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AL MAL TIEMPO, BUENA CARA

Cuando me mudé a Canadá y mantenía comunicación con algunos conocidos en México que sentían curiosidad por mi nuevo ambiente, por las cosas emocionantes que hacía por acá, qué tan diferente era el país y cuestiones por el estilo, uno de ellos me dijo un día: “Pareces el servicio meteorológico. Cada vez que te pregunto cómo estás, me dices qué temperatura tienen allá”.

No puedo ocultar que en el momento me pareció bastante grosero e inoportuno su comentario, porque aquel primer invierno yo me enfrenté, también por primera vez, al shock físico de esperar un autobús en la parada a menos 20 grados centígrados y fue muy nuevo, y tal vez lo más emocionante que me había sucedido. Al verano siguiente tuve la experiencia de enfrentarme, también por primera vez, al encuentro de mi cuerpo con 40 grados centígrados y 80% de humedad. Quienes no han vivido en una región tropical no conocen la emoción de moverse sobre su silla y comenzar a sudar copiosamente por el efecto húmedo. Y por otro lado, como buena chilanga, no imaginaba las veleidades de un clima que cambia varias veces durante el día. Como me dijo una profesora durante mis primeros días de clase: “¿No le gusta el clima? ¡No se preocupe! ¡será otro dentro de 5 minutos!”. No es de extrañar que antes de salir a la calle todo el mundo consulte el Weather channel, porque la variación respecto a la hora anterior puede ser inexistente, de un par de grados o de 10 en sesenta minutos y hay que echarse encima una capa más de ropa. Lo firmo.

Además de que se trató en su momento de una experiencia personal que era difícil de imaginar antes de vivirla, el asunto del clima tenía también su parte social y cultural, que en su momento no supe explicar al camarada, ni interpretar en toda su importancia: en un país que es maestro de lo políticamente correcto, en el que el anhelo de sus habitantes es ser percibidos como amables y que se niegan a ser disruptivos, es muy difícil encontrar un tema de conversación que no lleve a la controversia. La máxima universal de que “en la mesa no se habla de religión ni de política” se extiende aquí al ámbito general. Los deportes son un tema disponible, por supuesto, pero como los canadienses se especializan en hockey y éste no es un deporte muy popular en el resto del mundo (a excepción de los Estados Unidos), la mayoría de los inmigrantes quedamos fuera del ámbito de la discusión.

El tema verdaderamente democrático para cualquiera que hable inglés (e incluso si no), es el del clima. Primero, porque a todos nos pega por igual. Segundo, porque cuando es shitty todo el mundo está de acuerdo en que lo es y nadie se ofende si uno lo declara. Mientras más baja la temperatura, mejor es la socialización, ya que uno puede ir por las calles mentándole la madre al clima y todos contentos. Por otro lado, si hace sol y el cielo luce azul, todo el mundo se pone contento y le desean a sus vecinos que disfruten el buen clima, así nomás, y nadie se enoja tampoco.

No es de dudar que las condiciones meteorológicas influyen en el ánimo de las personas. Está comprobadísimo que después de una semana de cielos grises, nevadas sin parar y temperaturas gélidas, uno se siente digamos, apachurrado. Tampoco es raro que con los amaneceres de sol radiante a las seis de la mañana y tardes-noches de sol hasta las nueve, uno ande más activo y no se quiera meter a su casa hasta que oscurezca. Esta influencia se cuela en el idioma, al igual que en español, en que tenemos nuestros dichos. En inglés, cuando alguien está malito, se dice que está under the weather (abajo del clima); cuando alguien es tu amigo nada más en las buenas, es un fair weather friend (amigo durante el buen clima); se dice que el clima está close (demasiado cerca, invasivo) cuando está muy húmedo y uno se siente pegajoso; cuando las cosas van muy bien, todo está as right as rain (correcto como la lluvia); cuando uno de plano tiene demasiado trabajo y se siente muy abrumado, está snowed under (enterrado en la nieve). Cuando uno está en extremo contento, anda en la cloud nine (en la nube nueve).

Canadá siempre se encuentra entre los récords de temperatura extrema del mundo. En 1947 se presentó la temperatura más fría en el Yukón, en un sitio llamado Snag, donde (sí) vive una pequeña comunidad de personas y una grande de perros Huskies. Se registraron entonces -63.9 grados, solamente superados por -68 en Oymyakon, Rusia y los -82 normales de un día de invierno en la Antártida donde (también) vive gente. Con respecto al calor, Canadá también posee registros de temperaturas muy altas, como los 45 grados centígrados que se sucedieron en Yellow Grass, Saskatchewan, en 1937. Pero es poco lo que esa temperatura tiene qué decir comparada con los 56.7 grados en el Valle de Muerte, en California, en 1913 o los 52 de San Luis Río Colorado, en Sonora, de 1966. En comparación es, digamos, “un veranito”.

Como ven, cuando hay una apuración y uno no sabe exactamente de qué hablar, no hay nada más útil que el clima, como hoy, en que el sol amaneció radiante, para las 12 del día estaba nublado y húmedo y la temperatura era de 32 grados, pero para las 5 ya había llovido tanto que la cifra descendió a 18. En mi opinión, es un día típico canadiense. ¡Que disfruten el buen clima!

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