Dos joyas de Baccarat de cuya desaparición se culpa al público
Doscientos mil pesos que dicen que la gente se llevó “cristal a cristal”.
Unos datos que pueden dar la pista del asunto
Nota de CARLOS LORET DE MOLA
Recientemente se informó al público que las dos maravillosas lámparas de cristal cortado de Baccarat, que ornaban de la manera más exquisita el salón del Consejo Consultivo del Gobierno del Distrito Federal, habían desaparecido. Numerosas versiones circularon al efecto; pero la que predominó fue la de que el público en general, hoy un adorno, mañana un prisma, luego un trozo de cadena, las fue desmantelando hasta dejarlas convertidas en esqueletos. También se dio a conocer que hasta los esqueletos ya hablan desaparecido.
Un vespertino dio hace meses la versión, totalmente equivocada, de que los prismas robados tenían un valor de $700. Con objeto de rectificar o de ratificar los anteriores datos, y ampliar la información respecto a la sustracción de dos joyas de importancia nacional, por ser las dos únicas en la República de esa calidad y valor, hemos hecho una detenida investigación.
DESCRIPCIÓN E “INVENTARIO” DE LAS LÁMPARAS
Desde luego podemos afirmar, según cálculos de expertos, que cada una de las arañas de cristal tenia un valor —datos conservadores— de cerca de cien mil pesos. Esto es fácil de confirmar con sólo enterarse de lo que piden en algunas tiendas de esta capital por lámparas muy inferiores a esas. Ayer nos dijeron de una, mucho más pequeña y menos fina, que costaba $24,000.00.
Con un platón central de ochenta centímetros de diámetro, de cristal de Baccarat exquisitamente cortado, cada lámpara tenía treinta y seis luces e igual número de brazos, distribuidos en tres superestructuras. La primera o más baja lucía seis brazos de bronce, cada uno de los cuales se bifurcaba en tres brazos de cristal con sendas luces. El segundo y tercer pisos llevaban buen número de brazos de puro cristal cortado de Baccará igualmente y, por todos lados, colgaban preciosos adornos; no menos de cuatro mil prismas cada lámpara; cadenas de cristal finísimo, adornos de estrellas, picoretes, etc., sin contar ocho arbotantes. Bueno, se trataba de dos joyas únicas en el país, según opinan todos los expertos del ramo.
La total falsedad del dato en el sentido de que los prismas costaban $700, se demuestra por el hecho de que, en el mercado de los reconstructores de lámparas, un prisma de esa calidad —muy difícil de encontrar en la actualidad—, no cuesta menos de $6.
Una simple multiplicación nos lleva a concluir que, sólo los prismas de ambas arañas, costaban cerca de cincuenta mil pesos, dato que nos permite calcular que, cada lámpara completa, tiene un precio no menor de cien mil pesos.
EL MERCADO DE LAS LÁMPARAS
Docenas de anticuarios de diversas partes del país, desde hace seis o siete años, descubrieron que las lámparas de cristal cortado, que en otros tiempos llagaron a toda la República procedentes de Europa, ya no se fabricaban, y se dedicaron a recorrer casas viejas, obteniéndolas a precios bajos, para limpiarlas, reconstruirlas, armarlas de nuevo, y luego venderlas a altos precios en la capital de la República donde muchas personas, aficionadas a lo antiguo, o que acababan de construir elegantes residencias, las compraban muy caras. El negocio fue tan bueno, que no pasó mucho tiempo sin que las docenas de comerciantes en lámparas se volvieran cientos. Llego a agotarse la mercancía en los Estados, y entonces el producto subió, pues su demanda era mucho más grande: se puso de moda tener lámparas así. Como restos de ese cuantioso comercio, quedan hoy, en algunas tiendas carísimas dr esta capital, ricas lámparas que valen miles y miles de pesos.
CURIOSA COINCIDENCIA
Este auge del precio de las lámparas, y la escasez de oferta de las mismas, coincide exactamente, hace medio año, con la desaparición “progresiva” de las lámparas del Gobierno del Distrito Federal. Sin embargo, hay muchos datos sueltos que las autoridades del mismo podrían utilizar para descubrirlas y volverlas a su sitio. Cabe hacer, desde luego, las siguientes consideraciones: Primera: ¿Cómo fue posible que, si quienes vigilan el salón del Consejo Consultivo observaron que “el público” sustraía poco a poco los adornos, y luego todo lo demás de las lámparas, no se procedió a evitarlo con toda la energía necesaria, para que el Estado no perdiera joyas tan valiosas? Segunda: Aceptando, sin conceder, que hubiese sido el público en general el que robase esas lámparas, pueden tener la seguridad las autoridades del Distrito, y lo pueden confirmar pon una investigación minuciosa de su policía, que ya los prismas, adornos y demás cosas sustraídas, ESTAN JUNTOS, en poder de una o de varias personas, porque juntos es como tienen un gran valor. Cierto que pudieron utilizarse para “remendar” otras lámparas o para hacer varias pequeñas, disfigurándolas, pero como su valor, en lámparas gigantes, como eran, es superiosísimo, lo lógico es suponer que los ladrones diversos vendieron a la misma persona, sin que esta ignorara la procedencia, o que una sola persona mandó francamente a muchas otras a que, poco a poco, fueran robando ambas lámparas. Tercera: En el salón ya no quedan ni los armazones, brazos de bronce, etc. ¿Dónde están? Ayer hicimos preguntas a “gente de escaleras abajo”, y nadie supo decirnos qué se hizo de todo eso: “Las lámparas ya no están allí”, era todo lo que lográbamos arrancarles. Y no faltó quien nos dijera únicamente, con el temor que siente quien se sabe culpable o cómplice de un delito, “que no sabía si las lámparas ‘ya no estaban allí”.
UNA CONVERSACION DE CANTINA
Hace más de seis meses, una persona sorprendió en esta capital una conversación de cantina, entre un individuo que no conocía y varios mercaderes de lámparas. El primero escuchaba con atención lo que le decían los otros sobre el valor de las dos lámparas, que, en realidad, ignoraba. Luego, la persona que oyó esa charla, nos dijo que supuso que el “informado” era un funcionario de segunda o tercera categoría en el Gobierno del Distrito Federal. Alguien —para más señas— sin mucha personalidad, pero con facilidades entre la “gente de abajo de allí”. Esa conversación de cantina, que al escucharla no sugirió nada importante a la persona aludida, puede atarse fácilmente con el hecho de que, al poco tiempo, comenzaran a desaparecer, misteriosamente, las dos lámparas.
VERSIÓN MUY FACTIBLE
Personas que saben del mercado de lámparas nos dieron la siguiente versión: una persona mandó a que varios secuaces suyos visitaran con frecuencia el salón del Consejo Consultivo, y se fueran llevando, arrancados de allí, prismas, cadenas etc., y al mismo tiempo se las arregló para que “la vigilancia de mozos y demás no fuera muy estrecha”. De otra manera no puede explicarse el robo sistematizado y continuo a no ser que ese salón carezca de vigilancia por completo. Ahora bien: ¿qué se hizo de los armazones, es decir, de las partes más pesadas de las dos lámparas? No es posible que el público los haya ido sacando en los bolsillos. Puede ser también —y no hemos logrado que nadie nos lo confirme—, que esos armazones hayan sido bajados, porque ya sin adornos ni luces estaban muy feos, para depositarlos en alguna bodega del edificio, a sabiendas o por órdenes de las altas autoridades del Distrito. Pero ahora sería curioso que éstas se cercioraran de que están allí. De lo contrario, una simple investigación —dados las recursos de policía y detectives con que cuenta el gobernador del Distrito Federal—, haría fácil hallar esos armazones que por su tamaño y especiales características son sencillamente identificables.
De todas maneras, vale la pena que se haga un esfuerzo por recuperar dos joyas que se han perdida sin razón de ninguna clase y que sobre ser de gran valor artístico, únicas e insustituibles, tienen un costo aproximado de doscientos mil pesos. Por ningún motivo debe dejarse que “caiga tierra” sobre el robo.
Nota publicada el 12 de julio de 1946 en Novedades.