legó el verano a Canadá, lo cual siempre es una fiesta. Pero este año el espíritu celebratorio se refuerza por el aniversario 150 del nacimiento de Canadá como Federación, que no hay posibilidad de olvidar porque está anunciado en cada calle de cada pueblo. Cuando se transita por las avenidas principales de las villas más despobladas, se ven banderas y pendones colgando de los postes de luz con el 150 por todo lo alto, mientras canastas con flores rojas y blancas alegran el paso. Todos muy contentos.
Pero, como ya sabemos, el aniversario de la Federación ha causado controversia en todos lo niveles: desde cuál sería el programa más adecuado para las fiestas, hasta si en verdad hay algo que celebrar, tomando en cuenta que se trata de un país de inmigrantes y de pueblos indígenas despojados de sus tierras. ¿Cómo festejar la unión lograda por un grupo de personas con características muy definidas (blancos, anglosajones y protestantes) en un país que se ha probado multicultural, multilingüe, y de variados credos?
Últimamente incluso uno de los elementos del festejo que pretendía ser políticamente neutral y brindar un tono juguetón al asunto, ha entrado en controversia. Se trata del pato gigante, el pato amarillo de plástico que anda de gira por los lagos y otros cuerpos de agua de Ontario -con una parada estelar en el muelle de Toronto en pleno Canada Day, julio 1- con la esperanza de divertir a los canadienses y tener la oportunidad de provocarles una sonrisa. El pato no ofrecía mucho más, porque no se puede tocar o interactuar de otro modo con él, solo verse de lejos. Eso sí, de muy lejos, porque el juguete de plástico es visible hasta desde el espacio: mide el equivalente a un edificio de 6 pisos (15 metros) y pesa casi 14 toneladas, además de ser de color amarillo pollito.
¿Qué “pero” se le podía poner a un pato amarillo de plástico? ¿Cuál podría ser la razón de que algún sector de la sociedad se molestara por tener al ícono de los juguetes de goma flotando tranquilamente bajo los fuegos artificiales de la fiesta nacional? El costo. Hacerlo nadar en las aguas ontarianas fue un gasto del tamaño del pato. La provincia invirtió 120,000 dólares (canadienses, afortunadamente) para tenerlo en esa enorme bañera planetaria llamada Lago Ontario. Como las fiestas han sido financiadas con dinero público, claro, los ciudadanos se han quejado amargamente de que el chistecito salió directamente de sus bolsillos, vía impuestos. Se pudo haber hecho, dicen, algo más discretito. Se pudo haber hecho, dicen, algo original. Si la intención era darle una beca del gobierno a alguien para festejar el aniversario del país, ¿por qué no a un canadiense?, suspiran. Nada en este país mueve más a las masas que la posibilidad de ahorrarse impuestos, detestan los gastos innecesarios y si además se hacen con sus propias contribuciones, bueno… no hay nada que detesten más que escuchar que sus impuestos van a financiar una fiesta, un programa de artes, un evento cultural. En su opinión, las necesidades básicas deben pagarse con dinero público, pero no lo que no es estrictamente indispensable. Las repercusiones en la producción cultural canadiense se hacen evidentes en su escasez.
Por si fuera poco, el famoso animalito ni siquiera es nuevo. Resulta que ha venido navegando las aguas desde el 2007, como una especie de misionero de paz y de buen humor. El original es creación del artista (plástico, ¡ja!) holandés Florentijn Hofman, quien quiso significar con él que los mares son “la bañera de todo el mundo”, y que por lo mismo, todos deberíamos de poner un poco de buen humor y esperanza en el asunto de compartir las aguas, protegerlas y disfrutarlas. Sin embargo, un promotor y organizador de eventos, el estadounidense Craig Samborski, hizo su propia copia, lo revistió con la misma misión de inspirar optimismo, pero cobra una millonada por cada aparición de su juguete. Además de la discusión sobre el gasto injustificado, ahora el pato enfrenta un pleito por los derechos de creación (copyright) entre el artista y el hombre de negocios. De pronto, el símbolo neutral de buena ondita y generosidad para compartir los recursos, fue ensuciado por la mercadotecnia, las acusaciones de lujo innecesario y las opiniones de los escépticos: “y ese pato, ¿qué?”
La mesa estaba puesta para que los partidos políticos metieran su cuchara y se acusaran unos a otros de utilizar los festejos del 150 aniversario de la federación para llevar agua a su molino electoral. Los conservadores en Ontario comenzaron a hacer campaña basados en atacar la política liberal de gastar dinero de los impuestos para solucionar cualquier problema, encareciendo la tasa impositiva de una sector minoritario de la población. Además, dicen, otros símbolos como el pato canadiense (el de plumaje verde, con collar, que se surcando los lagos por estas fechas) o un castor, podrían haber sido mucho más oportunos. Claro que los liberales dicen que, por supuesto, se les ocurrió que esto podría hacerse, pero el costo de encargar una obra nueva a un artista nacional triplicaba la cifra de lo pagado por el pollito amarillo. ¿Qué iban a decir los contribuidores acerca de esto? El ave plástica se convirtió en parte de la agenda política, con tiempo para su discusión en el parlamento local.
Después de discutir sobre a quién le pertenecen los derechos, quién pagó por él y qué diablos tiene qué ver ese pato con Canadá, hay que pelear además por los lugares por dónde pasará. ¿Sólo seis ciudades? ¿Quién decidió cuáles, por qué no va a estar más tiempo en Toronto, si es la capital cultural y económica de la provincia? Broakville, ¿por qué irá a esa aldea chiquita que apenas figura en el mapa? Por sabido, se calla: una vez que comience su navegación, los canadienses abarrotarán los muelles para ver al pato feo que nadie quiere, y le van a aplaudir a rabiar, y a sacarse fotos con él de fondo. Faltaba más.