ANARCRÓNICAS

BREVE INSTRUCTIVO DE LA MEADA DISCRETA

Orinar es un placer muy infravalorado. Sólo tenemos que recordar la última vez que nuestra vejiga estaba como ego de poeta editado en Tierra Adentro para darse cuenta del indescriptible alivio que fue expulsar esos litros de orín. ¿Me equivoco? Un goce sólo superado por la eyaculación luego de años de abstinencia sexual.

Para nuestra desgracia, el artilugio que se utiliza para orinar es el mismo que utilizamos para conocer de manera bíblica a las personas de nuestro entorno. Por lo tanto, es bastante comprometedor que en cualquier parque público, oficina, parque de diversiones o avenida, nos lo saquemos para liberar los deshechos líquidos de nuestro cuerpo. Hostigamientos por parte de policías, múltiples mordidas, y una que otra visita al Ministerio Público son las probables consecuencias de desobedecer esta prohibición.

Además, existe otro problema, por lo menos en los hombres: el implemento utilizado para orinar es, con mucho, el trozo más querido de nuestra anatomía. Esos quinientos gramos (bueno, está bien: doscientos), de cartílago, piel y nervio no son sino lo que le pone sabor al caldo (bueno, está bien: cien). Sin ellos, la vida de muchos de nosotros, varones amantes del sexo, sería un páramo aburrido y doloroso por el cual nos arrastraríamos (bueno, está bien: cincuenta). Por lo tanto, sacarlo a destajo en cualquier lado nos expone a que un perro, una feminista radical o un jardinero distraído nos despoje de ese Pedacito de Amor. Orinar es un placer y una carga, pues no en cualquier lugar se puede hacer libremente –como el amor, claro está–, solo que es mucho más fácil aguantar las ganas de coger que las de orinar.

Claro, a menos que tenga uno un método infalible –para orinar, claro está–.

El otro día, cuando llevé a mi esposa a ciertas oficinas que están sobre la carretera federal a Toluca, viví en carne propia el sufrimiento que implica tener la vejiga rebosante. Estacionado sobre la mencionada vía, a la hora en que los empleados llegan a sus oficinas, me era imposible buscar un arbolito amigable o aplicar la técnica de los taxistas, la cual consistente en abrir el cofre y orinar mientras se finge revisar una avería en el auto. Estaba atrapado, pues no podía dejar el coche, ya que corría el riesgo de ser enganchado por la grúa. Pensé en aguantarme la vergüenza y orinar en el parabús cercano, aunque me vieran los transeúntes, pero en el momento en que lo iba a hacer el plan se frustró: a escasos diez metros de mí, una patrulla con sus dentados tripulantes se paró para extorsionar a otro automovilista. Está de más decir que, si me veían hacer mi desfogue hidráulico, el ciudadano extorsionado, y probablemente remitido, pasaría a ser yo.

Así fue que, gracias a la madre de todos los inventos, desarrollé una técnica infalible para el automovilista que pretenda orinar en público sin ser detectado. Se las comparto como un servicio a la comunidad:

1) Conserve la calma.
2) Vaya usted al asiento trasero de su automóvil y finja que está buscando el celular o la cartera.
3) Hágase de un envase adecuado cuya entrada amolde perfectamente a la punta de su glande (puede ser un garrafón de agua).
4) Acomode el recipiente justo a la entrada de su uretra sin dejar ningún espacio libre (bueno, está bien: una botella de agua Bonafont de dos litros).
5) Deje correr ese torrente amarillo y caliente sin derramar nada en las vestiduras. Precaución: Si usted es de chorro efusivo, agarre bien el implemento o al llenarse el recipiente se hará a usted mismo un Golden Shower.
6) Tape el frasco utilizado (Bueno, está bien: de 500 ml).
7) Discretamente, abra la portezuela y coloque el frasco junto a su llanta. Si llega algún policía a interrogarlo acerca de la naturaleza del líquido, diga que es Agüita de San Simón, muy milagrosa para encontrar trabajo o sacarse una beca del CONACULTA (bueno, está bien: una botellita de Yakult).
8) Si el policía insiste, dígale que es Té verde, muy bueno para la cruda. El oficial de seguro le arrebatará la botella y se la empinará con desesperación.
9) Si es el caso, meta el acelerador a fondo. No sea que reconozca el sabor y lo quiera remitir por envenenar a un oficial de policía.
10) Si el mencionado policía es policleto –es decir, que lleva bicicleta y no patrulla–, puede darse el lujo de no contestarle, arrancar el auto y luego arrojarle el frasco destapado en la cabeza. Le aseguro que su placer se multiplicará cuando escuche las mentadas de madre del azul.
11) Si hace esto, regrese por su señora esposa o correrá el riesgo de perder el mencionado Pedacito de Cielo.

Y, sobre todo recuerde esa máxima: todo lo que tenga que ver con fluidos y agujeros corporales, es delicioso y es pecado.

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