Recuerdo con alarma las manifestaciones de la ex Ruta 100; con cierta nostalgia —por su color e intensidad— las ya célebres de “Todos somos Marcos” en febrero de 1995. Las ccheras de ese mismo año. Las universitarias de 1997 y 1999, las ordenadas marchas zapatistas de los 1111 en 1997 o aquella de 2001 que culminó en el Zócalo. Aquellas contra la guerra en Irak, de 2003. Las marchas contra la violencia del narco, las auspiciadas por los numerosos fraudes electorales, las de las reformas del latrocinio, las de los crímenes que no cesaron.
A los habituales de la protesta social en la ciudad de México no les serán ajenos los anónimos hombres y mujeres de acción que hacen suyas las frases o los íconos, el justificado rencor. Otros sentirán un desprecio genuino o, acaso, hallarán en ellos cierto aire de familia o se reconocerán en su gesto, siempre a punto de ser el nuestro.