DE AFICIONES Y EMOCIONES

n nueve años que tengo viviendo en Suecia es la primera vez que los veo ponerse de pie y entonar su himno. Sábado por la noche. Empezaba el juego contra Alemania.

Doce años sin aparecer en un Mundial; las expectativas de ganar la Copa no era algo que se comentara como posible en ninguna reunión de amigos: el “imagínate que ganamos el mundial” aquí no existe.

En México se considera que los suecos son gente fría. Sí, fría porque son austeros en eso de andar haciendo amigos y buscando compadrazgos en cada ciudad, porque guardan distancia con el extraño y no saludan al entrar a un salón o elevador.

Pero esto es Suecia en medio de un Mundial.

En el juego ganado a Corea, los suecos, alegres pero sobrios (como si nada pasara), caminaban plácidos por las calles. Ni banderas ni hordas de fanáticos aullando consigna alguna. Era como un día cualquiera en Estocolmo. Ningún bar abarrotado ni patrullas circulando resguardando el orden.

Los medios prevenían al equipo sueco sobre la pesadilla que tendrían que enfrentar al jugar contra México, equipo al que algún analista llamó el ”tifón verde”. Un día previo al partido contra Alemania, el director técnico del equipo sueco, Janne Andersson dió una conferencia de prensa reportando cuatro de sus jugadores enfermos de gastroenteritis aguda.

La cara desencajada de Andersson reflejaba preocupación o ¿temor acaso?. No sé, en algún sentido me recordó a eso a lo que estamos habituados los mexicanos cuando juega nuestra selección.

Para el juego contra Alemania, pausadamente los bares, parques, restaurantes se fueron llenando de aficionados que, sin prisa, tomaron sus lugares, ordenaron bebidas, comida y conversaban de la vida.

El resultado ya lo conocemos, lo que quiero compartirles es lo que vi.

A jugada fallida del equipo sueco, la afición aplaudía, ¡sí! aplausos aun cuando erraban o cometían un error. ¡Qué sorprendente manera de celebrar el esfuerzo en vez de gritar vituperios y sandeces a la pantalla!. Pasmada vi que en las mesas conversaban y departían relajados después de celebrar las llegadas de su equipo.

Pero no me malinterpreten, claro que celebraron eufóricos el gol que en el minuto 32 anotaron a Alemania y nadie echó de menos a Zlatan, quien ausente del equipo solo fue posible verlo haciendo publicidad de todo lo imaginable: desde una tarjeta de crédito, autos, relojes, audífonos, sitios de apuestas y casinos.

No, donde yo estuve nadie maldijo al árbitro, no hubo culpas inmediatas ni llanto.

El primer gol de Alemania dejó ver que los suecos habían asumido emocionalmente que eran alemanes contra quienes jugaban y que ante esa máquina nada podían hacer. Sin embargo, el tiempo parecía darles una esperanza de victoria.

Cuando Alemania remontó y anotó el segundo gol, serios y desde sus asientos, sin aspavientos, empezaron a pagar la cuenta en bares, a recoger sus mantas. Los que estaban en los parques salieron a la calle pausados, no tristes ni gritando, no rompieron vidrios ni quemaron banderas alemanas ni discutieron culpas del gobierno o del entrenador del equipo. Si estaban frustrados no lo reflejaron. Eso no se les da.

Yo me quedé sentada observando con asombro su parsimonia, sabiendo la gran diferencia con la que este pueblo y México veremos el partido del próximo miércoles.

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