CERDOS DE SANTA FE

El taxista había rebasado a otro para ganarle el pasaje. ¡Gandalla! pensé al ver su acción. Lo abordé allá por la colonia Presidentes de la Delegación Álvaro Obregón, muy cerca de las barrancas de Juchique (colindantes con Santa Fe), eternamente inundadas de basura, perros semisalvajes que parecen coyotes, casas de lámina y cartón, drogadictos, pepenadores y uno que otro muertito que van a tirar por ahí.

-¿Qué pasó joven, ya se va ir a pasear?
-Sí, a comer con la novia -dije con displicencia para que se callara y me dejara observar el popular paisaje (pues entonces ni novia tenía). Reinició el taxímetro.
-¿A dónde lo llevo?
-Voy la Doctores.
-¿Nos vamos por Santa Lucía o bajamos hacia Becerra?
-Por donde sea más rápido.
-Ah, bueno, pues vámonos por Capula- respondió.

El interior del Tsuru olía a garnacha. El conductor, conforme circulábamos sobre la avenida, iba saludando a cuanto conocido se encontraba, les pitaba el claxon o estiraba el brazo, que por lo regular mantenía recargado sobre la ventanilla abierta.

-¿Y usted es de por aquí?
-Tengo casi dos años viviendo en la Presidentes.
¡Pus entons es nuevo acá en el barrio!- exclamó.
-Yo he vivido acá arriba toda mi vida –dijo, y aminoró la marcha para dejar pasar a una pareja con siete críos-. Antes aquí ni había gente, puros cerros y llanos, ¡el chingo de llanos!, unos se agrietaron y se hicieron más pinches barrancas; sí había una que otra casa, pero se podían contar desde lejos.

Cuando reveló esto calculé su edad, mis cuentas fueron a dar a los cincuenta y varios años.

-¡Si usted hubiera conocido por acá en ese entonces! Así como ora hay harta gente en las calles, así había aquí de chanchos, ¡un montonal de cerdos por todos lados! Puerta Grande, el Pirul, la Piloto, la Cañada, la Presi, Capula, ¡en todo esto!

Luego de una pausa preguntó:
-¿Y usted quiere mucho a su novia?
-Sí, sí la quiero -contesté, con los cerdos corriendo por los llanos de mi imaginación.
-¡Qué bueno, jovenazo! Nomás aguas, luego nomás lo envuelven a uno; y luego ya casado, ni el cariño ni la costumbre, nomás la cartera.
-Tengo poco con esta chica, pero pues a ver qué sale -dije, imaginando mi recién inventada novia.
-Yo me casé chavo, ¡en mis meros jugos! Me dedicaba a peinar la basura. Acá, arriba -dijo señalando con el dedo hacía el cielo- estaban los tiraderos. Todos los camiones subían pa’ acá la basura. Me apañaba todo el cartón y el vidrio y los subía al reciclaje, y me llevaba harta lana, ¡era de los mejores!… Allí conocí a mi esposa. Era la hija del mero machín, el dueño de la recicladora; también tenía todo el negocio del nixtamal; todos los molinos que había desde allá arriba hasta por Mixcoac eran de él; bueno, ahora son de sus hijos.
-Sí, por lo regular monopolizan zonas- dije (por decir algo).

-¿Ve esa tortillería?, ¡es de mi exesposa! Cuando yo me casé pues la tenía bien enculada, y estaba bonita y bien buena; no es por nada pero tenía un cabuz bien cotizado, y pus yo fui el ganón. Se la fui a pedir a mi suegro y ni me peló, nomás le preguntó a ella si estaba segura y ella dijo que sí. Le heredó un cachote de terreno y unos molinos y tortillerías. A mí me dijo: mira, te voy a legar esto, pero tienes que cuidar bien a mi hija, y si no la cuidas bien te mando romper tu madre. Yo nomás dije que sí y que me da tres botes, de esos de leche en polvo de kilo, bien llenitos de pura plata y oro -y mientras lo decía, dibujaba con sus manos el tamaño de los botes-. Pus si de la basura sale lo mejor, ¡mis cuñados hasta compraron detectores!; en fin, mi suegro hasta me dio también noventa puercos.

-¿Puercos?
-Sí jefe; le digo que por aquí estaba lleno de marranos, casi todos salvajes; ¡por eso las carnitas de por acá están chingonas! La gente de aquí pus sabe prepararlas. Yo puse un bisne de carnitas cuando me casé, y seguí criando chanchos. Me iba muy bien, hasta que esa culera me empezó a poner los cuernos, con mi quesque amigo el muy ojete… sí, que me da bajilla con el filete. ¡Y pinche vieja, me quitó todo! -se quejó con resentimiento-. Yo con el oro construí el cantón de tres pisos, compré carro y camioneta, puse el bisne, y me dio una patada por el culo y me amenazó, y también sus hermanos me amenazaron de muerte; pus sí, ya me vio más traqueteado y me mandó a la chingada.

Íbamos pasando por la presa Minas de Cristo (en las inmediaciones de Becerra) cuando un tufo de agua estancada y basura me impregnó el olfato; vi un agua que parecía petróleo cayendo desde las tuberías que sobresalían de su alta muralla, vi el cieno, el cascajo y los plásticos que formaban una falsa superficie sobre la que unos niños chutaban un balón.

-Por eso le digo que aguas; las viejas son cabronas, joven; ¡si lo sabré yo! Por eso ora traigo un taxi; más bien desde que me separé le pego al volante. ¿Me voy pa’ la Jalisco o le entramos al Peri?
-Hacia el Viaducto -señalé, con los marranos en la mente.

-¿De que se ríe, joven? -preguntó, y me percaté de que me iba observando por el retrovisor.
-Nada, jefe; me estaba acordando de los puercos.
-No se ría -dijo con el semblante serio-, si los entrena son hasta mejores que los perros, hasta más fieles. Fíjese que lo único que me llevé de con mi vieja fue mi ropa y un puerco, “la muñeca”; le puse así pero era macho, ¡bien chingón!… ¡media hasta aquí! -dijo, señalando la altura del espejo lateral del auto-. Era un semental; se lo rentaba a los vecinos pa’ que preñaran a sus puercas.

Marchábamos sobre Viaducto, a la altura de avenida Revolución.

-Usted me dice dónde me salgo.
-Pasando Parque Delta, me dejas en doctor Vértiz -respondí; él continuó el hilo de su historia.

-¿Luego qué cree, joven? Ya después de un tiempo, que me voy con un tío a chambear a Puebla, una semana nomás, y cuando regresé, mi papá se había comido a “la muñeca”. Todavía hay carne, me dijo el cínico, ¿usted cree? Me dio un chingo de coraje. Le dejé de hablar doce años, ni en las navidades le hablaba; apenas tiene poco que lo saludo. Yo quería un chingo a mi puerco. Era el único que me esperaba cuando llegaba de la chamba, y me cuidaba, parecía perro.
-¿Por aquí lo dejo, joven?
-Sí, en la esquina.

Comí carnitas ese día.

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