ANARCRÓNICAS

LA VIDA SECRETA DE SANTA CLAUS

I
El anuncio era muy claro: “Se solicitan hombres. 20-40 años, altos, robustos, tez clara, preferentemente, ojos de color”. Lo primero que viene a la mente es una agencia de prostitutos; escorts del tipo teddy bears o motociclistas. Necesito trabajo en ese momento, así que me apersono. Una señora, bastante robusta, vestida con impecable traje sastre de seda, maquillada como si fuera a salir en una obra de teatro kabuki, me entrevista. Yo la veo, y pienso que sería una excelente madrota –y quizá lo sea–. “Estás contratado. Preséntate a K-MART de Lomas Verdes el día de mañana”. Cuando le pregunto si necesito rasurarme o algo en especial, se ríe. “Es igual. De todos modos, te vamos a proporcionar barba”.

II
K-MART de Lomas Verdes, siete de la mañana. Inicia el mes de Diciembre y el frío baja con impudicia desde el bosque cercano. Calan los huesos a pesar de la chamarra. Pregunto al vigilante por Leticia. “Todavía no llega, ahí espérela”. Le pido me permita ingresar. “Es que no puedo… Órdenes”, dice el hombre con la sonrisa del resentido que de repente se ve con un gramo de poder en las manos. Leticia llega quince minutos después a bordo de un Thunderbird, se baja. Es una bajita de pelo castaño, dueña de uno de los culos más hermosos que haya visto. Quien maneja el vehículo también desciende: alto, gordo, y con rostro ajado como si fuera un metate muy viejo, pistola en el sobaco y placa de judicial en el cinto. La lleva hasta la puerta de su oficina, la persigna como si de una niña se tratara, y se va. Espero un buen rato hasta estar seguro que el Thunderbird no se dará la vuelta. Me acerco a la oficina y toco: Leticia me recibe con una sonrisa que me quita el frío.
–¡Bienvenido! ¿Eres el nuevo Santa, verdad? –me ve de arriba abajo–. ¡Eres perfecto, los niños estarán encantados contigo! –saca un voluminoso paquete bajo su escritorio–. Aquí está tu traje. Cámbiate pronto, pues va a comenzar tu turno.
–¿Y en dónde, le pregunto?
–Pues aquí… No tenemos vestidores.

III
El oficio de Santa es relativamente fácil.
Solo tienes que estar sentado en tu trono, rodeado de tus renos de plástico y de tus duendes –estos reales, si te va bien–, esperando a que los niños se sienten en tu regazo. Luego de besarte y constatar que tú sí eres tú –es decir, que sí eres Santa Claus–, tienes que escuchar sus peticiones para ese año. Luego, los despides muy amablemente y recibes al siguiente niño. Y así hasta las nueve o diez de la noche, cuando tienes que hacer mutis y reaparecer al mundo en tu personalidad deslavada y procaz.

Esto plantea ciertas cuestiones que nunca te dicen a la hora que te contratan.

IV
Necesitas tener experiencia en negociación con terroristas. Hay niños que son monstruos de ambición que se pasan media hora diciéndote que quieren los juguetes más caros bajo su arbolito. Tienes que convencerlos de que hay muchos niños en el mundo, que tienes que llevarles un regalo a todos y que se tendrá que conformar con, quizá, uno o dos regalos. Si logras convencer al pequeño, tendrás el eterno agradecimiento de un padre de familia que te ve con ojos de condenado a muerte desde el otro lado de la cadena.

V
Necesitas tener resistencia de yogui: el traje de Santa Claus casi nunca es nuevo, y por supuesto, no se lava en los veintitantos días de la temporada. Por ello, ya para el día doce, el terciopelo barato que lo forma ya huele a perro atropellado, y el día veinticuatro pareciera que lo sacaron de una narcofosa. Por otro lado, las barbas van acumulando los alientos diarios, lo cual no sería tan grave si no estuviera el hecho de que no eres el único Santa Claus de la tienda: si tu antecesor en el turno de la mañana tiene malos hábitos de higiene dental, pasas toda la tarde saboreando los chilaquiles con huevo o la pancita que desayunó mientras una nena está tratando de convencerte de que su Barbie necesita un coche nuevo.

VI
Necesitas control sobre tus impulsos. La mayoría de los niños con los que tratas son menores de diez años; sin embargo, no faltan aquellos –y sobre todo, aquellas–, jovencitas aniñadas que siguen pidiéndole a Santa cuando ya están a la pubertad. Créanlo, no es fácil que una chica de catorce años, perfectamente formada, se siente en tus piernas para pedirte juguetes sin que a ti no se te note la erección. Esto se complica debido a que hay mamás que –quizá por ingenuas o por perversas–, también se sientan sobre Santa Claus para sostener a su hijo de un año o menos. Por supuesto, ellas si notan el caramelo navideño que traes en el bolsillo, pero omiten comentar nada.

VII
Te das cuenta de cuántas, cuántas mujeres, tienen fantasías eróticas con Santa Claus (… Sin comentarios)

VIII
Tienes que tener una sensibilidad fuera de todo límite para las situaciones más delicadas. A mi compañero, el Santa del turno matutino, un día le llegó un chico de seis o siete años. “¿Qué quieres, pequeño?”. “Qué mi mamá deje de estar en el cielo y venga conmigo”. Mi compañero pareció no entender. “Es que murió de cáncer el año pasado”. Se amortajó el ambiente de la tienda. Mi compañero recordó que un chiquillo anterior le había regalado una canica. Se la tendió al pequeño. “Mira, esto me lo dio tu mamá para ti. Me dijo que no puede bajar, pero que siempre te está cuidando”. El niño se abrazó a Santa y lloró, y el padre del chiquillo, también.

IX
Sabes que Santa Claus tiene un terrible poder sobre los niños, y más, sobre sus papás, y más aun, sobre el aguinaldo de sus papás. Eso lo supo el policía que no me dejó pasar el día que me llevó a su niño. “Así que quieres un carrito, peque… ¿No te gustaría también una bicicleta? ¿Y un tren eléctrico, una autopista? ¿Unos muñecos de Transformers, un castillo Playmobil? Te has portado muy bien este año, tú pide”. El niño saltaba de alegría, mientras que el vigilante me veía con ojos anegados, quizá dándose cuenta que el karma viaja mejor en Diciembre, y que siempre llega con el niño Dios.

X
Cuando llega el 25 de diciembre y recoges tu cheque, descubres que, incluso las jefas de vendedoras bien crecidas, con maridos judiciales, pueden tener fantasías con el gordo barbón del Ártico.

Jo jo jo.

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