DESDE LA NIEBLA DE IXTEPEC (carta post mórtem de Elena Garro)

Ixtepec, a 4 de Diciembre de 2016.

 

Bienintencionados lectoras y lectores:

He leído el cintillo que tanta polémica ha causado entre ustedes, así como la cuarta de forros de la edición que me publicaron en España en este 2016 y tengo que dar mi opinión al respecto.

Debo decirles que si me hubieran consultado –aunque fuera por ouija o a través de alguna otra necromancia–, les habría dicho que su lista peca de incompleta. Entre mis admiradores, además de los mencionados, falta agregar a Carlos Madrazo, malogrado reformador del PRI y padre de Roberto Madrazo, quien recibía turbas de campesinos si yo se lo pedía. También omitieron al cineasta Archibaldo Burns, quien me regaló el piso en el que pasé mis últimos años en París, y a Lee Harvey Oswald–quien después asesinaría, o por lo menos eso se dijo, al presidente John F. Kennedy– con quién también se me vinculó sólo porque fui la única mexicana que asistió a una fiesta en la embajada norteamericana donde él estuvo presente. También cuentan entre mis amores a Fernando Gutiérrez Barrios, quien por mucho tiempo manejó la seguridad en el estado mexicano. Nada más falso. El Duque fue siempre mi gran amigo y confidente, y aceptaba de buena gana mis consejos para ser más seductor con sus efebos. Y sí, en 1968 le pasé la lista por la que tanto me critican… Y lo volvería a hacer.

Acerca de Bioy Casares tengo que decirles que todo mundo sabe –o supone–, cuánto me quiso. De lo que pocos se enteraron es que concebimos un hijo al que aborté. Silvina Ocampo sufrió mucho por mí.

Les recuerdo también que yo fui la única mencionada en la Antología de la literatura fantástica publicada por Sudamericana, compilada por Borges, Ocampo y Casares. No es tan aventurado que el polémico cintillo diga que yo impulsé a Gabriel García Márquez, aunque de manera distinta a lo que todos se imaginan. Yo dije públicamente que ya me aburrían tantos pueblos. Todos los sudamericanos de mi época se dedicaron a describir sus desvencijados pueblos. Fueron tantos los pueblos bucólicos y poseídos por la canícula de los que leí que me acabaron hartando. Son los mismos, y en todos vuelan las mujeres, y en todos hay primos que se casan, y en todos hay colas de cochino o alguna deformidad semejante. Para serles sincera, no acabé de leer Cien años de Soledad… Aunque, por supuesto, prefiero a García Márquez que a farsantes como Julio Cortázar y su insufrible comunismo, o el criollito Mario Vargas Llosa, quien siempre me pareció muy menor.

De Carlos Fuentes yo dije que no sabía qué le pasaba, pues siendo un hombre tan inteligente –y brillante cuando hablaba–, siempre me pareció que su prosa no acababa de cuajar. Se le notaba blandengue en sus narraciones. La verdad, para mí, fue siempre un mejor ensayista que novelista.

Casi desde el principio de mi matrimonio con Octavio, me di cuenta de que éste no iba a funcionar porque los dos queríamos ser el sol, y sólo puede haber uno en el cielo. Él tuvo muchas (y muchos) amantes; yo, algunos pocos. Siempre preferí la inteligencia al sexo. Eso me sucedió con Adolfo Bioy Casares. Cuando yacíamos en la cama, él me repetía y me repetía que yo era la mujer más inteligente que había conocido y a la que más había amado. Yo, por supuesto, le creí y le creo.

Por Octavio Paz no tengo odio ni tengo amor. Octavio Paz fue un incidente en mi vida. Un incidente muy desdichado con unas consecuencias incalculables. Él me dijo un día “J’ ai perdu ma vie por délicatesse”, y le respondí: “Te equivocas, Octavio, la que ha perdido la vida por delicadeza soy yo, me he portado como un gentleman y tú te has portado como una prostituta”. Y antes de que su bienamado Premio Nobel mexicano pudiera articular palabra, lo rematé: “…y eso lo firmo y además lo puedo probar”.

Para quienes fantasean con Octavio como amante, tengo que decirles que tenía la largueza del burro, pero la rapidez del canto del gallo. Si alguna –o alguno–, de ustedes hubiera tenido la oportunidad –que no el gusto–, de pasar un rato con él, se habrían desilusionado demasiado, demasiado rápido.

En fin, amados lectores, deben comprender que tuve la desdicha de ser no solamente la mejor escritora mexicana de mi tiempo, sino también la más bella y la mejor vestida, algo que los acólitos de Octavio jamás me perdonarán.

Ni falta que me hace.

Con cariño

Elena

 

Fabiola Sánchez Palacios (Ciudad de México, 1966). Escritora y periodista. Trabajó por años para la revista Contenido, es autora de la novela Que baje Dios y que diga que no es cierto, publicada por ediciones DEMAC y actualmente prepara su primer volumen de cuentos titulado La mujer lagarto.

 

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