Para Snoopy, Halloween es la época más bonita del año. Para mí, la fiesta de Muertos es de las más siginificativas. Viviendo en Canadá veo con algo cercano a la preocupación que ni una ni otra recuerdan el sentido que las hizo arraigarse en la cultura anglosajona y en la mexicana, porque vivimos tiempos de cambio, regeneración y revaloración de las prácticas sociales. Estos procesos pueden tener una connotación positiva, sin embargo, no tenemos pistas de cómo se verán nuestras fiestas más preciadas cincuenta años adelante, o si existirán del todo.
La celebración del momento del año en que los espíritus del más allá pueden regresar a esta dimensión y convivir con los vivos está presente en varias culturas. Las formas varían y el Halloween, que los estadounidenses consideran tan suyo, es la variante de la fiesta celta del fin de año, marcada por el fin de la cosecha y el principio del invierno, vitales para los pueblos europeos en su lucha contra el clima. Por su parte, la costumbre de disfrazar a los niños y desfilar de casa en casa pidiendo Treat or Trick (dulce o travesura), se importó de Inglaterra. Es una derivación del conflicto entre protestantes y católicos en aquel país, donde los protestantes ganaron. Uno de los líderes católicos denunció a sus compañeros participantes en un intento de golpe de estado contra el rey Jaime. Fue torturado y finalmente ejecutado, no sin antes dar los nombres de las cabezas del movimiento, quienes a su vez fueron juzgados y condenados a muerte. Esto selló el destino de los católicos en aquel país y para recordárselos, cada año pandillas de protestantes se ocultaban detrás de máscaras y túnicas y tocaban a la puerta de los católicos del barrio exigiendo cerveza y comida a cambio de no destrozar la fachada de la casa. Esto sucedía los primeros días de noviembre. Con el tiempo, el terror a los vivos se fundió con las leyendas sobre los muertos y las dos tradiciones se unieron en la noche del 31 de octubre.
Nuestro día de muertos, prehispánico y católico gracias al sincretismo que da lugar a la cultura mexicana, ha tenido sus variaciones a lo largo de los siglos. De ser la época en la que se esperaba a los muertos con la ofrenda en casa (porque la mayoría de los familiares estaban sepultados bajo el piso mismo de la cocina, como se puede ver clarito en los dioramas del museo de antropología) se trasladó al panteón, al camposanto, después de la llegada de los españoles, con misas y otras prácticas religiosas sobre las lápidas, mientras los niños corrían entre las tumbas (sin faltar alguno que otro que caía en una fosa abierta, llevándose todos el susto de su vida). En la actualidad el día de muertos también incluye el treat or trick de los niños, los disfraces en todas las edades y las fiestas.
La tradición de Día de Muertos ha cambiado, a pesar de los defensores de las culturas puras y de la intensa campaña en favor de nuestras tradiciones, en contra del festejo de Halloween. Se levantan las voces en contra de la “apropiación cultural” que favorece el cliché y sobaja a las culturas originarias. Yo me pregunto si sabemos cuál es la tradición que estamos defendiendo: ¿la de antes de los españoles? ¿la que se generó con los católicos? ¿la de acordarse de los muertos, simple y llanamente?
Acá en Canadá son cada vez más los grupos de latinoamericanos que se organizan para montar una ofrenda, dedicarla a un personaje en particular que haya muerto en ese año, rodearlo de flores, calaveras de dulce, fruta. No son las mismas cosas que se pueden conseguir en México, no se puede adornar el altar con velas prendidas o varas de incienso, debido a las estrictas regulaciones anti incendios. Se leen poemas, se come, se bebe y nos vamos. Por la noche, muchas de las personas que acudieron a esa ceremonia visten su disfraz y salen como espectros, literalmente, a conquistar el Halloween.
En esta sociedad jacobina que encuentra en la religión la raíz de todos los males sociales, se acepta todo lo que huela a fiesta o celebración siempre y cuando se libere de todo resquicio de religiosidad. Cuando asistía a la universidad en PuebLondon tuve una discusión con una compañera canadiense. Ella es una fiel promotora de la celebración de día de muertos, le encanta la comida latinoamericana y disfruta las reuniones de familiares y amigos que realizamos los latinos a la menor provocación. En su promoción de la festividad en Canadá ella describía a los jóvenes canadienses de qué se trataba, qué se hace, cómo se festeja “allá abajo”, con énfasis muy marcado en que no era una fiesta religiosa. Cuando ella llegó a mi grupo haciendo esta descripción yo no pude menos que mencionar que, si bien no era la parte más importante de la festividad, no podíamos dejar de lado que, efectivamente, hay un componente religioso en ella. Esto dio lugar a que ella lo negara terminantemente: “No. No tiene NADA que ver con religión”. Alguien que conozca medianamente de cerca la sociedad mexicana sabe que el desarrollo de nuestra cultura está íntimamente ligado a ese sincretismo que nos hace medio españoles, medio indígenas y un poquito africanos. Lo que es inaceptable en Canadá es cualquier vínculo confesional en un afán de no insultar a los que no participan en él.
Surge entonces la pregunta: ¿qué es hoy el día de muertos dentro y fuera de México? No podemos negar que está cambiando, se aleja cada vez más de su origen ritual, se mezcla con festividades como Halloween. Yo no tengo memoria de que en los festejos de mi niñez la gente se pintara el rostro como calavera, por ejemplo. La remembranza de muertos solía tener un tono agridulce, el olor de la tierra removida del cementerio donde los vivos dedicaban un día entero a recordar, llorar o incluso hablar con sus seres queridos y ausentes. Era una práctica íntima que no salía del hogar y del panteón. Había un ritual que comenzaba días antes, con la compra de las flores, la limpieza de las tumbas, la preparación de la comida. Culminaba con la misa o el festejo de cualquier tipo en el lugar donde los muertos descansan.
No defiendo la práctica de lo religioso, pero me pregunto cómo será una sociedad libre de eso, como soñaba y cantaba John Lennon. Me cuestiono el origen de los rituales que le dieron identidad a los diferentes pueblos y no puedo dejar de ver que la mayoría tienen origen en la religión. La palabra viene de religare, en latín “volver a unir”. Lo que cada grupo de personas se junta a hacer, a recordar, a festejar y que se repite periódicamente, se vuelve sagrado. Entonces nace un rito que queremos repetir porque nos hace sentir unidos nuevamente, “religados”. Nos hace pertenecer a un lugar, a una comunidad, extraemos valor de ello (valor de valentía y valor de significado). Ahora mismo, con los rostros pintados como calavera de dulce y nuestras calabazas repujadas en la puerta, estamos generando rituales nuevos que todavía no terminan de cuajar. Cómo se verán “nuestras tradiciones” en el futuro depende mucho de qué queremos transmitir con nuestros jóvenes rituales hoy en día, y qué tan conscientes seamos de ello. Creo. Opino.