarse agrupaciones que hoy son icónicas como Carcass, Demolition Hammer, D.R.I. o los brasileños de Sepultura, cuando casi nadie los conocía.

Gabriel y yo, del grupo de amigos que nos organizamos para asistir a la Arena López Mateos, somos los únicos que nos mostramos más que felices, ya que siempre hemos sido unos fieles aficionados a la clásica batalla luchística del bien contra el mal. El resto, y con quienes nos trasladamos desde la colonia San Rafael, simplemente observan todo con desconocimiento. Sus ojos no dejan pasar ningún detalle porque no están familiarizados con el mundo de la lucha libre independiente, la que otra vez, algunas décadas después, parece que se apodera de nueva cuenta de los verdaderos fanáticos del deporte de los costalazos.

La función en la Arena López Mateos recién inicia como en otras partes del país, ya sea en catedrales de la lucha libre, arenas chicas para picar piedra, gimnasios donde se van forjando los sueños, estacionamientos o cualquier lugar con características clandestinas y que se preste para armar un ring, montar sillas, y así comience a suceder la magia a dos de tres caídas.

Luis el “Cachetes” nos visita por primera vez, desde que se casó con una chicana, de Los Ángeles, California. Me pregunta, con cara de incertidumbre, por qué uno de los señores que están a la entrada de la Arena López Mateos tiene la frente llena de cicatrices. Volteo a ver a la persona y se trata de Ángel o Demonio el “Porro Mayor”, apodado así por encabezar ese concepto desmadroso y agresivo junto a Ovett, en las periferias de esta gran urbe. Le digo al Cachetes que son las marcas de sus batallas, que más tarde lo veremos en acción, cuando se enfrente a Violento Jack, el luchador extremo que venimos a ver.

Mi amigo no puede esconder su cara de emoción y sorpresa, al saber que uno de los luchadores más queridos y respetados por la fiel afición de la Arena López Mateos, también se encarga de que la función transcurra a la perfección, con pocos errores y accidentes.

No encuentro mejor ejemplo y le digo que es lucha libre Do It Yourself (diy), que estas luchas podrían ser como cualquier show de hardcore punk en los que él suele presentarse con su banda Cadenaxo, encargándose de todo, organizando giras, grabando sus canciones por cuenta propia, y vendiendo sus casetes, vinilos y playeras para darse a conocer por gran parte del mundo.

Detrás de Ángel o Demonio sobresale el descomunal de Fresero Jr. que también ayuda, un recio luchador del bando rudo que suele vestir como sicario, portando una playera que dice N.W.A. (Narcos With Acctitude). Su gusto por los narcocorridos, lo acercaron con Los Buitres de Culiacán, una de sus agrupaciones preferidas, y quienes lo invitan a subir al escenario en sus presentaciones, cada vez que coinciden en algún lugar. Fresero Jr. acostumbra caminar al ring con su propio corrido (“El Fresero”) que dice: “Rostro de maldito, llega empecherado para la batalla / La gente lo mira, tal vez con coraje o tal vez con rabia / Cuídense contrarios, voy a arremangarlos, no se me atraviesen que traigo la fuerza para derrotarlos / En pocos segundos explota el coraje, los rudos ganamos”.

Diego Rivas, ejecutado en Culiacán, Sinaloa el 13 de noviembre 2011 se encargó de componérselo. Hoy, estoy seguro de que siempre lo hace recordar la amistad que mantuvieron el luchador y el cantautor. Incluso, el propio Diego Rivas también lo invitó a participar –“actuar”– en una narco-película titulada La máxima plaza, la cual, tras el asesinato del cantante de Los Buitres de Culiacán, ya no fue estrenada.

 

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Mis amigos y yo compramos nuestros boletos. El precio en las gradas es de 100 pesos. La mayoría comienza a compararlo con las entradas de la Arena México, la Catedral de la Lucha Libre, a donde no hace más de un mes –exactamente un “Viernes Espectacular”, como lo anuncia el Consejo Mundial de Lucha Libre (cmll)– asistimos a presenciar a Shocker el “1000% Guapo”. Piensan que estaremos muy lejos, que las cervezas costarán mucho dinero, o que las luchas serán de muy mala calidad, ya que la mayoría de los luchadores que veremos no son famosos gracias a la TV.

Entregamos las entradas a los dos hombres que se encargan de controlar el flujo del público. Jesús el “Mentiras”, al momento que nos revisa de pies a cabeza, bromea y le dice a uno de los hombres que las drogas y el cuete los trae su sobrino de nueve años que es idéntico a él, y quien por primera vez presenciará lucha libre en vivo; entre mentadas de madre de la porra técnica y la ruda, familias enteras, y algunas parejas de novios que salen a divertirse al comienzo de un fin de semana.

En el interior de la Arena López Mateos todo es diferente que en la Catedral de la Lucha Libre. Mis amigos están acostumbrados a las funciones donde la mayor parte de quienes asisten llegan en un turibús y son del extranjero. Aquí y en otras arenas independientes lo cotidiano es encontrarse con luchadores enmascarados que no están programados y aprovechan para vender su mercancía (playeras, llaveros, máscaras originales, etcétera), antes o después de la función.

Otros gladiadores, como Halloween la “Calabaza Asesina”, quien también se enfrentará a Violento Jack, camina por los pasillos y se toma fotografías con sus fans, aun cuando para muchos que lo seguimos de toda la vida (desde que se hacía llamar Cíclope o comenzó a formar parte de La Familia de Tijuana, para luego convertirse en un Perro del Mal) es una leyenda viviente de la lucha extrema. La Calabaza Asesina saca la lengua, pinta un dedo a las cámaras y no pierde el piso. Lo sé, porque a finales del año pasado (2016), después de otra función de viernes por la noche en la Arena López Mateos, en un épico enfrentamiento entre L.A. Park y Masada (popular luchador extremo de los Estados Unidos), me lo encontré en una taquería de la Santa María la Ribera, arrastrando su cuerpo golpeado, con su rostro aún pintado como calabaza, su maleta de color negro donde seguro traía su equipo, y con la sangre seca que se asomaba de un gorrito café que, quizá, trataba de hacerlo pasar por desapercibido.

De todas maneras, cuando lo reconocí y le dije que lo acababa de ver ganar su lucha, fue amable, sonrió, me dijo a mí y a mi novia que nos hubiéramos regresado juntos, y conversamos por algunos minutos de otra cosa que no fuera lucha libre.

 

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Fantasma de la Ópera es el enemigo principal de Fresero Jr. También es quien se encarga de todos los detalles en esta función: contrata a los luchadores independientes o de empresas importantes como el CMLL, define los encuentros entre rudos y técnicos, consigue los permisos con las autoridades para realizar una función de lucha libre, y cumple con la venta de cerveza, chicharrones, refrescos, sopas instantáneas; dependiendo de los boletos vendidos, para que las cuentas cuadren.

Su promotora es Lucha Libre BOOM, donde se llevan a cabo choques muy variados, para todo tipo de afición. Esta noche son seis las luchas que acontecerán. Habrá jóvenes promesas que comienzan a soñar con ser ídolos, un encuentro de minis que se juegan un campeonato, y las batallas que restan son de relevos australianos (tres contra tres) en modalidad callejera, extrema y súper estrella.

La primera lucha no la alcanzamos a ver, llegamos tarde por el tráfico que se generó Marina Nacional y Aquiles Serdán, después de que salimos aproximadamente cuarenta minutos antes de que iniciara la función; todo por estar esperando a Gabriel que tenía menos de dos horas de haber regresado de Tijuana, Baja California, su ciudad natal.

En el segundo encuentro sobresale Demus 3:16, conocido como el “Pequeño Gigante del CMLL”. Demus 3:16 es un gladiador muy violento, tanto que en un tope suicida que hace Aguilita Solitaria, decide quitarse y no recibirlo con sus brazos extendidos. Aguilita Solitaria, de tan rápido que iba, ni siquiera alcanza a meter las manos para cubrirse la cabeza, dando de lleno con un tubo de metal que hace como valla de protección y sostiene una lona. El golpe se escucha en cada rincón de la Arena López Mateos, seguido de una queja de dolor y un silencio en conjunto al observar que el pequeño valiente no se pone de pie.

Demus 3:16 es abucheado, pero se le reconoce su rabia que detona en el ring, atrapado en ese personaje lleno de tatuajes y con la lengua bífida, como la de una serpiente. En cambio, Aguilita Solitaria es auxiliado por sus compañeros Mini Pinochito y Caramelito, quienes se notan preocupados. No obstante, minutos después aparece el doctor que debe de estar en cada función y rápido lo trasladan en camilla a los vestidores.

Al final, Mini Pinochito, después de aplicar una desnucadora, rinde a Demus 3:16 y se queda con el campeonato de Lucha Libre Boom.

Para el tercer combate resaltan los tonificados cuerpos de la mayoría de los seis luchadores. Todos se dedican a hacer giros mortales desde la tercera cuerda para rebasar la valla que separa al espectáculo de la profesión, y así caer de lleno entre algún rival en la primera fila del público presente, en medio de abuelas, recién nacidos, adolescentes y los demás luchadores que cuidan la integridad de sus colegas en esos lances espectaculares. Sus hazañas y agilidad son ovacionadas por el público, sin importar quién se ha llevado la victoria. La Arena López Mateos comienza a premiarlos, aventándoles dinero en medio del cuadrilátero, como en los viejos tiempos.

En la cuarta lucha inicia una parte de lo que añoramos presenciar, de lo que estuve hablándoles a mis amigos en el transcurso de la semana para que se animarán a ir hasta Tlalnepantla. Aquí se enfrenta el equipo de Fantasma de la Ópera contra el de Fresero Jr.

Sobre el ring hay tablas, lámparas, botes de basura y otras cosas para hacerse daño, golpeándose en las cabezas y espaldas. Esta es la lucha callejera y comienzan a darse fuertes pierrotazos que hacen eco y se notan son dolorosos. El pecho de Fresero Jr., conforme pasan los minutos cambia de color, se tiñe de rojo. Manu, nuestro amigo originario del Puerto de Santa María en España, uno de los más emocionados para presenciar verdadera lucha extrema por primera vez, comienza a creer que sí se llegan a pegar realmente, que sí deben de tener toda una preparación para aprender a caer.

En ese instante dos luchadores suben por las gradas golpeando a otro más, quedando a nuestros pies, en medio de gritos, selfies y tragos de cerveza. El público que rodea a los gladiadores los alienta con gritos de todo tipo, dejando que desempeñen su trabajo, entreteniéndonos a nosotros y ellos haciendo lo que soñaron desde pequeños. Para cuando regresamos a observar lo que acontece en el ring, Fantasma de la Ópera está bañado en sangre, siendo atacado sin piedad por Fresero Jr., quien al final, después de tanta violencia y un par de castigos resulta vencedor.

A pesar de eso, cae desmayado mientras intentaba decirle algo a su archirrival. No sabemos si sea verdad su precipitada caída en la lona del cuadrilátero, o esté recordando su paso por la película La máxima plaza.

 

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La lucha semifinal es precisamente lo que Gabriel y yo estuvimos esperando por semanas. Para muchos de los presentes es la mejor carta en esta función de Lucha Libre BOOM. Es la razón por la cual mis amigos se encuentran bebiendo cerveza a un precio de 25 pesos, gritando estupideces a los luchadores, divirtiéndose de diferente forma un viernes por la noche, y en espera de presenciar este encuentro ultra violento entre cuatro grupos distintos: Los Compadres Extremos (Violento Jack y Aero Boy), Los Macizos (Miedo Extremo y Ciclope), La Familia de Tijuana (Halloween y X-Fly), y Los Porros (Ángel o Demonio y Ovett).

Tanta emoción que corre por las venas se debe al regreso de Violento Jack a la Arena López Mateos. Este luchador la considera como su segundo hogar por tantas batallas que ha realizado aquí, y por el respeto que le tiene a este sitio donde han pasado todos los luchadores mexicanos, cualquiera que uno imagine.

Violento Jack, junto a su inseparable y mejor amigo, Aero Boy, se formaron en Tulancingo, Hidalgo gracias a las enseñanzas de Crazy Boy, un veterano gladiador del ámbito más extremo del pancracio luchístico mexicano. Desde sus inicios, cuando tenían alrededor de doce años de edad, le han dedicado piel y alma al estilo denominado como hardcore, aun cuando solían ver por televisión al “Príncipe Maya” Canek, Atlantis el “Ídolo de los Niños”, o al “Can de Nochistlán” el Perro Aguayo. Sin embargo, cuando en ese viejo televisor aparecieron las sillas, escaleras y tablas, de inmediato quisieron irse por ese camino de la lucha libre.

En conjunto con su maestro Crazy Boy, Pesadilla y otras jóvenes promesas del medio independiente, iniciaron en 2007 la empresa Desastre Total Ultraviolento (dtu). Tanto Violento Jack como Aero Boy siempre han sido de los luchadores más activos en dtu. Siempre han sido una excelente carta de presentación para todo el mundo, principalmente en los Estados Unidos y Japón. Ellos juntos han defendido –igual que engrandecido– este estilo de lucha libre a capa y espada, afirmando que los golpes y la sangre son reales, que la prueba más irrefutable es lo que ellos hacen, la modalidad del deathmatch, con la cual se ganan la vida.

Y, a pesar de que la lucha extrema, aunque simplemente es otra rama de la lucha libre como la clásica, aérea, strong style, desde que apareció ha sido odiada o amada por gran parte de la afición. Sin embargo, casi siempre, quienes deciden aborrecerla, nunca se han parado en una función de ese tipo, sólo la han visto desde una pantalla; o como ha llegado a decir Violento Jack en una entrevista, dejándolo claro: “Yo no defiendo toda la lucha extrema. Sólo defiendo la lucha extrema que yo hago. No toda la lucha extrema está bien hecha. Al igual que no toda la lucha libre está bien hecha. Yo los invito a ver mi trabajo. Dense una oportunidad de aprender y de disfrutar este estilo”.

En México, el origen de la lucha extrema se remonta a los años noventa. Tijuana fue el lugar que acogió al estilo que venía de Estados Unidos y Japón. Por ello Halloween es toda una leyenda esta noche y cualquier movimiento que realiza lo aplaude el público conocedor. Él, junto a Damián 666, Nicho el “Millonario” (el verdadero Psicosis) y muchos más, comenzaron a realizar funciones donde sobresalían los golpes con sillas o escaleras, en lugar de la catedra del llaveo y contra-llaveo.

En el presente, la inmortal Calabaza Asesina, de alguna u otra forma ha pasado el estandarte de la lucha extrema a jóvenes como Violento Jack, Aero Boy, Ciclope y Miedo Extremo, quienes son los más activos dentro del circuito mundial del hardcore y deathmatch. En varias funciones, al finalizar el encuentro, Halloween acostumbra tomar el micrófono y reconocer a la nueva camada.

Violento Jack, que podría decirse es el luchador extremo del momento por todo lo que ha logrado, por sus cuatro veces que ha representado a México en el país del sol naciente, nació en 1989 en Lázaro Cárdenas, Tabasco.

De pequeño llegó a Tulancingo, Hidalgo con su familia, que no precisamente es una dinastía de luchadores como suele ocurrir en nuestro país. Y aunque la lucha semifinal y la que pinta ser la más sangrienta ha comenzado, donde el ring está lleno de tachuelas y vidrios que quedan regados por las lámparas fluorescentes que se revientan en las cabezas y espaldas; alambres de púas con los que se someten; botes de basura, tablas y sillas donde se hacen castigos como un suplex; más una grapadora y una piña con la que se perforan en la frente y distintas partes del cuerpo; Violento Jack, ese niño que estuvo en la Selección de Lucha Olímpica de Tulancingo, Hidalgo y practicó box y taekwondo, y que años después, en su juventud se convirtiera en Licenciado en Psicología Organizacional y Social (con especialidad en Psicología Educativa) está consiente –mientras disfruta lo que más ama, porque menciona que nunca ha ejercido su carrera que se costeó gracias a la lucha extrema– que a los aficionados les gusta un espectáculo así:

“La gente no puede evitar el hecho de que esto es algo llamativo, algo interesante, hay morbo. A la gente le gusta la sangre, le gusta la violencia […] La lucha extrema sirve como catarsis a la gente […] La lucha se queda arriba del ring simplemente”, dijo en una ocasión para Tercera Vía.

El combate es doloroso dentro y fuera del cuadrilátero. Mis amigos por momentos guardan silencio y fijan sus miradas en cada movimiento, en cada lámpara que estalla en cualquier parte de los ocho profesionales de la violencia. Miedo Extremo sujeta al Porro Mayor casi a mitad del cuadrilátero, quien únicamente baja su cabeza y espera las patadas –conocidas como estacas– por parte de Cíclope.

No obstante, Violento Jack, casi al mismo tiempo, sube a la tercera cuerda de una esquina, pero Halloween rápido se da cuenta y lo recibe con un golpe en la quijada, para subir a la segunda cuerda, sujetarlo por el cuello, poner fuerza y arrojarlo a un motón de alambres de púas.

Y el ímpetu no se detiene. Después de otra queja de dolor en conjunto de la Arena López Mateos, un golpe en seco se escucha: X-Fly le ha reventado una tabla a Miedo Extremo en la cabeza, quien no puede negar un rito de dolor que su rostro bañado en sangre desprende.

Al final, Los Compadres Extremos vencen a Los Macizos, Los Porros y La Familia de Tijuana, quizá recordando aquella primera vez que estuvieron en Japón, en el año 2012, ya que tenía tiempo que no luchaban juntos, sin imaginar que llegarían tan lejos dentro del hardcore y deathmatch.

Sé que esos quince-dieseis minutos han sido los mejores de esta noche. El público grita con alegría, aplaude con la esperanza de que pronto se realice otro evento de Lucha Libre BOOM así, y vuelven a arrojar billetes y monedas al cuadrilátero. Podría decir que mis amigos están extasiados, que ahora ven al pancracio luchístico con mayor respeto, y no como algo fantasioso y falso.

Pronto regresaremos a la Arena López Mateos o acudiremos al Coliseo Coacalco, Arena Naucalpan o la Arena Neza. Se ponen de pie, pensando que la función ha llegado a su fin por la reacción que han tenido los aficionados.

Sin embargo, falta el encuentro estelar, ese donde estarán estrellas de la lucha libre mexicana que alguna vez fueron famosos en las empresas más importantes de este negocio a base de golpes y resistencia, pero en los Estados Unidos.

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La sorpresa es que Carístico (el original Místico) está lastimado y no se presentara en la Arena López Mateos. Para su relevo aparece otra estrella del cmll: Volador Jr.

El encuentro podría ser aún mejor que la lucha semifinal. Aparecen Juventud Guerrera (hijo de Fuerza Guerrera y de los primeros mexicanos que abrieron camino por los Estados Unidos en los noventa), Super Crazy (otro de los primeros mexicanos en los Estados Unidos y tío de Crazy Boy), y Black Warrior (ex estrella del cmll, y quien perdió la máscara en contra del Místico original en el 73 Aniversario del Consejo Mundial de Lucha Libre). Ellos tres van en contra de: Volador Jr. (para muchos la joya del cmll, y que triunfa año con año en la empresa New Japan), Mr. Águila (otro mexicano que arrolló en los Estados Unidos bajo el nombre de Essa Ríos), y Ronnie Mendoza (una joven promesa que hoy en día forma parte de los nuevos prospectos de la wwe).

La lucha dura menos de diez minutos; es una falacia. El recinto se llena de abucheos porque nadie esperaba que fuera tan mala. Black Warrior, sin motivo alguno, ha fauleado a Volador Jr.; como diciendo que él quería enfrentarse a Carístico esta noche. Y, a pesar de ese gran fiasco, la mayor parte del público conoce cómo es la vida de los luchadores abajo del ring, que acostumbran andar de un lado a otro sin descansar mucho, luchando por diferentes partes del país para llevar dinero a sus hogares, para ser reconocidos en un deporte-espectáculo que recientemente se mudó del televisor al internet.

Lo que me llevo de esta función de lucha libre, es el recuerdo de que por primera vez aprecié y reconocí el trabajo de Violento Jack, quien en diversas ocasiones ha tenido la oportunidad de salir a FREEDOMS, la empresa más importante, perturbadora y gore del deathmatch en Japón y el mundo; y a donde cualquier luchador hardcore desea llegar algún día.

Violento Jack, hasta esa empresa ha viajado junto a Aero Boy, Ciclope y Miedo Extremo, denominándose los Nómadas, debido a todo el tiempo que pasan luchando fuera del país. Y, principalmente con estos dos últimos gladiadores (Los Macizos) ha sido una especie de sensei, mostrándoles las diferencias del estilo de lucha mexicana con la japonesa; e incluso enseñándoles palabras en japonés, ya que él ha comenzado a dominar el idioma nipón).

Ver arriba del cuadrilátero a un campeón de esa importante empresa vaya que es mágico. Tanto el público más ferviente, como Gabriel y yo, sabíamos que hace apenas un mes acababa de regresar de ese medio año que vivió en Japón junto a Miedo Extremo, y que traía un fuerte golpe en las costillas por su última lucha allá, donde se presentó en un encuentro de andamios, en el famoso Korakuen Hall de Tokyo, durante el evento principal de esa empresa llamado Bloodly X’Mas, donde perdió el título King of FREEDOM World Title, en contra de Daisuke Masaoka. Sin embargo, en FREEDOMS, Violento Jack –aun cuando ya no se le considera campeón– es toda una estrella junto a algunos de los luchadores leyenda como Takashi Sasaki (fundador de FREEDOMS) y Jun el “Crazy Monkey” Kasai (el luchador más trastornado y resistente del estilo deathmatch).

Así, bajo esa serie de logros y hazañas, no podía dejar pasar la oportunidad de ir a gritar “lucha extrema” con mis amigos. Violento Jack estaba en Tlalnepantla, Estado de México otra vez y, todavía mejor, junto a su compare extremo Aero Boy. Juntos lucharían en contra de otras estrellas del presente y veteranos del circuito extremo mexicano. Entonces, el espectáculo pintaba para ser único. Así lo fue.

Al bajar de las gradas, en medio del tumulto de gente que abandonaba el recinto, me encontré de frente con Violento Jack vistiendo un pantalón camuflaje, una playera negra del luchador estadounidense Kevin Owens, con la mirada cansada y gritando a la afición “baratas las playeras, pregunte, sí hay, sí hay”.

No pude evitar saludarlo, estrechar su mano para felicitarlo, y pedirle una foto como si de nueva cuenta fuera un niño. No sé por qué le comenté que intentaría escribir algo sobre su regreso a la Arena López Mateos. Me dijo gracias y traté de que algún día pudiéramos ponernos en contacto para hacer una entrevista. Pero, en ese instante, entendí porque en el presente es el mejor luchador extremo de todo México, el referente y a quien todos quieran enfrentar. Sucedió que, en tres horas saldría su avión a Texas, donde tendría un encuentro con Penta 0M (el gladiador de moda en el mainstream de la lucha mexicana, y que semanas atrás acababa de renunciar a la empresa Triple A, para volverse independiente).

Por ello, Violento Jack está logrando cosas tan importantes para un luchador mexicano en Japón, o en cualquier lugar donde se pare y esté relacionado al terreno de la lucha libre extrema e independiente.

Y mientras los promotores le lleguen al precio y el siga cumpliendo con las fechas que va pactando día con día, sé que nadie le quitara ese sueño de regresar al país asiático, a la compañía FREEDOMS, para volver a hacerse del título que llegó a tener en su cintura, y donde la lucha ultraviolenta es sinónimo perfecto de él.

Fotos: Gabriel “Mentira mentira”.

LA MARCHA DE LOU REED EN ESPAÑA

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os años previos a la transición española, Lou Reed era un fenómeno en el país del Quijote. A pesar de Franco, los discos del fundador de The Velvet Underground se conseguían con cierta facilidad en cualquier tienda de discos, aunque, debido a la censura que protegía las buenas costumbres ibéricas, algunos tracks sólo se incluían en otras ediciones.

A los ojos del narrador y alter ego de Manuel Vilas, autor de Lou Reed era español, ése sujeto flaco, presumiblemente heroinómano, siempre vestido de negro, contrasta con el traje siempre inmaculado del dictador, como si entre ambos se estableciera una lucha entre un ser oscuro y otro blanco.

Detalles como éste, en apariencia infantiles y superfluos, sirven para que ése chico de doce años empiece a descubrir el mundo, comenzando por darse cuenta de que vive en un país llamado España y que Lou Reed proviene de otro llamado Estados Unidos.

¿De qué están hechos los ídolos del rock? Difícil determinarlo, pero uno de sus ingredientes debe ser la emoción que son capaces de transmitir a sus fans. El joven de esta novela abre los ojos al mundo en enero de 1975 cuando intercambia un disco de Neil Young por Rock ’n’ Roll Animal, de un tal Lou Reed. Cuando la aguja cae sobre el vinilo y suena “Sweet Jane”, Reed se convierte en “la Voz”, en mayúsculas, y aunque de momento su mensaje en inglés es incomprensible para quien no sabe una sola palabra de ese idioma, hay algo en esa voz que lo transporta a donde nunca antes ha estado.

El fan legítimo es el fondo un ser inocente, pues cree que sólo él es capaz de descifrar el mensaje oculto en las composiciones de su ídolo. La seducción de la música de Lou Reed acompaña a este chico a lo largo de toda su vida y en muchos sentidos a través de la historia misma de España, como si entre el cantante Lou Reed y la península ibérica hubiera existido un lejano romance que fue evolucionando conforme pasaba el tiempo, del mismo modo en que el autor de “Heroin” se transformaba en cada álbum.

La novela se estructura en una división de capítulos personales, por así decirles, con otros en los que la ficción nos deja ver a un Lou Reed pagado de sí mismo, consciente de su fama y del dinero que ingresa a su cuenta bancaria gracias a ese capitalismo que le permite ser famoso y viajar por todo el mundo. Es el mismo Lou Reed quien a regañadientes acepta que su fama se la debe a su descubridor, un tal David Bowie.

Su sensibilidad y conexión con los jóvenes españoles no le impiden a Reed darse el lujo de cancelar su presentación, tal y como ocurrió en junio de 1980 cuando uno de los asistentes le arrojó una lata o una moneda, y éste se negó a seguir cantado en el modesto estadio Román Valero de Madrid. Como es natural, sobrevino un zafarrancho con saldo de varios heridos y arrestados.

El hecho se considera el concierto de rock más breve en la historia de España: apenas veinte minutos.

NEW YORK – 1982: Musician Lou Reed posing for a portrait in New York City in 1982, at the Cafe Figaro in Greenwich Village. (Photo by Waring Abbott/Getty Images)

Lou Reed era español es la historia de un ídolo contada por uno de sus acólitos quien entreteje su propio crecimiento a ritmo de la música de Reed, su primer viaje a Andorra para conseguir el disco no censurado, su primer concierto en Zaragoza, escenario ideal en el que pierde la virginidad; sus años de estudiante pobre, el sacrificio por ir a escuchar a la Voz, y la oportunidad que estos viajes hacia el interior le representa para conocer su país, desde el nombre de cada pueblo hasta el estado de su carreteras y autobuses.

También es el relato de un Lou Reed que desde una dimensión desconocida hace un corte de caja para descubrir quién fue en realidad y cómo un país como España, del que sólo supo conocimientos generales, más cercanos al archivo de los lugares comunes, siempre lo recibió de buen agrado.

Aunque por momentos la historia se alarga en escenas que por repetirse pierden su primer efecto, Lou Reed era español es un buen pretexto para repasar la música del neoyorquino o acercarse por primera vez a su voz y sus letras.

Sin embargo, al fan que fue capaz de viajar de ida y vuelta a Andorra para conseguir el disco sin cesura se le perdona todo. Incluso su pasión desmedida por la Voz.

Manuel Vilas, Lou Reed era español, Malpaso, 2018.

EL MUNDIAL DESDE EL MINISTERIO PÚBLICO

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ay días que desde que nacen, desde el momento mismo en que abren los ojos nos miran como si fuéramos extraños. Días largos en los que nada te saldrá bien, y lo intuyes.  Días en los que al final agradecerás seguir vivo. ¿Cómo chingados hago para meterme en tantos problemas? ¿Cómo fue que terminé en un juzgado del Ministerio Público?

Desperté en la alfombra de Damián. Crudo. Debí darme cuenta que las cosas no irían  por buen camino desde que quise bañarme y el agua caliente me dejó esperando.

México estuvo cerca de no lograr la clasificación a la segunda ronda del mundial por primera vez desde 1994. Fue hasta que corría ya el segundo minuto de tiempo extra que Kim Young-gwon se encontró con el balón en el área chica del equipo alemán. Cuchareó el balón encima de Neuer para ganarse el amor de toda la afición mexicana. Ahí nos salvó, al menos por un juego más. Y en el zócalo celebramos un gol ajeno a falta de goles propios.

La plancha del Zócalo estaba llena como en sus mejores marchas. El bullicio de los desconocidos parece imponderable para disfrutar los juegos de la selección. Sentirnos cerca e identificados con esos a los que de otra forma no voltearíamos a ver. Cantamos el himno como hubieran querido nuestras maestras. La tarjeta amarilla antes del minuto de juego me decía que el equipo verde no había despertado en un día bueno. Pudimos haber soñado cosas chingonas, pero se habían quedado atrás, en la almohada. Ahí estaba otra vez la pinche realidad. Cruenta, cabrona.

El primer error fue apurar a Damián cuando Luz me mandó mensaje de que ya estaba en el metro. Con la calma siniestra de quien ha sido apurado, Damián hizo todas sus actividades, bañarse, vestirse, preparar sus cosas, comprar un jugo y dispararme una torta de tamal. Para Damián no hay mejor desayuno que un jugo de naranja y una guajolota. Luz esperó media hora al final del andén.

Los suecos amenazan la portería azteca. México no se nota tan suelto y cómodo como en los dos partidos anteriores: se ha ido deteriorando conforme los juegos suceden. De la práctica de un arte pambolero a pinche escuadra de futbol llanero. Así somos muchos mexicanos, incapaces de la disciplina y la constancia. Muchos mexicanos somos como la selección. A veces ofrecemos sinfonías y otras no podemos con dos acordes. Pero a estas alturas ni modo de dejar de creer.

De regreso veníamos casi en silencio. Pero había calificado, así que el silencio que produce saberse vencido comenzó a disolverse. En Hidalgo, y así se lo hice saber a la señora juez, nos bajamos Damián y yo para permitir el descenso. Un güey, un pinche Godínez me estaba empujando desde el andén. No le hice caso. Pero al entrar me empujo y me dijo algo. Me insultó. Voltee encabronado a encararlo. Luz se interpuso, enseguida Damián, pero le alcancé a dar un llegue con la mano abierta.

El primer gol dolió, pero había tiempo para ir contra el destino. México no parecía tan indefenso. El árbitro, de nacionalidad argentina, parecía el malvado idóneo para completar el escenario de nuestra tragedia. Todo lo marcaba en nuestra contra. Hasta un penalti. Un penalti tirado con la fuerza de un vikingo. Un penal tirado por un vikingo que llevaba el número 4 en el dorso, y aunque Ochoa se estira, ni con dos Ochoas detienes ese disparo. Puta madre. Todo mal.

El Godínez del vagón me dijo que me llevaría con la policía. Le dije que me valía madre. Era como el pinche niño acusón de la secundaria. Un güey acostumbrado a hacer todo bien, a llegar temprano, a tener un uniforme impecable y apegado a las reglas. Un alma sin color incapaz de la rebeldía. Jaló la palanca de emergencia. Pero el tren no se detuvo. Damián y yo llegamos a nuestro destino, el metro Revolución. Nos bajamos, pero Godínez Ñoño no nos dejó. Fue tras nosotros. Damián se encabronó tanto con la actitud pendeja y acusatoria de aquel tipo y lo llevó de la mano con la hermosa oficial que estaba junto a los torniquetes.

La selección mexicana no llegaba a la portería sueca. Me imaginaba qué hubiera sido esto si llega a venir Ibrahimovich. Hay días en los que la tragedia nos acecha detrás incluso de nuestras acciones mejor intencionadas. Y Edson Álvarez, que había dado un partidazo, se equivocó. Un gol en propia meta debe ser de las cosas más dolorosas que te pueden suceder en un mundial. Esta selección es necia en darle la razón a los que no creen en ellos. A los pesimistas que no logran ver nada bueno en dos victorias.

Discutí con Godín en el metro. Nos llevaron a parte, me quisieron poner esposas pero me negué. Si no las llevaba Godín, no las llevaría yo. Me llevaron a la estación Pino Suárez. Ñoño nos acusaba a Damián y a mí de no ser mexicanos. A mí, que he defendido a esta indefendible selección, que creo en ella aún en las derrotas. Acusó de extranjero a Damián, que fue el primero en formarse como voluntario durante la tragedia del septiembre pasado, que viste con orgullo su playera negra del equipo tricolor. Le dije a la juez lo que Godín Ñoño me había dicho en el metro. Ella me dijo que si yo quería procedería una demanda. Que la discriminación no es una falta administrativa. Si no un delito. Luz me escribe preguntándome si necesito su ayuda. Le digo que no, gracias. Seguro saldré de esta con calma. Godínez no quiso pedirme una disculpa, él quería demandarnos a nosotros.  Así que fuimos a levantar el acta o como se llame. Los polis intentaban convencerlo de que no era conveniente para él ir frente a un juez  a enfrentar un delito. Estaba necio. Damián y yo estábamos relajados, viendo el juego de Brasil en el teléfono.

Nos fuimos del zócalo sin mirar a los otros. Confundidos, con la esperanza apachurrada, pensando de una vez por todas en un futuro mejor.  Al final Godínez razonó y nosotros nos fuimos, nos despedimos de la poli dándonos la mano. Sonriendo.

Después de todo no fue tan mal día. Tengo dos buenos amigos que me acompañaron en la derrota y el apuro.